jueves, 19 de febrero de 2015

La "monstruitis" limeña a mediados del siglo XX



Hélard André Fuentes Pastor
Universidad Nacional San Agustín, Arequipa

El caso del ‘Monstruo de Armendáriz’ y del ‘Negro Bomba’ evidencian un fenómeno de violencia llamado: “monstruitis periodística”.

Cuando Lima comenzaba a estructurar un nuevo eje orientador de su cultura dado el constante proceso migratorio que se producía en el país; ante cualquier suceso desgarrador y de dominio público, la sociedad buscaba un culpable y exigía una sanción. La prensa escrita, habida de información y nutrida por el sensacionalismo de la época, canalizó estas impresiones y comenzó a crear ‘monstruos’, sin valuar, antes, la infracción del acusado. No obstante, esta forma de periodismo ocupaba un espacio significativo en la agenda de los ciudadanos, quienes denunciaban e inculpaban basándose, únicamente, en las reseñas nutridas de efectismos que presentaban muchos diarios.

Hubo dos acontecimientos –fundamentales para la historia del periodismo nacional– donde se puede ponderar dicha actitud además de mostrar a una población racista y discriminadora que reaccionaba contra “lo llano”, “lo distinto” o sus equivalentes, y en otro sentido, lo que podía significar “advenedizo”. Encontrando en aquellas humildes progenies, no muy inocentes, pero sí víctimas de esta posición desmedida, el peor encare a su etnicidad. Según la sociedad limeña, ahí se encontraban los culpables del desorden y el caos que pululaba en la ciudad.

Uno de los episodios más significativos de mediados del siglo XX debido al clamor nacional que produjo, gira en torno al caso del “Monstruo de Armendáriz”. Jorge Villanueva, conocido como el ‘Negro Torpedo’, fue ejecutado el 11 de diciembre de 1957, acusado y sentenciado por violar y matar a un niño de tres años. Y el segundo, nos coloca frente a un partido de futbol del ’64, donde Perú y Argentina pugnaban por clasificar a las Olimpiadas de Tokio. Aquel encuentro tuvo trágicas consecuencias: la pérdida de más de trecientas vidas, tras la indignación y enardecimiento de los espectadores cuando el árbitro uruguayo, Ángel Pazos, anuló un gol peruano; en esta oportunidad fue inculpado el hincha Víctor Vásquez, apodado después como el ‘Negro Bomba’.

Para Manuel Orbegozo, periodista que documento el primer caso, “a Villanueva se le juzgó más por negro, vago y ladrón que por asesinar a un niño”. Está misma condición la encontramos en el acontecimiento del ‘64, cuando los medios de prensa señalaron que “dos espectadores, primero uno de raza negra [Vásquez] y luego un joven, ingresaron a la cancha para tratar de agredir al árbitro, siendo detenidos por la policía”. Ambos personajes fueron acusados, señalados y vilipendiados por varios sectores a nivel nacional.

Evidentemente, los protagonistas de tan disímiles pero cruentos escenarios, tenían conductas violentas. Y la violencia, teniendo en cuenta las reflexiones del psicólogo Julio Cerna Cano, “es un producto social y no una causa endémica por sí misma en la que intervienen un conjunto de factores que conforman un fenómeno multidimensional que debe ser atendido desde una perspectiva sistémica”. En tal sentido, los casos tienen lugar en una época de cambios trascendentales en el país, especialmente para una Lima señorial y aristocrática que aún se resistía a la transformación de su realidad geográfica, cultural, social, política, económica, que produjo la denominada ‘cholificación de Lima’ (Quijano).

Ante esta vulnerabilidad en los imaginarios colectivos, era natural que los culpables de las tragedias fueran hombres de piel oscura o con facciones andinas y temple violento, provenientes de las clases más pobres de la sociedad. No importaba las circunstancias que producían el suceso, sino castigar a cualquier acusado que cumpla con esta condición étnica y social a fin sosegar a una población enquistada con remordimientos, odios y venganzas que la prensa amarilla alimentaba a diario.

