Por: Verónica Reyes
Estudiante de Historia de la UNMSM
Contextualizando,
en el mundo griego las formas de transmisión de la información eran de forma
oral por tanto se sirvieron de los llamados mnemones,
funcionarios civiles que se encargaban de conservar oralmente no solo las
decisiones oficiales y precedentes sino también cierta cronología del pasado
aunque el desarrollo del alfabeto griego venía desde ya el 776 a.C.; y esta
función suponía un servicio que se prestaba a una sociedad ágrafa y que
correspondía a una necesidad que se experimentaba (Haveloc 1996: 118), pero la
conservación y transmisión solo eran eficaces y fiables si se encargaban
profesionales entrenados con este fin pero ¿estaba Tucídides preparado para tal
función? qué tan objetivos eran los discursos escritos en su libro si el mismo
autor señala:
[…] no solamente de lo que yo he entendido de otros
que lo oyeron, pero también de lo que yo mismo oí; dejo de escribir algunos.
Pero los que relato son exactos, si no en las palabras, en el sentido, conforme
a lo que he sabido de personas dignas de fe y de crédito, que se hallaron
presentes, y decían cosas más consonantes a verdad según la común opinión de
todos. (TUCIDIDES. 1986:32)
Pues la
pregunta queda abierta, puesto que la historia para ese tiempo no estaba aún
bien definida, esto es, los criterios de los que se servían para establecer los
hechos, como Momigliano señala respecto a aquella época, tenían “la ausencia de
reglas precisas sobre el modo de recoger y elegir los datos creaba confusiones
tanto en los autores como en los lectores y como el autor también menciona: Herodoto
podía ser considerado ya como el padre de la historia o como un embustero”; y
el oficio del historiador no debía limitarse a una simple narración de hechos
pretéritos, su trabajo consistía en rescatar el pasado humano: “saber otras
tales y semejantes que podrán suceder adelante” (TUCÍDIDES 1986:33) poniéndolo
en forma de relato. Partiendo de testimonios, y es por eso que se debe estudiar
al historiador primero que a los hechos, Carr sostiene: “Mi primera contestación a la pregunta de que
es la historia será pues la siguiente: un proceso continuo de interacción entre
el historiador y sus hechos, un diálogo sin finentre el presente y el pasado”.
Por todo esto se reconoce el componente subjetivo del historiador e inferimos
que los acontecimientos dicen lo que el historiador quiere que digan, Carr
añade: “El pasado que estudia el historiador no es un pasado muerto, sino un
pasado que en cierto modo viven aún en el presente […] toda la historia es la
historia del pensamiento y la historia es la reproducción en la mente del
historiador del pensamiento cuya historia estudia”. (CARR 1978:29)
Ahora solo
nos queda preguntarnos: ¿En qué
medida eran competentes los historiadores griegos para valorar los datos? La
pregunta, puesta en términos rigurosos, implica la interferencia de la retórica
en la investigación histórica (MOMIGLIANO.
1984:36) pues como Croce, citado por Carr (1978:28), menciona: toda la historia es “historia contemporánea”
y Carr añade: queriendo con ello decir que la historia consiste
esencialmente en ver el pasado por los ojos del presente y a la luz de los
problemas de ahora, y que la tarea
primordial del historiador no es recoger los datos sino valorar. Pues en la obra de Tucídides se
evidencias dos influencias de la sofística ateniense en el poder de la razón
como factor político e histórico como también en la estructura y el estilo de
su lengua haciendo uso de un austero pero amplio léxico, tratando de usar las
palabras correctas para cada situación de la guerra:
Y porque yo no diré cosas fabulosas, mi historia no
será muy deleitable ni apacible de ser oída y leída. Mas aquellos que quisieren
saber la verdad de las cosas pasadas y por ellas juzgar y saber otras tales y
semejantes que podrán suceder adelante, hallarán útil y provechosa mi historia;
porque mi intención no es componer farsa o comedia que dé placer por un rato
[esto en clara alusión a Herodoto, historiador contemporáneo al que criticó],
sino una historia provechosa que dure para siempre. (TUCIDIDES. 1986:33)
Su método claramente indica el
uso de la narración lineal de los acontecimientos salvo excepciones como por
ejemplo en el capítulo X, Virtudes y
loables costumbres de Pericles, en el que expone las capacidades oratorias
y de caudillo militar de Pericles.
[…] Pericles tuvo el poder junto
con el saber y prudencia, no se dejaba corromper por el dinero: regia al pueblo
libremente, mostrándose con él tan amigo y compañero, como caudillo y
gobernador […] (TUCIDIDES. 1986:126)
Pero Tucídides
maneja una división de la narración de dos elementos básicos: narración de
hechos y discursos.
