Ronny Pariona Medina
Estudiante de Historia por la UNMSM
El surgimiento
de la Edad Moderna tendrá sus fundamentos morales en la religión protestante
del siglo XV, que inicia la ruptura de la Iglesia Católica. La religión Católica
había mantenido en sus fundamentos básicos la promesa de un mundo de paz,
justicia y gloria; pero, esta promesa se convertían en el siglo XIV- XV, en un
puñado de dinero con lo cual se aseguraba la gloria eterna. El papa supremo
gobernador espiritual en la tierra en representación de Dios, había caído en la
corrupción con la venta de indulgencias. Todo pecado del hombre era perdonando
por la gracia del dinero.
Ante
esta crisis del siglo XIV-XV, se inicia una época de cuestionamientos al poder
de la iglesia y el poder espiritual de los papas que comienza a perder
legitimidad a la sociedad agobiada por las ventas de los pecados. Ante lo cual
surgen académicos que buscan cambiar el modo de gobierno de la iglesia; entre
los cuestionadores de la política del papado se encuentran Erasmo; él como
otros inician:
Una crítica abierta y directa
a las degeneraciones eclesiásticas medievales, y que precisamente al
reivindicar muchos derechos terrenales de la personalidad humana, sigue la
filosofía de Cristo. (…) hace del hombre-dios el centro y el modelo de la
vida-religiosa.[1]
Sin
embargo, lo que más importa a este humanista como también a muchos de
sus contemporáneos y a los que están a punto de hacerse protestantes, no es
saborear la palabra divina de un modo más refinado, sino extraer de ella el fundamento de sus propias
creencias y alimentar con ella la raíz de su propia religiosidad.[2]
Las
reformas que se buscan por parte de los humanistas a la Iglesia no va a ser
tomados en cuenta y va surgir una monje que inicia una lucha directa contra la
venta de indulgencia, recorriendo a la biblia y la fe como únicos instrumentos
para la salvación eterna. Lutero recorrerá a la biblia para buscar los
fundamentos y la promesa de Dios en la fe y no en la justificación de la obra.
Ningún
pecado puede llevar al cristiano a la condenación excepto la credulidad. Si la
fe vuelve o permanece solidad en la promesa divina hecha a quien reciba el
bautismo, todos los pecados quedan en un momento borrados por la fe misma, así
como por la veracidad de Dios, que no puede renegar de sí mismo, si tú le
reconoces y tienes firme confianza en su promesa.[3]
La promesa divina no sería
mantenida en este mundo, sino en el más allá. Sin embargo, al apoyar sobre este
principio la fe cristiana, Lutero la anclaba en la energía ética individual y
hacia de cada creyente el responsable autónomo y directo de su propia salvación.
La fe en efecto, al ver la inmutable verdad de Dios, aterra y humilla a la
conciencia, y después vuelve a levantarla, la conforta y la salva cuando se
haya arrepentido, de modo que la amenaza es causa de arrepentimiento y promesa
de consuelo para quien tiene fe en ella. Por la fe, el hombre merece la
remisión de sus pecados.[4]
Lo
único que en el cielo y en la tierra da vida al alma, por lo que es justa,
libre y cristiana, es el santo evangelio, palabra de Dios predicada por Cristo.
Así lo afirma él mismo: yo soy la vida y la resurrección; quien cree en mí
vivirá para siempre; yo soy el camino, la verdad y la vida.[5]
Lutero dirá que
el cristiano vive solo por la fe y el fin y la plenitud de la ley es Cristo
para quien creen en él será salvo. El ejercicio de los cristianos debería
cifrarse en grabar bien hondo en sí mismo a Cristo y a la palabra, para actuar
y fortalecer esta fe de manera permanente; ninguna otra obra puede trocar a un
hombre en cristiano, como dijo Cristo. “La única obra
divina consiste en que creáis en aquel Dios os ha enviado, porque sólo para
esto le ha destinado Dios padre. Una fe verdadera en Cristo es un tesoro
incomparable”[6].
