domingo, 6 de marzo de 2011

Por la laguna de las sombras

JUEGOS DE NIÑOS

Por Luis Paliza Sanchez

Ese año el invierno fue insoportable, era incómodo levantarse para ir al colegio: desvestirse, bañarse y vestirse, en cualquier momento se podía coger un resfriado. Había pasado tres años que empezamos a vivir, en el distrito del Rímac; mi mamá compró una casa de dos pisos, tenía un patio trasero; vivía con mi hermana y mi mamá, mi papá trabajaba en el extranjero y mensualmente giraba algunos dólares, que mi mamá bendecía. Con nuestro inicio de vida en el Rímac, también empezó mi época en la secundaria.

El primer año en el Rímac, fue divertido, tuve nuevos amigos, mi hermana se licenció como antropóloga, mi mamá encontró trabajo como profesora de música en un colegio particular de Miraflores. La casa paraba vacía, yo era el único que paraba allí, pues mi hermana viajaba a provincias y volvía después de varias semanas o meses y se quedaba una semana con nosotros, y nuevamente se iba, siempre traía algo nuevo; mi mamá llegaba tarde de su trabajo, con la cena y contándome novedades. Le dije que me sentía sólo, que me dejara traer a mis amigos, al principio acepto, pero me quitó ese privilegio cuando rompieron el espejo del baño y, lo peor, no quería que saliera a la calle porque decía que en este barrio había muchos rateros.

El segundo año, mi mamá alquiló el segundo piso a una pareja joven, estudiaban y trabajaban, por eso que llegaban a muy altas horas de la noche, en ocasiones volvían después de dos días, decían que se iban visitar a su familia. Eran muy amigables y divertidos, me invitaban al estadio, a cenar y me daban propinas por limpiar su piso. La casa ya no estaba tan vacía: los viernes, sábados y domingos podía entretenerme con ellos jugando ajedrez, conversando, mirando películas, aunque su estancia sólo fue ese año. Recuerdo que una noche llegaron con una botella de vino, cantando, alegres.

–Estoy embarazada, señora– dijo la joven –. Tengo tres meses

–Felicitaciones, hijita– dijo mi mamá

–Señora, acá traemos vino para celebrarlo– festejaba el joven

Cuando nació Raquel, la bebita, la joven pareja o, mejor dicho, la familia se mudó a otro sitió, decían que necesitaban más espacio. Fue un año bonito, había compartido mucho con esa pareja, me dejaron su número de celular y su dirección, me pidieron que fuera a visitarlos. Fui dos semanas después a su casa, me atendieron como siempre, como un amigo, no volví a verlos más por varios motivos.

Pero, fue en ese tercer año que viví una aventura inolvidable. Las clases habían empezado, todo ese mundo escolar me era insoportable: las clases aburridas, los profesores estrictos, horas tras horas esperando el recreo o la salida, luego el camino hasta mi casa, regresaba a mi casa y estaba vacía, debía de servir mi almuerzo, sentarme en el sofá, prender el televisor, dormir, hacer las tareas, mirar el reloj, las 7 de la noche, esperar a mi mamá para cenar, conversar con ella, llamar a mi hermana o esperar sus llamadas e ir a dormir.

Dos meses después de iniciar las clases, era difícil no estornudar durante todo el día; la mayoría de los alumnos llevaban chalina y otros gorros de polar o lana. Pero, a parte de ese invierno, el curso de geometría era a lo más difícil, nos costaba a todos aprender las fórmulas, las cantidades de cada lado, los ángulos, triángulos, etc., los otros cursos eran más suaves en comparación a éste.

Recuerdo que el día domingo, en el desayuno, mi mamá me avisó que iba a venir una nueva inquilina, la había llamado por teléfono y quedaron de acuerdo con la mensualidad, me dijo que era una profesora y no recuerdo que más, no presté atención a lo que me dijo, pues empecé a sentirme un poco mal, empecé a enfermarme. El día siguiente, lunes, traté de levantarme, estaba con el cuerpo caliente, no me bañé, tomé mi desayuno junto a mi mamá.

–Ha llegado la inquilina– dijo mi mamá –. Dice que es profesora

–Debo ir al colegio– le dije malhumorado.

–Llegas temprano, la casa va estar sola–

Salí apresurado de mi casa, un camión pequeño de carga estaba frente a mi casa y hombre fornido bajaba unos muebles; una señorita agraciada estaba parada y volteó a mirarme.

