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sábado, 22 de febrero de 2014

EL CÓLERA EN EL PERÚ Y LAS POLÍTICAS PÚBLICAS SANITARIAS A FINES DE LA SEGUNDA MITAD DEL XIX


Miguel Antacabana Angulo

CC.SS-UNMSM

Durante la segunda mitad del siglo XIX el cólera fue considera como una pandemia, dicha enfermedad afecto a zonas como la India, China, Singapur, Filipinas, Shanghái, Indochina,  Sumatra, Java (actual Indonesia); desde 1817. Mientras que en la llegada del cólera a Europa ocurrió en la década del 30 del siglo XIX[1]; en América los primeros casos de la enfermedad saltaron a la luz en las zonas portuarias de los Estados Unidos, Canadá, Cuba y México[2] (BETRÁN MOYA, 2006). Mientras que los países Sudamericanos fuertemente afectados fueron Uruguay, Argentina y Chile (durante los años de 1860/70-1890).

1.                  El Congreso Sanitario Americano de Lima y el debate sobre el cólera

Ante la rápida propagación de la enfermedad por los países sudamericanos, los médicos peruanos hicieron sentir su preocupación por medio de críticas, la falta de políticas de salud por parte del gobierno, el hacinamiento, la pobreza, etc. en síntesis los médicos peruanos hicieron hincapié en la inexistencia de recursos, costumbres y educación sanitaria en Lima y el resto del país (CUETO M. y., 2009). Sumado a la falta de “costumbres sanitarias” la ausencia de proyectos de potabilización del agua fue el gran problema. Al respecto se señala:

Durante el siglo XIX no existió en Lima un sistema de desagües subterráneos. […] Los vecinos utilizaban las acequias o al mismo Rímac como vías de desagüe, arrojaban las excretas al campo libre […] En última instancia, y con frecuencia, se recurría a la vía pública (LOSSIO, 2002).

A pesar que en el Perú del XIX el cólera no llego a convertirse en epidemia se presentaron casos en Lima y en el interior del país “según un informe de 1886 las muertos por enfermedades “del aparato digestivo” y la tifoidea, que  se trasmitían esencialmente a través del agua contaminada, se ensañaba con niños y sumaban 676” (CUETO M. y., 2009). También es preciso mencionar que durante buena parte del siglo XIX las viviendas no consideraban, al momento de su edificación, espacios que sirvieran como evacuadores de las necesidades.

En medio de esta atmosfera de “suciedad” el ministro de Relaciones Exteriores, Cesáreo Chacaltana, mando invitaciones a países del sur, norte y centro de continente para “adopta un sistema uniforme para precaverse de las calamidades que originan epidemias”. Con el apoyo del gobierno de Cáceres el Congreso Sanitario Americano de Lima (en adelante CSAL) se llevó acabo entre enero y marzo de 1888, allí se abordaron la experiencia de la epidemia del cólera en Chile, Argentina y Uruguay, y de otras enfermedades como el tifus y la fiebre amarilla. Los debates se desarrollaron bajo los paradigmas de la “Teoría Miasmática” y la “Teoría del Germen de la Enfermedad”

“Las ideas miasmáticas consideraban que las enfermedades infecciosas se generaban por la descomposición de materias orgánicas que envenenaban la atmosfera o se impregnaban a los objetos. Fuentes de contagio podían ser la basura, los cadáveres abandonados, el agua estancada y los pantanos […] consideraban que cambios bruscos en la temperatura o el medio ambiente (como un terremoto) podían desatar una epidemia.

[…] la Teoría del Germen de la Enfermedad buscaron diferenciarse radicalmente de la ideas miasmáticas, postulando que las infecciones eran originadas por seres microscópicos que no surgían espontáneamente sino que eran transmitidos o contagiados, de una persona enferma a otra sana (CUETO M. y., 2009).