Según afirma Víctor Maúrtua,  Jorge Villanueva fue víctima de “la ‘monstruitis’, un fenómeno que se difunde a través de los medios de comunicación, creando seres siniestros que aterrorizan a la ciudad y hacen clamar a la sociedad la aplicación de una terapia radical: la pena de muerte”. El proceso judicial de este delincuente de ‘poca monta’ estuvo “cargado de racismo, deseo de venganza colectiva y el objetivo exacerbado de limpieza social en una Lima conservadora, moralista y despiadada” (Historia de la Pena de Muerte en el Perú). Esta misma situación comenzó a producirse con el ‘Negro Bomba’, un hombre que fue inculpado por la tragedia del Estadio Nacional en el ’64, y con ello, la prensa se permitió engendrar a otro monstruo.

Tanto el negro “Torpedo” como “Bomba” reunían otra singularidad, lejos de ser tipos rebeldes y conflictivos, en cuanto a los contextos, en cada uno de los eventos existe un valor constante que permite vincularlos: ‘la justicia’. Con la muerte del primero, se pretendía tranquilizar a una urbe que la clamaba en las calles; cabe mencionar que la prensa contribuyó en estas cruzadas publicando titulares donde exigía a la Policía Nacional la captura inmediata del asesino. Y en el año ‘64, la población ejerce presión y la prensa, deja de ser un registro de información, para adquirir un rol participativo, haciendo tangible la indignación; sin embargo, según se conoce, muchos informes al respecto “se extraviaron”, quizás, para siempre.

Los hechos comparten varias particularidades, pero una de las más significativas radica en exponer el emplazamiento de la violencia tanto en las víctimas como en los ‘supuestos’ victimarios. Así encontramos a un criminal aseverando antes de morir: “Yo he cometido muchos delitos… he sido un hombre malo… pero este crimen no me pertenece” (Jorge Villanueva), y a un hincha peruano declarando que “estaba borracho”.

Jorge Villanueva Torres, con un pasado criminal que fue creciendo desde la niñez reforzando su imagen de vago y ladrón como víctima del exceso periodístico y jurídico de la época al sentenciarlo aun teniendo dudas de su culpabilidad; y Víctor Melasio Vásquez, un muchacho del barrio de Breña, que –pese a ser ‘detonante’ de la desgracia– no tuvo conciencia de los estragos que ocasionaría (su reacción obedece a un momento de agitación repentina); él,  según comentan, se dedicó al consumo exagerado de alcohol y de pasta básica que lo condujeron irremediablemente a la muerte. Fueron dos monstruos creados por la prensa y la sociedad, uno sindicado por violar y matar a un niño, y otro, como el culpable de la muerte de centenares de personas.
No cabe duda que hubo negligencia y desidia de diversas formas para ambas situaciones. En el primer caso, los jueces condenaron a Villanueva con indicios, por presión pública; en el segundo, las autoridades policiales quisieron restaurar el orden despóticamente, incluso se indica que frente al enardecimiento de la gente en el estadio, los superiores dijeron: “Mételes gas, pues, cojudo”, “Van a ver lo que es la autoridad, autoridad es la que manda”. Conductas igual de violentas como los cargos que se les incriminaba.

En dichos incidentes existe una marcada atención sobre los principales intérpretes del caos: la ‘monstruitis periodística’. Sin embargo, en la tragedia de mayor magnitud, encontramos aspectos de cuidado: por una parte, la tensión política que se vivía en Lima, llevando a responsabilizar de los estragos a los comunistas; y por otro lado, la captura de Vázquez días después de la conmoción social.


Por lo tanto, detrás de este fenómeno donde los medios de comunicación son inductores de la violencia, encontramos propagandas que aterrorizan a la población exagerando la verdadera presencia de los agresores generando las condiciones políticas para ejercer el control social, además de revelar una forma de violencia colectiva que se desarrolla y expande rápidamente en la sociedad. En consecuencia, la prensa bebería estimular la cohesión entre los ciudadanos y reconstruir el tejido social en base a valores fundamentales para la vida y la convivencia, evitando caer en procesos caóticos y deshumanizados.

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