–¿Vives acá?– preguntó

–Sí­– respondí

–¿Tú mamá esta, verdad?– volvió a preguntar –. Puedes llamarla

No hizo falta que respondiera, pues mi mamá salió al instante, empezó a conversar con la nueva inquilina, las dejé atrás, seguí caminando, me sentía cansado, me dolía la cabeza, me pesaba el cuerpo, estaba quemando, «todo se va acabar temprano», me decía, «hasta las dos de la tarde». Nuevamente, la clase de geometría, traté de quedarme despierto, pero el cansancio me gano y quedé dormido; el profesor me despertó con un grito, salí al baño, me lavé la cara, tenía nauseas, vomité el desayuno, salí corriendo hacia la cabina del auxiliar, le explique que no estaba bien de salud, debía ir a mi casa, porque estaba enfermo; él me llevó a la enfermería del colegio, estuve sentado sin ser atendido, esperando a la enfermera, una hora después salí de allí y me fui al salón, recogí mi mochila y le pedí al portero que me diera permiso para salir, porque realmente me sentía mal; abrió el portón del colegio y camine las mismas calles que se volvieron inacabables, llegué a mi casa, y me tiré a mi cama; recuerdo haberme levantado cuando mi mamá llegó y se asustó al verme echado con el uniforme puesto e hirviendo de fiebre, me dio unas pastillas y me dijo que me iba a llevar al médico al día siguiente.

–Vamos, hijo, levántate– llamaba mi mamá –. En media hora llega el taxi, así que apresúrate.

–¡Ya voy!– grité.

Las pastillas que me dio mi mamá me calmaron un poco, pero aún me sentía mal, desayuné una taza de té con limón; subimos al taxi, llegamos al hospital, estuve sentado esperando hasta que me llamaron; mi mamá habló con el doctor, éste me examino y me recetó unos jarabes, «que descansara hasta que me recuperara y que me abrigase». Cuando regresamos a la casa, bajaba aquella señorita, estaba vestida elegantemente, saludó a mi mamá y, luego, a mí, y salió apurada.

–Es la nueva inquilina– dijo mamá

–Ah, que bien– traté de no mostrarme sorprendido –. Voy a dormir, estoy cansado.

Los días siguientes de esa semana no asistí al colegio, me quedé en mi casa, esperé recuperarme del resfriado para volver al colegio. Durante esos días, mi mamá llegaba más temprano de lo común para atenderme; en la hora de la cena, llegaba la inquilina, nos saludaba y subía a su habitación. La señorita era muy agraciada, de baja estatura, pero un cuerpo muy formado y su cabello largo castaño la convertían en una preciosura.

El día lunes, salí temprano de mi casa rumbo al colegio, a penas me vieron, mis compañeros corrieron a recibirme y empezó el bullicio: «¿oe, verdad que estabas enfermo?», «¿no sabes lo que te perdiste?», «¿no sabes quién vino?», «te has perdido lo mejor de la semana», «¡apúrate, siéntate!», «oigan, ahí viene»,« ¿ya llegó?», «oe, Luis, mira que rica profesora». El aula se quedó en silencio por unos segundos, sólo se escuchaba el avance de un par de tacos y entró al aula: Sí, era ella, la inquilina, «¿qué hacía aquí?», «¿Nos va a enseñar geometría?».

–Ella es la nueva profesora de práctica– dijo mi compañero de carpeta –. ¿Sí o no que está rica?

–Ella es mi inquilina– respondí –¿Cómo se llama?

–No, no jodas, ¿es tu inquilina?– dijo sorprendido –¿Y no sabes su nombre?

–No tuve tiempo de conversar con ella– y volví a preguntar –¿Cómo mierda se llama?

–Teresa… Teresa Bernales– dijo apresurado

La nueva profesora iba enseñar el curso de geometría, los lunes y viernes, pero sólo una hora y media, el otro tiempo lo iba dictar el profesor principal. No me sorprendía su belleza, su figura, tenía un dejo chileno, y acaba cada ejercicio con la misma sonrisa que a todos de la clase nos hacía suspirar. Cuando sonó el timbre, del cambio de hora, cogió la lista y empezó a llamar a cada uno. «Me va a llamar», pensaba, «no quiero mirarla», «se va a dar cuenta quién soy», «¡qué vergüenza!».

–Presente– respondí

Levantó la mirada, me observo por tres segundos y no hizo ningún gesto, llamó a otro y a otro, «¿no se habrá dado cuenta quién soy yo?», «quizá se olvidó mi rostro, no importa, mejor es así», me decía.