A pesar que las ideas miasmáticas serán fuertemente cuestionadas en el CSAL y durante el resto del siglo XIX, su supervivencia argumentativa se apoya en parte en los terremotos ocurridos en Mendoza (1861), Salta (1871), Arica (1868) y  Coquimbo (1880) (GASCÓN, 2001). Las fechas de los terremotos coinciden con el desarrollo de la epidemia de cólera en los países sudamericanos. Y por otro lado vale mencionar que los seguidores de la Teoría del Germen de la Enfermedad se apoyaban en los trabajos de Luis Pasteur y en los descubrimientos del alemán Robert Koch, quien logro identificar a la bacteria que causaba el cólera, Vibrio Cholorea, durante su estancia en Calcuta y Alejandría. Es así que al término de dicho evento la teoría del germen será eje principal al momento del diseño de las políticas públicas de sanidad en el Perú durante los años de la Reconstrucción Nacional[3].

La importancia del CSAL para finales del XIX se debió a que a partir de allí el Estado peruano reelaborara sus políticas de salud pública. Y colateralmente esto contribuyo al fortalecimiento y reforma de la enseñanza de la medicina en el Perú, la Facultad de Medicina de la Universidad San Marcos jugo un papel importante. Incluso cuatro años antes del CSAL la Facultad de Medicina de San Marcos planteaba que el reglamento de 1826 debía ser actualizado, tomando en cuenta que en la “ciencia se han operado grades revoluciones…De aquí la necesidad de utilizar esos adelantos y de revisar nuestro reglamento de Sanidad” (LEÓN, 1884)[4].

2.                  Cólera, Estado y políticas publicas

Cuando hablo del cólera me estoy haciendo referencia a la “infección intestinal producida por una bacteria denominada Vibrio cholerae”. Esta infección genera en el enfermo una persistente diarrea y vómito que le produce una rápida deshidratación y que puede finalizar con la muerte (CUETO M. , 1997). La transmisión:

El mecanismo de trasmisión es por vía fecal/oral… heces-manos-alimentos/bebida-boca. Al ser eliminado por las heces, el Vibrio cholerae se encuentra en las aguas de desagüe o cualquier otra forma de contaminación fecal directa o indirecta (CARRILLO, 1991).

En el Perú el debate sobre las epidemias se desarrolló durante el contexto de la etapa final de la Era del Guano y se retomó, con mayor fuerza, después de la derrota peruana en la Guerra con Chile (1879-1883). Durante esos años la población peruana había sido víctima de enfermedades como la verruga, tifus y la fiebre amarilla. La alarma contra el cólera se enciende en el año de 1886, cuando empiezan a llegar noticias procedentes de Chile en la cual se ponía de conociendo de la existencia de una epidemia de cólera. La respuesta ante inminente llegada del cólera al Perú:

Poco después de iniciada la epidemia en Chile, en parte gracias a presión de los médicos, las autoridades políticas peruanas clausuraron los puertos para naves procedentes del Uruguay, Argentina y Chile (una medida que se aplicó a comienzos del año de 1887, se suspendió por unos meses de ese mismo año, y se restableció a fines del mismo; llegando a durar cuatro meses entre fines de 1887 y comienzos de 1888) (CUETO M. y., 2009).

El Estado acompaño los cierres de puertos con un llamamiento a los cónsules peruanos en Chile a expedir documentos de autorización sanitaria para la entrada de navíos chilenos. Las aduanas jugaron un papel similar, serian celosos vigilantes de las embarcaciones extranjeras. En ese contexto de máxima alerta se reactivó la Junta Suprema de Sanidad, con la finalidad de coordinar las medidas a tomar, con los diferentes organismos públicos de Lima y provincias y así mismo la reelaboración de un reglamento de sanidad. En 1887 la Junta aprobó el Reglamento de Sanidad, el cual “organizaba la sanidad del país en dos grandes grupos: la sanidad marítima o de litoral[5] y la sanidad terrestre.” (CUETO M. y., 2009).

En el primer grupo, la sanidad marítima, como se dijo líneas arriba los consulados peruanos y las aduanas cumplieron una función preventiva y de control para con las embarcaciones provenientes de Chile y demás países extranjeros. Mientras que la sanidad terrestre desarrollo el “proceso de medicalización de la sociedad”, donde médico y Estado debían desarrollar planes en conjunto. Con ello la Junta ejerció el papel de “policía medica”, Cueto señala que la Junta debía “perseguir omisiones y transgresiones que puedan constituir faltas o delitos sanitarios” así también “dictar las medidas higiénicas para prevenir las epidemias y elaborar proyectos de reformas higiénicas”. La aplicación de estas medidas lleva Cueto a señalar que esto significo “el desarrollo de la Salud Publica” donde el Estado ya no solo es garante de la vida pública de los individuos, a partir de allí transciende al ámbito privado (por medio de la medicalización de la sociedad).