Ninguna obra
justifica ni salva al hombre a pesar de existir leyes de Dios lo más importante
es la promesa y los ofrecimientos; por tanto cuando el hombre no cumple los
mandamientos y leyes de Dios y no encuentra nada que pueda salvar:
Este es el momento en que adviene
la segunda clase de palabras, la promesa y la oferta divina que dice: ¿quieres
cumplir todos los mandamientos, verte libre de la concupiscencia y de los
pecados a tenor de lo exigido por la ley? Pues mira: crees en Cristo; en él te
ofrezco toda gracia, justificación, paz y libertad; si crees lo poseerás, si no
crees no lo tendrás. Porque lo que te resulta imposible a base de las obras y
preceptos tantos y tan inútiles te será accesible con facilidad y en poco
tiempo a base de fe.[7]
Por la fe la palabra de Dios
trasfigura al alma y la hace Santa, justa y veraz, pacifica, libre y pletórica
de bondad: un verdadero hijo de Dios en definitiva, como dice san Juan a todos
los que creen en su nombre les ha concedido la posibilidad de ser hijos de
Dios.[8]
Esta promesa de
la vida por la fe también se da hacia otra persona, quien cree en el otro por
ser persona buena y veraz; este es el mayor honor que puede rendirle el uno al
otro como también la mayor injuria si lo hace lo contrario. De igual manera,
cuando un alma cree con firmeza en la palabra de Dios, le esta confesando
veraz, bueno y justo, y con ello le está rindiendo el más alto honor.
Cuando Dios advierte que el alma
confía en la sinceridad divina y le honra con esta fe, entonces él la honra a
ella, la reputa por justo y veraz, como lo es en virtud de esta fe. Cuando se
atribuye a dios la verdad y la bondad, se está correspondiendo a la justicia y
a la verdad, se está obrando en verdad y justicia, ya que la bondad tiene que
confiarse a Dios. Y esto son incapaces de hacerlo los que no creen, por mucho
que se empeñen en obra bien.[9]
El fundamento
que permite atribuir la fe la grandeza de que ella sola cumple la ley entera y
hace justos sin necesidad de los concursos de otras obras. Porque puedes
percibir que sólo la fe cumple el primer mandamiento que ordena: debes honrar a
Dios. No estarías justificado, no rendirías a Dios el honor debido, no
cumplirías el primero de los mandamientos aunque estuvieses lleno de buenas
obras de los pies a la cabeza. Porque no podrías honrar a Dios como hay que
hacerlo, si no se le reconoce como es en realidad, es decir, veraz, bueno;
ahora tal reconocimiento no puede provenir de obra buena alguna, sino sólo de
la fe que nace en el corazón. Las obras son cosa muerta, incapaces de honrar y
alabar a Dios, aunque puedan realizarse con esta finalidad.
Lutero una vez
justificado la libertad espiritual a través de la fe. No dejara de lado lo
exterior, el cuerpo la carne:
Es
cierto que el hombre, en el aspecto interior espiritual, se halla
suficientemente justificado en virtud de la fe y posee todo lo que necesita,
(pero) realmente se necesita ejercitar el cuerpo con ayunos, vigilias, trabajos
y con toda clase de moderada disciplina, para que se someta y se conforme al
hombre interior y a la fe y para que no los estorbe ni se oponga a ellos.[10]
Las obras buenas
no deben realizarse con la idea de que gracias a ellas se va a justificar el
hombre ante Dios; tal carencia no puede compararse con la fe, lo único que es y
que debe ser justo a los ojos de Dios. Estas obras tienen que hacerse sólo con
la finalidad de lograr la obediencia del cuerpo para purificarle de sus
apetencias desordenadas y para que dirija su atención a las tendencias malas y
exclusivamente a su alimentación.
Por más que los
reformadores, después de los humanistas, hayan querido creerlo, la nueva
religiosidad no era en absoluto un retorno a la del periodo evangélico. El mito
de la iglesia primitiva era, sobre todo, polémico e instrumental. Los
protestantes de la primera mitad del siglo XVI no hicieron otra cosa pero era
una conquista esencial que dar una mayor solidez a la conciencia cristiana,
proclamándola contra las instituciones y las aberraciones de la Iglesia
tardiomedieval, repudiando abiertamente unas y otras, y sentado las premisas,
aunque sólo implícitamente, para una nueva moral colectiva. La Iglesia hasta entonces
había sido una autoridad indiscutible y su predominio cultural, incontestable.
Tras su desaprobación clamorosa y bien acogida. Al romper el monopolio
teológico, Lutero no liberaba sólo la fe, sino todas las facultades
espirituales del hombre. Esto sucedió, sin duda, a pesar suyo, y la prueba es
que con el pretexto de la reforma religiosa estaba realizándose ya un más
amplio reajuste cultural.
Referencias
· LUTERO; “La libertad cristiana”, en Obras; Salamanca: Ediciones Síguime;
2001; 472pp.
· GARCIA, Ricardo; Raíces históricas del luteranismo; Madrid: Biblioteca de Autores
Cristianos; MCMLXIX; 294PP.
· ROMANO, Ruggiero y TENENTI, Alberto; Los fundamentos del mundo moderno; Madrid:
Rústica editorial ilustrada, Editorial Siglo XXI
(2da edición); 1972.
· FEBVRE, Lucien; Martín Lutero, un destino; traducido del
francés, por Tomás Segovia; México: Fondo de Cultura Económica; 1956; 282pp.
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