–¿No dijiste que te conocía?– volvió a preguntar mi compañero

–Sí, pero, quizá no se acuerda de mí– respondí

–Calla, mentiroso– se dirigió a mi con molestia –. Sólo querías lucirte, imbécil.

Al momento de retirarse la profesora, un ataque de silbidos, elogios y piropos fueron lanzados; pero se apagó con el ingreso del profesor principal que apenas soltó la maleta repartió una práctica escrita; yo no sabía que había práctica, había faltado las últimas clases y no estaba al día con el curso, traté de explicarle al profesor mi situación, pero no entendió y me dio la práctica: «si quieres no la des, pero ya sabes que tienes un cero».

De regreso a mi casa, pensé en verla pero no apareció sino hasta la cena; saludó a mi mamá y a mí y se dirigió a su habitación. Los días siguientes la miraba en el colegio, solía caminar sola, con un folder y un libro entre sus manos, de todos los lugares del colegio, incluido los profesores, auxiliares y personal de limpieza, soltaba silbidos, elogios y piropos, pero ella lo eludía; se mostraba pasiva ante la locura varonil. Fue el día viernes que regresé a mi casa, molesto por el resultado de la práctica de geometría, entré a mi habitación y me eché a dormir, mi mamá me despertó para cenar, le dije que primero me iba a bañar; al salir del baño, vestido con la piyama, fui a cenar y «¡sorpresa!». La profesora Teresa estaba con mi mamá, cenando, conversando, riendo; la saludé y empecé a cenar, traté de no intervenir en su conversación, quería acabar de cenar rápido e irme a otro sitio, no me gustaba este ambiente. El reloj marcaba las nueve y media, Teresa se levantó y se despidió, subió a su habitación, mi mamá recogió los platos y los llevó a la cocina y me llamó.

–He hablado con Techy y le he pedido que te de clases particulares– me dijo –Es hora que saques buenas notas

–¿Qué?– me quedé sorprendido –¿Por qué le has pedido eso?, yo solo puedo aprender. No te metas en esto, mamá…

–¿Así?– su mirada me retaba –. Acaso crees que no sé cuando sacaste en tu práctica, y todo por faltar. Desde mañana vas a recibir clases particulares y no me discutas

¿Cómo sabía de mi nota?, era obvio que alguien le había contado, ¿quién?, ¿Teresa?, ella pudo ser, es la única que tuvo acceso a mi nota. Salí de mi casa y camine por los parques, pensaba, me reía, «es una tontería, ¿pudo ser que Teresa insinuó mi nota para que mi mamá le pidiera que me enseñase?, no, es muy absurdo pensar eso, ella debe ser diez años mayor que yo, debe de tener su enamorado pues es muy bonita, ya deja de pensar en ella, Teresa o Techy, maldita profesora, por qué debes ser mi inquilina».

El día siguiente, sábado, mi mamá salió como de costumbre; tomé mi desayuno, esperé que Teresa bajara, limpié mi habitación y ordené la sala, y no bajaba, «quizá ha salido», pensé; almorcé en el sofá, esperando que bajara, pero no daba ninguna señal; las tres de la tarde, subí al segundo piso y, con algo de miedo, toque la puerta de su habitación, estaba un poco nervioso y avergonzado, mi mamá le había dicho que iba ir para que me enseñe.

–Sí, ¿quién es?– preguntó

–Soy…soy yo– respondí –Luis, el hijo de…

La puerta se abrió, ella se escondía detrás de la puerta, me miró insegura, luego de unos segundos sonrió, me invitó a ingresar a su habitación. Usaba un vestido blanco, tenía el cabello amarrado, su cuello era delgado y sus hombros estaban descubiertos, no usaba calzados, sólo medias, se notaba el color de su ropa interior, tenía una forma peculiar de caminar.

­ –Tu mamá ya me adelanto que debía enseñarte geometría­– me decía, mientras levantaba unos papeles de su mesa –¿Qué es lo complicado?

–Sí, gracias– le dije, trataba de mostrarme tranquilo –No entiendo muy bien geometría, estos triángulos, los lados,…

–Muy bien, empecemos –Se sentó a mi costado y empezó a explicarme cada problema del libro; tenía un olor extraño, olía a una fruta que me distraía , en ocasiones, no prestaba atención y miraba sus dedos, su mano, luego daba una ligera mirada a su rostro; ella también me miraba, sonreía, empecé a sudar, estaba callado, no deseaba hablar y, lo peor, empecé a excitarme.

–¿Entiendes?– preguntó.

–¿Ah?– desperté –. Perdón, estaba pensando en… tenía la mente en otro lado.