Bibliografía



BETRÁN MOYA, J. L. (2006). Historia de las epidemias en España y sus colonias (1348-1919). Madrid: La Esfera de los Libros.

CARRILLO, C. (1991). Revista Médica Herediana. Recuperado el 20 de noviembre de 2013, de http://www.upch.edu.pe/famed/revista/index.php/RMH/article/view/1548/1535

CUETO, M. (1997). El regreso de las epidemias: salud y sociedad en el Perú del siglo XX. Lima: IEP.

CUETO, M. y. (2009). Entre la medicina, el comercio y la política: el cólera y el Congreso Sanitario Americano de Lima, 1888. En M. Cueto, & J. L. (eds.), El rastro de la salud en el Perú (págs. 111-150). Lima: IEP, Universidad Peruana Cayetano Heredia.

GASCÓN, M. y. (junio de 2001). Boletín CF+S. Obtenido de http://habitat.aq.upm.es/boletin/n16/aefer.html

LEÓN, A. I. (1884). Reglamento general de sanidad. Crónica Médica, 1(6).

LOSSIO, J. (2002). Acequías y gallinazos: salud ambiental en Lima del siglo XIX. Lima: IEP.
 
 



[1] Los principales casos se presentaron en las ciudades de Moscú, Glasgow, Berlín, Varsovia, puertos del Báltico, Londres, regiones del Norte de Francia la mayoría de ellos aparecieron durante los años de 1831-1832.
[2] En los Estado Unidos las principales áreas afectadas fueron: Boston, Nueva Orleans, Filadelfia y Nueva York. En Canadá, las áreas afectadas fueron las provincias del Quebec y Montreal en 1832. En Cuba, La Habana fue el área más afectada (1833). Y en México, las ciudades de Guadalajara, Tampico, Campeche y Yucatán.
[3] En el Perú existía, desde 1826, un reglamento de sanidad, al reactivase la Junta Suprema de Sanidad en 1886  con la misión de rediseñar dicho reglamento el cual será aprobado un año después. El nuevo reglamento de sanidad de 1887 será puesto en vigor al finalizar el CSAL.
[4]Este texto también se encuentra disponible en la web, Colección Digital de Biblioteca Central: <http://sisbib.unmsm.edu.pe/BVRevistas/cronica_medica/1884_n6/sec_of.htm >. El material físico está disponible en el Fondo Reservado de la Biblioteca Central de la UNMSM.
[5] Para una mejor administración y control del tráfico comercial portuario las aduanas se dividieron en tres clases. La primera, controlaba los puertos de Paita, Pimentel, Etén, Pacasmayo, Salaverry, Callao, Pisco, Chala, Mollendo, Ilo e Iquitos. En estas dependencias los barcos que presentaran enfermos de cólera u otras enfermedades eran tratados. En la segunda y tercera clase se encontraban los puertos de Chimbote y Cerro Azul.
 
 

miércoles, 22 de enero de 2014

Reflexión sobre la historia y la sociedad decimonónica de Lima: decencia, alteridades, sistema judicial y prensa

Entre pensamientos y otras (muchas) cosas...

RESEÑA: LA GENTE DECENTE DE LIMA Y SU RESISTENCIA AL ORDEN REPUBLICANO, de Pablo Whipple[1]


Por Gonzalo Paroy Villafuerte

La base del libro: Decencia y sociedad decimonónica limeña.