La narración de los hechos como
los discursos ayuda a que Tucídides modele una historia pragmática. En el mismo
sentido señala que Tucídides no inventa los discursos, sino que “su intención
es adaptarlos para que desempeñen la nueva función pragmática que le asigna a
su obra” (IGLESIAS. 2011:55) pues su obra fue un reflejo de lo que el mismo fue
testigo o de lo que obtuvo por medio de conversaciones con testigos
circunstanciales de los acontecimientos en los que él no podía ser testigo [fue
exiliado en el 424 a.C. después no poder contener el asedio en Anfípolis]. Pero
lo complicado de analizar es con que objetividad Tucídides le atribuye a un
texto autoridad de testimonio, pues esto es algo que diferenciaba la
historiografía de la poesía épica lo que fue justamente necesario para
Tucídides que si bien no acostumbrase a recurrir a esta fuente le sirvió para poder
narrar su historia porque éste pudo ser el único medio por el cual él podía
entablar conversaciones en su exilio, las cartas fuente directa de lo acontecido
esto es fácilmente observable al leer los discursos que como el mismo menciona
están siendo reeditados “pero los que relato son exactos, si no en la palabras,
en el sentido” (TUCIDIDES. 1986.32) pero no transgredidos. La extensión de los
discursos en el Ágora eran de mayor amplitud a los presentados por Tucídides y
la memorización exacta de estos requería preparación, porque su historia no
estaba siendo elaborada para ser escuchada sino para ser leída, haciéndose
evidente su vínculo con los sofistas:
La sofística estaba buscando
comprender el objetivo y el valor de la fuerza de las acciones humanas, unas
veces oponiéndolas al derecho, otras veces identificándola con él. “Tucídides
introdujo con audacia este nuevo elemento en la historiografía y supo captar en
la guerra que se desarrollaba ante él el conflicto precisamente de dos fuerzas
adversas […] La historiografía se organizaba de esta manera por primera vez
alrededor de un problema político: era el descubrimiento de Tucídides”
(MOMIGLIANO 1984:169)
Y el fin didáctico que tiene su
obra, “mas aquellos que quisieren saber la verdad de las cosas pasadas y por
ellas juzgar y saber otras tales y semejantes que podrán suceder adelante,
hallarán útil y provechosa mi historia” (TUCIDIDES.
1986:33)
Ante los
diferentes tipos de discursos [Asambletarios y arengas militares] que también
trabaja un fin didáctico al generar con esto un modelo para posteriores
generaciones, Collingwood menciona:
Pensemos primero en el
estilo ¿No es, acaso, una afrenta, hablando desde el punto de vista histórico,
eso de que tantos y tan diversos personajes hablen de una y la misma manera y,
además, de una manera que nadie pudo haber empleado para arengar tropas en
vísperas de entrar en combate o para pedir merced de la vida de los vencidos?
(COLLINGWOOD. 1952.43)
Por lo mencionado respecto al uso
y el empleo casi único de los discurso para la elaboración de su Historia, este trata de marcar distancia
de su predecesor Herodoto al cual calificó de logógrafo, en el reconocimiento
de su individualidad y el interés de su época. El objeto de estudio de
Tucídides fue la guerra del Peloponeso por múltiples factores algunos de ellos
nos lo explica Momigliano: “Las monografías de tema militar y político a la
manera de Tucídides convenían a la época ya que ofrecían un modelo no solo para
obras sobre cada una de las guerras, sino también para libros sobre ´Hechos de
los griegos´” y es que el historiador
debía reconocer naturalmente los conflictos entre los estados griegos y en el
interior de los estados griegos pero Tucídides va más allá, él “hace la
distinción entre causas inmediatas y causas remotas o entre causas y pretextos”
(MOMIGLIANO. 1984) como lo menciona Tucídides:
Y para que en ningún tiempo sea
menester preguntar la causa de ello, pondré primero la ocasión que hubo para
romper las treguas, y los motivos y diferencias por que se comenzó tan grande
guerra entre los griegos, aunque tengo para mí que la causa más principal y más
verdadera, aunque no se dice de palabra, fue el temor que los lacedemonios
tuvieron de los atenienses, viéndolos tan pujantes y poderosos en tan breve
tiempo. Las causas, pues, y razones que públicamente se daban de una parte y de
otra, para que se hubiesen roto las
treguas y empezado la guerra […] (TUCIDIDES. 1986:33) [El énfasis es nuestro]
Pero para llevar a cabo su
historia Tucídides a comparación de Herodoto no presta mucha atención al
estudio etnográfico que aunque como menciona Momigliano, éste si mantiene la
unión entre guerra e historia constitucional.
Tucídides hizo de la experiencia
directa el primer requisito de una historiografía correcta […] El problema de
las fuentes y la evidente ventaja de estar en disposición de preguntar a
testigos, o de ser testigo personalmente, no pueden ser considerados el motivo
principal de la preferencia concedida a los sucesos contemporáneos o recientes
como tema de la historiografía. Métodos para obtener información correcta sobre
el pasado remoto habían existido desde l siglo V a.C., o sea, desde el inicio
de la historiografía en Grecia (MOMIGLIANO. 1984:48)
Y de esta forma Tucídides,
sirviéndose de todos estos elementos pretendió la creación de un historia
objetiva, plausiblemente de ser constatada y verificada y que sirviera a
futuras generaciones.
Fuente
TUCÍDIDES (1986). La historia de la guerra del Peloponeso.
Barcelona: Orbis.
Bibliografía
CARR, Edward. (1978) ¿Qué es la historia? España: ed. Seix
Barral S.A.
COLLINGWOOD, Robín (1965), La idea de la Historia. México:
Editorial Fondo de Cultura Económica.
HAVELOCK,
Eric. (1996). La musa aprende
a escribir. España: ed. Paidós
MOMIGLIANO, Arnaldo.
(1984). La historiografía griega.
España: ed. Critica
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