Hélard André
Fuentes Pastor
Universidad
Nacional San Agustín, Arequipa
El caso del
‘Monstruo de Armendáriz’ y del ‘Negro Bomba’ evidencian un fenómeno de
violencia llamado: “monstruitis periodística”.
Cuando Lima
comenzaba a estructurar un nuevo eje orientador de su cultura dado el constante
proceso migratorio que se producía en el país; ante cualquier suceso
desgarrador y de dominio público, la sociedad buscaba un culpable y exigía una sanción.
La prensa escrita, habida de información y nutrida por el sensacionalismo de la
época, canalizó estas impresiones y comenzó a crear ‘monstruos’, sin valuar,
antes, la infracción del acusado. No obstante, esta forma de periodismo ocupaba
un espacio significativo en la agenda de los ciudadanos, quienes denunciaban e
inculpaban basándose, únicamente, en las reseñas nutridas de efectismos que
presentaban muchos diarios.
Hubo dos
acontecimientos –fundamentales para la historia del periodismo nacional– donde
se puede ponderar dicha actitud además de mostrar a una población racista y
discriminadora que reaccionaba contra “lo llano”, “lo distinto” o sus
equivalentes, y en otro sentido, lo que podía significar “advenedizo”. Encontrando
en aquellas humildes progenies, no muy inocentes, pero sí víctimas de esta
posición desmedida, el peor encare a su etnicidad. Según la sociedad limeña, ahí
se encontraban los culpables del desorden y el caos que pululaba en la ciudad.
Uno de los episodios
más significativos de mediados del siglo XX debido al clamor nacional que
produjo, gira en torno al caso del “Monstruo de Armendáriz”. Jorge Villanueva,
conocido como el ‘Negro Torpedo’, fue ejecutado el 11 de diciembre de 1957,
acusado y sentenciado por violar y matar a un niño de tres años. Y el segundo, nos
coloca frente a un partido de futbol del ’64, donde Perú y Argentina pugnaban
por clasificar a las Olimpiadas de Tokio. Aquel encuentro tuvo trágicas
consecuencias: la pérdida de más de trecientas vidas, tras la indignación y
enardecimiento de los espectadores cuando el árbitro uruguayo, Ángel Pazos, anuló
un gol peruano; en esta oportunidad fue inculpado el hincha Víctor Vásquez,
apodado después como el ‘Negro Bomba’.
Para Manuel
Orbegozo, periodista que documento el primer caso, “a Villanueva se le juzgó más por negro, vago y ladrón que por asesinar
a un niño”. Está misma condición la encontramos en el acontecimiento del
‘64, cuando los medios de prensa señalaron que “dos espectadores, primero uno de raza negra [Vásquez] y luego un
joven, ingresaron a la cancha para tratar de agredir al árbitro, siendo
detenidos por la policía”. Ambos personajes fueron acusados, señalados y
vilipendiados por varios sectores a nivel nacional.
Evidentemente,
los protagonistas de tan disímiles pero cruentos escenarios, tenían conductas
violentas. Y la violencia, teniendo en cuenta las reflexiones del psicólogo
Julio Cerna Cano, “es un producto social
y no una causa endémica por sí misma en la que intervienen un conjunto de
factores que conforman un fenómeno multidimensional que debe ser atendido desde
una perspectiva sistémica”. En tal sentido, los casos tienen lugar en una
época de cambios trascendentales en el país, especialmente para una Lima
señorial y aristocrática que aún se resistía a la transformación de su realidad
geográfica, cultural, social, política, económica, que produjo la denominada ‘cholificación de Lima’ (Quijano).
Ante esta
vulnerabilidad en los imaginarios colectivos, era natural que los culpables de
las tragedias fueran hombres de piel oscura o con facciones andinas y temple
violento, provenientes de las clases más pobres de la sociedad. No importaba
las circunstancias que producían el suceso, sino castigar a cualquier acusado
que cumpla con esta condición étnica y social a fin sosegar a una población
enquistada con remordimientos, odios y venganzas que la prensa amarilla
alimentaba a diario.