El problema de la diferenciación subjetiva (basada en un acerbo cultural producto de las relaciones sociales históricas) que uno hace del otro es un problema tan antiguo como la existencia del homo sapiens. Por supuesto, el limeño de las élites letradas del siglo XIX no fue la excepción. Las fuentes nos muestran constantemente sus intentos de diferenciar a los otros (la "plebe" compuesta por indígenas, afro-descendientes, asiáticos y sus múltiples mestizajes) de ellos, basado en un discurso donde ellos, los portadores del discurso, del poder para manifestar sus ideas y que además detentan el control del gobierno, la economía y la política, se asocian con lo civilizado, lo culto, lo moral, lo bueno, lo bonito, asociando a quienes no están en su grupo social (y "racial", factor importante del siglo XIX) con lo antagónico a ellos: lo salvaje, lo ignorante, lo inmoral, lo malo, lo feo, con muchos más epítetos como sucio, vicioso, antihigiénico. La división entre "aristocracia" y "plebe"  era además de una diferenciación económica y social  como lo abordó Alberto Flores Galindo[2], una diferenciación discursiva, que mantenía y justificaba la anterior. Múltiples aspectos nos ayudan a ver tal cuestión: términos como "raza", "civilización", "moral", "cultura", son constantes en las fuentes y nos ayuda a abordar las formas de percepción de las élites.[3]

El trabajo del historiador chileno Pablo Whipple[4] apunta a este tipo de estudio, abordando como variable tanto social, como discursiva, a la decencia. Su propuesta es simple: la élite letrada es "la gente decente" en oposición al resto de la población que al no detentar un cago público, ser analfabetas o no tener riqueza material, no era igual que ellos. En la mentalidad de la aristocracia limeña del siglo XVIII, los títulos, cargos y riqueza hablaban por las personas mismas, y se podía diferenciar a las personas en base a ello. Esta mentalidad es heredada por la naciente República. El problema es el siguiente: En el nuevo sistema de gobierno, la república y la democracia, la ley debía estar por encima de los cargos, nivel cultural, clase social, fenotipo o riqueza material, esto es, debía estar por encima de todo lo que regía a la sociedad colonial, debía estar por encima de lo que ·"la gente decente" daba por incuestionable, inamovible, normal. Y es que su "decencia conocida" debía, creían ellos, los seguiría colocando por encima de la ley, que pertenecía a la ·"modernidad" que defendían, pero que cuando les afectaba a ellos mismos, oponían una férrea resistencia apelando a los argumentos propios del sistema colonial, cuestión que atrasó la modernización del sistema judicial y político. En palabras del autor, se generó una ·«doble moralidad que causó la disociación  de sus discursos y prácticas, generándose una resistencia sociocultural a la instauración de la nueva institucionalidad republicana»[5]. Si la ley sobrepasaba las diferencias sociales, se apelaba a la decencia o superioridad moral para obviar la ley.

La decencia: historia y realidad.

«La decencia es una categoría de diferenciación racial y sociocultural de amplio uso en Perú hasta el día de hoy» escribe el autor. Se basó en un ejemplo muy contemporáneo: la decencia en la política como oposición a la corrupción (que bien podría ser aplicada a los siglos XVIII o XIX). En la coyuntura electoral del 2011 se leía en panfletos y en la web «Si Lima fuese decente, tu voto sería valiente», en clara alusión a la corruptela de la época de Alberto Fujimori, padre de la entonces candidata presidencial, Keiko. Implícitamente parte de la campaña fue que la decencia radica en ir en contra de lo que la victoria de Keiko Fujimori significaba: la indecencia... y se tenga el coraje y la decencia para votar por Ollanta Humala[6].  Al margen de las suspicacias políticas, la dicotomía es clara: uno se presenta como el decente, en contra de la corrupción. La decencia es no solo una variable a tomar en cuenta, no es solo parte del argumento central del discurso, sino que es el eje por el cual la sociedad debe dividirse. De igual manera, la prensa decimonónica, partidista y efímera como la conocemos hoy, atacaba a los opositores utilizando esta dicotomía. No es historia pasada, es realidad presente.

Fuentes y Bibliografía.

El historiador Pablo Whipple se basa primordialmente en la prensa periódica de la época, en especial, de los diarios El Comercio y El Mercurio Peruano, especialmente en la sección "remitidos" donde se ventilaban los escándalos y rumores de los litigios y problemas judiciales que tenían los limeños, confrontándola con textos que permiten observar las concepciones diferentes de la época como las novelas de Fernando Casós. En cuanto a la historiografía que guía al autor, principalmente encontramos a dos historiadores peruanos: Alberto Flores en su texto Aristocracia y plebe..., de donde da cuenta que la sociedad limeña vivía en una "cultura del pleito", extremadamente "judicializada" pues diferentes actores sociales de todo estrato social (y "racial") se encontraba en algún pleito, pese a que en esta sociedad «coexisten varios sistemas culturales y se enfrentan diversas reglas de comportamiento»[7]. Podríamos sumar a esta reflexión, de que diferentes actores tenían diferentes concepciones de justicia y pleito, pero que debían adecuarse a la dominante de la cultura letrada. Y por otro lado, sigue las ideas de Jorge Basadre, quien apunta que la prensa peruana era de las más efímera en toda América, solo proyectada para intereses partidistas[8]. Fueron, en palabras del maestro «desde las más abstrusas divagaciones de aislados ideólogos hasta la más desenfrenada, mendaz y popular procacidad», «escribían para ellos desde altos personajes de la política [...] hasta grafómanos, demagogos y aprovechadores de todo jaez»[9]. Amplía la información sobre El Comercio y de los remitidos. Era para Basadre un diario que dio acogida a todos los bandos de lucha en su sección comunicados, donde, pagando, cualquiera podría publicar su opinión, tratando asuntos personales, o doctrinarios. Los chismes y las habladurías abundaron en las "páginas amarillentas" de El Comercio.[10]  Cabe resaltar además que el autor recoge los estudios de categorías utilizadas para los temas de género y etnicidad, para los casos de América Latina, tales como honor, raza, moral, etc. 

Contenido[11]

En los primeros capítulos explica tanto el marco teórico como los antecedentes del término "decencia" y "honor" en la investigación histórica para casos peruanos y americanos. Trata el término decencia en perspectiva histórica, diferenciando los usos del término desde el ingreso de los españoles a América hasta nuestros días. La dicotomía gente decente /plebe fue creada en el Antiguo Régimen y transportada por los españoles, ligando así el origen social (nobleza-comunidad) con la decencia. En América, la sociedad de castas y la movilidad social hizo impracticable la dicotomía basada únicamente al origen social, por lo que se complementó con el nivel cultural, situación económica, posición laboral, origen racial y fenotipo, y, desde la época borbónica, con la higiene, la educación, la obediencia. Cuestiones que proponían que la decencia podría ser alcanzada por la plebe, por lo que el factor racial permitió aun mantener una división.      

Aun así, la "decencia" variaba según la persona que la invocaba y es un concepto comparativo. Un español pobre podía invocar su decencia en un conflicto con un esclavo o mestizo. Es decir, depende la comparación subjetiva con otro. La República intentaba proponer el ideal ilustrado en contra de la moral medieval que definía la élite. La decencia permaneció con su potencial de definir un conflicto, aun cuando se proponía una moral republicana basada en el mérito, que devino en un enfrentamiento en el sistema judicial, periodístico y policial.

Característica de la élite fue difundir su ideal de decencia, de moral, de ejemplo. Se intentó una lucha frontal contra todo lo que se asociaba a la corrupción colonial. El caso más notorio fue la intentona de erradicar los juegos y apuestas, señalado como el principal mal endémico. En la prensa se denunciaba este "vicio". El orden urbano tampoco fue ajeno a las nuevas políticas.

Por ejemplo, repasa la oposición de los intentos de renovar el sistema policial por parte de los intendentes de policía como el caso de Joaquín Torrico. Los remitidos en torno a la nueva autoridad no esperaron y se creía que no podría contra un vicio tan antiguo. Cuando se inició las multas y cierres, iniciaron las críticas: reclamaban supuestos favoritismos, las altas multas, la autoridad del intendente: «arbitrario Torrico, que como tan ignorante que es, creyó que el reglamento de policía y su autoridad se entendían sobre la gente decente»[12]. Su remoción fue inminente cuando la autoridad del reglamento sobrepasó a la "decencia" de la "gente decente". Casos similares se dieron, en donde se muestra claramente momentos donde no se podría ir contra la mentalidad colonial de estratificación por nivel socio-cultural. Los policías que debían ingresar a casas de "gente decente", sufrieron los estragos de tal situación. Eran castigados, removidos de su cargo, se ganaban un largo juicio o aun, terminaban presos.