Según afirma Víctor
Maúrtua, Jorge Villanueva fue víctima de
“la ‘monstruitis’, un fenómeno que se
difunde a través de los medios de comunicación, creando seres siniestros que
aterrorizan a la ciudad y hacen clamar a la sociedad la aplicación de una
terapia radical: la pena de muerte”. El proceso judicial de este
delincuente de ‘poca monta’ estuvo “cargado
de racismo, deseo de venganza colectiva y el objetivo exacerbado de limpieza
social en una Lima conservadora, moralista y despiadada” (Historia de la Pena
de Muerte en el Perú). Esta misma situación comenzó a producirse con el
‘Negro Bomba’, un hombre que fue inculpado por la tragedia del Estadio Nacional
en el ’64, y con ello, la prensa se permitió engendrar a otro monstruo.
Tanto el negro
“Torpedo” como “Bomba” reunían otra singularidad, lejos de ser tipos rebeldes y
conflictivos, en cuanto a los contextos, en cada uno de los eventos existe un
valor constante que permite vincularlos: ‘la justicia’. Con la muerte del
primero, se pretendía tranquilizar a una urbe que la clamaba en las calles; cabe
mencionar que la prensa contribuyó en estas cruzadas publicando titulares donde
exigía a la Policía Nacional la captura inmediata del asesino. Y en el año ‘64,
la población ejerce presión y la prensa, deja de ser un registro de
información, para adquirir un rol participativo, haciendo tangible la
indignación; sin embargo, según se conoce, muchos informes al respecto “se
extraviaron”, quizás, para siempre.
Los hechos
comparten varias particularidades, pero una de las más significativas radica en
exponer el emplazamiento de la violencia tanto en las víctimas como en los ‘supuestos’
victimarios. Así encontramos a un criminal aseverando antes de morir: “Yo he cometido muchos delitos… he sido un
hombre malo… pero este crimen no me pertenece” (Jorge Villanueva), y a un
hincha peruano declarando que “estaba
borracho”.
Jorge Villanueva
Torres, con un pasado criminal que fue creciendo desde la niñez reforzando su
imagen de vago y ladrón como víctima del exceso periodístico y jurídico de la
época al sentenciarlo aun teniendo dudas de su culpabilidad; y Víctor Melasio
Vásquez, un muchacho del barrio de Breña, que –pese a ser ‘detonante’ de la
desgracia– no tuvo conciencia de los estragos que ocasionaría (su reacción
obedece a un momento de agitación repentina); él, según comentan, se dedicó al consumo exagerado
de alcohol y de pasta básica que lo condujeron irremediablemente a la muerte. Fueron
dos monstruos creados por la prensa y la sociedad, uno sindicado por violar y
matar a un niño, y otro, como el culpable de la muerte de centenares de
personas.
No cabe duda que
hubo negligencia y desidia de diversas formas para ambas situaciones. En el
primer caso, los jueces condenaron a Villanueva con indicios, por presión
pública; en el segundo, las autoridades policiales quisieron restaurar el orden
despóticamente, incluso se indica que frente al enardecimiento de la gente en
el estadio, los superiores dijeron: “Mételes
gas, pues, cojudo”, “Van a ver lo que
es la autoridad, autoridad es la que manda”. Conductas igual de violentas
como los cargos que se les incriminaba.
En dichos
incidentes existe una marcada atención sobre los principales intérpretes del
caos: la ‘monstruitis periodística’.
Sin embargo, en la tragedia de mayor magnitud, encontramos aspectos de cuidado:
por una parte, la tensión política que se vivía en Lima, llevando a
responsabilizar de los estragos a los comunistas; y por otro lado, la captura
de Vázquez días después de la conmoción social.
Por lo tanto,
detrás de este fenómeno donde los medios de comunicación son inductores de la
violencia, encontramos propagandas que aterrorizan a la población exagerando la
verdadera presencia de los agresores generando las condiciones políticas para
ejercer el control social, además de revelar una forma de violencia colectiva
que se desarrolla y expande rápidamente en la sociedad. En consecuencia, la
prensa bebería estimular la cohesión entre los ciudadanos y reconstruir el
tejido social en base a valores fundamentales para la vida y la convivencia,
evitando caer en procesos caóticos y deshumanizados.
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