La "orgía periodística" llegó a su cenit con los "remitidos". Quienes entendían la prensa como medio de difundir ilustración, fueron erradicados del campo de batalla. El periodismo como lo entendemos hoy era inexistente, la mayor cantidad de páginas eran estos comentarios pagados para su publicación, que tenían la finalidad de defender las jerarquías socio-culturales propias del orden colonial. Se dio uso y abuso de la libertad de prensa, que traspasaba constantemente la línea que dividía lo público de lo privado. La argumentación racional fue inexistente y se preferían insultos y calumnias en esta lucha en la prensa. El Comercio fue hijo de este sistema, incapaz de mantener una política de periodismo informativo, se transformó en el principal medio de publicación de remitidos.

Fueron estos espacios en la prensa lo que lleva a tratar a la sociedad limeña como una "cultura del pleito". Fue parte de la vida cotidiana y configuraba no solo los litigios públicos ya que buscaban argumentar a su favor o desprestigiar al contrario, así como alabar a los jueces, sino, que abordaban gran parte del pasatiempo de limeño. Los remitidos eran esperados, el chisme y el rumor fueron actores de esta sociedad. Aun los que no sabían leer escuchaban las noticias en espacios donde se daban lectura. No había conflicto o pleito judicial que enfrentara la gente decente, que no figure en la prensa y por tanto, que no sea conocida por la plebe. Este enmarañado social dio como resultado un singular personaje: el pleitero. Abogados o personas con habilidad para tramitar y relacionarse con todo tipo de personas. Se presentaban en la corte, conversaba con editores de diarios, tramitaban apelaciones, realizaban trabajos oscuros para asegurar su sentencia favorable. Merodeaban a jueces y abogados para evaluar posibles juicios de los cuales sacar ventajas. Por supuesto, en este sistema, los favores y reventas propios del sistemas colonial, permanecían. La habilidad de generar una red de contactos con personas influyentes o con empleados del Poder Judicial.

Un pleito típico, por ejemplo, era aquel donde se un terreno/hacienda está en litigio, pues esta se entregaba a un tercero mientras duraba el juicio. ¿Si la hacienda era el sustento de vida de una de las dos partes?. Un pleito era caro: abogados, trámites y remitidos. Un retraso o una apelación podía llevar a la ruina a individuos que podían ser herederos legítimos, pero que un mal redactado testamento llevó a una situación conflictiva.

La reflexión final del autor gira en torno al sistema judicial y a las personas que lo conformaban. Dentro de la anarquía política, el Poder Judicial fue el más estable y permitió una carrera pública. Era un grupo cerrado y conocido que generó suspicacia entre la gente. Se tenía temor de entrar en conflicto con alguno de ellos, fueron criticados y denunciados, pero nunca fueron acusados formalmente. Era un sistema que coqueteaba con la corrupción, que impedía una movilidad social. Por ello, se les insultaba con seudónimos y cuando se era posible, se resolvía una problema sin ir a instancias judiciales. Para muchos, los abogados y los jueces aun representaban la corrupción de la época colonial y su labor podía llevar a la ruina a muchas familias pese a que ganen un pleito.

Comentario y reflexión final.   

El libro es la reflexión e investigación que refuerza la idea de que en la sociedad limeña de los siglo XVIII y XIX era dividida por categorías socioculturales, creadas y abanderadas por las élites letradas donde ellos se asociaban a la decencia que ellos mismos moldeaban. Así, el término decencia, se une a la de honor, raza, casta u origen social en la justificación de una dicotomía social.

Pero, esta categoría permite al autor reflexionar sobre una característica de Lima que ha sido olvidada: Lima y sus habitantes estaban inmersos en una cultura pleitista, donde los diarios, el sistema judicial y los personajes son resultado de esta y a su vez la complementan y la explican. La investigación desenmascara el papel del periodismo de la época. No fue vehículo de cultura ilustrada, sino, de chismes y escándalos. Y ellos configuraban las pláticas cotidianas y las reuniones.

Si no hubiera existido la categoría de "decencia" en esta sociedad, seguramente otra similar hubiera sido utilizada de la misma forma para mantener el status quo de cada persona. La modernidad del problema sorprende, en tanto que la reflexión vertida puede aplicarse a la sociedad contemporánea. Los chismes son parte de la prensa diaria y la televisión nacional, reemplazo de la "gente decente" por la ""gente de la farándula". Los periodistas ventilan la vida privada y buscan hacerla pública, amén de mayor venta/sintonía, esto es, en busca de beneficio individual, una sociedad que se alimenta de los que Marco Aurelio Denegri denominó "La cacosmia televisiva". La sociedad del siglo XIX necesitaba del chisme y la prensa "del asco" para sobrellevar su vida cotidiana.

Finalmente, explica Whipple, cada personaje tenía un papel, que finalmente era difícil de cambiar. La élite mediante discursos justificaba el stableshiment, y cada personaje estaba imbricado en esta sociedad pleitista: abogados pleiteros, jueces corruptos, gente decente, herederos forzosos, la plebe, la aristocracia, todos imbricados en interminables litigios. Si el sistema judicial, con toda su corrupción, innecesaria burocracia, críticas constantes era el Poder estatal con mayor estabilidad, podemos imaginar la caótica gobernabilidad y la incertidumbre que vivían los limeños. Entendemos ahora que debemos sumar a las sangrías por las guerra civiles, el caudillismo y la total ignorancia del territorios peruano, la imposibilidad de renovar el sistema judicial y la oposición de la "gente decente" de acercar al Perú hacia un nivel socio-cultural que permita adoptar lo que hace al sistema republicano, justamente una República, basado en la igualdad, oportunidad y democracia.     


Bibliografía

BASADRE, Jorge, Historia de la República del Perú. 1822-1933 (Vol. II). Lima, 1983, Editorial Universitaria.

FLORES GALINDO, Alberto. La ciudad sumergida. Aristocracia y plebe  en Lima, 1760-1830. Lima, 1991, Editorial Horizonte. 
PAROY VILLAFUERTE, Gonzalo, "Los otros en discusión. Alteridades y discursos de las élites letradas limeñas del Perú decimonónico". Ponencia presentada en el V Coloquio de Sociología - UNMSM y en la XXI Coloquio de Historia de Lima.


[1] Lima, 2013, IEP / Centro de Investigaciones Diego Barros Arana.
[2] Alberto Flores Galindo, La ciudad sumergida.
[3] Este punto de vista lo hemos abordado en un trabajo titulado "Los otros en discusión. Alteridades y discursos de las élites letradas limeñas del Perú decimonónico", por lo que la lectura de la investigación de Pablo Whipple resulta relevante para nuestras futuras investigaciones, ya que da un punto de vista diferente en la construcción de discursos de la élite.
[4] Doctor en Historia por la Universidad de California, Davis (EE. UU.). El texto fue producto de la tesis doctoral presentada en el 2007. 
[5] Pablo Whipple, La gente decente de Lima, p. 21
[6] Ibidem, p. 31
[7] Alberto Flores Galindo, Op. Cit., p. 21
[8] Pablo Whipple menciona que Basadre lo denominó la "literatura del asco" o al proceso al rededor de la actividad partidista de la prensa como "orgía periodística"; pero en nuestro ejemplar de la edición citada, no hallamos tales denominaciones.
[9] Jorge Basadre, Historia de la República del Perú 1822-1933, Vol. II, p. 410
[10] Ibídem, p. 420.
[11] Cap. I: "De la decencia colonial a la republicana", Cap. II: "Vicios coloniales, virtudes republicanas", Cap. III: "La gente decente y la prensa ilustrada", Cap. IV: "La supremacía de los remitidos", Cap. V "Los remitidos y la cultura del pleito", Cap. VI "Los pleiteros" y Cap. VII "Un sistema judicial ambivalente".
[12] El Comercio, 15/06/1840, en Whipple, Op. cit., p. 72