–¿Y en qué pensabas?– Su mirada no se apartaba de mis ojos.

–Eh, este…– mi cuerpo se calentó, mis manos empezaron a humedecerse, mi corazón parecía una bomba de tiempo.

Sonrió, me tocó la mano y empezó a jugar con mis dedos.

–¿Estas nervioso, no?– preguntó y soltó una pequeña risa –. Tranquilo, no pasa nada.

Se acercó, me toco la mejilla, podía sentir su respiración, no dejaba de sonreír, sus ojos estaban vivos, parecía que le gustaba hacerme esto, estaba tranquila; juntó su frente con la mía, luego su nariz, no dejaba de mirarme, y me besó, por unos segundos, cerré los ojos, sentí algo especial dentro de mí, intente abrazarla, y de golpe nos separamos.

–¿Te gustó?– preguntó –¿Tienes enamorada?

–No…, o sea, sí me gustó el besó, pepero… –empecé a trabarme –. No, nunca he tenido enamorada

–Ah, por eso es que no sabes besar.

Me sentí avergonzado, quería irme, que el tiempo retrocediera; algo pasaba, no me sentía bien, creí que me estaba volviendo a enfermar, tenía ganas de llorar, de llamar a mi mamá y decirle que me saqué de aquí. Pero, ella seguía igual, cómo si no le hubiese afectado nada.

–No te sientas mal– trató de calmarme –. Yo te voy a enseñar a besar.

Y volvió a besarme, estuvimos así, con este juego durante una hora, ella me explicaba cómo debía de abrir la boca, de juntar los labios de darle pequeñas mordidas, de no exagerar con la lengua, de no babear, de ser suave y, en ocasiones, algo fuerte para que sea pasional. Era extraño que mi profesora me enseñara a besar. Empezó anochecer, la puerta de la calle sonó.

–¡Mi mamá!– grité

–Apúrate, llévate el cuaderno– me dijo, y me ayudaba acomodar mis cosas, me apresuré a la puerta, tomé aire y traté de calmarme, me detuve en la puerta, y ella estaba aun sentada.

–Mañana… voy a volver por mis clases– le dije y salí.

Mientras cenaba, recordé cada beso que me deba y sus explicaciones, sus sonrisas, cuando me cogió de la mano, de la mejilla, esa confianza que me daba, la tranquilidad de explicarme, de tener esa paciencia y estar segura de lo que hacía.

–Que milagro que estés callado –dijo mi mamá sorprendida.

–No tengo nada nuevo que decir– le repuse

–¿Has ido para que te Teresa re enseñe?– preguntó

Por unos segundos me detuve a pensar que le iba a decir a mi mamá, ella podía preguntarle a Teresa y cómo debía responder ella o yo.

–Sí, sí fui– respondí –. Pero solo un rato, aún no entiendo mucho estos temas de geometría.

–Entonces, vas a seguir yendo para que te explique, le estoy descontando 50 soles de su mensualidad para que te enseñe tres veces por semana –continuó –Ella parece ser una buena muchacha, además eso le ayudará. Espero que aprendas, quiero que seas un profesional, como tu hermana, por eso que tu padre y yo nos sacamos la mugre para criarlos, ¿entiendes?

El día domingo volví a su habitación, pero dejamos los cuadernos y los libros de lado y nos echamos en el sofá a besarnos. Había en ella algo extraño, era distinta, no tenía miedo de hacer esto. Me gustaba, empecé a evocarla por las noches, pensaba en ella antes de dormir, me la imaginaba desnuda ante mí, le tenía ganas, pero iba ser imposible, nunca lo iba aceptar, ella es mayor, «soy sólo una aventura, entonces hay que aprovecharla». Una semana después hicimos el amor, el jueves –hasta ahora lo recuerdo– en la noche: ella me mandó un mensaje a mi celular, «estoy solita, te necesito conmigo. Sube». Salí de mi cuarto sin hacer ningún ruido, subí las escaleras y camine hasta su habitación, iba tocar su puerta, pero noté que estaba abierta, la empuje, y ella estaba sentada en el sofá, con una taza de café, escuchaba música a bajo volumen, cerré la puerta y me acerqué a ella.

–Quería estar contigo– me dijo, se puso de pie, llevo sus brazos sobre mi cuello y me beso.

–Yo también– le dije –No podía dormir, estas noches sólo he pensado en ti.

–Eres un romántico­– sonrió –Ven, acuéstate, aquí.

Nos acostamos sobre la cama, nos tapamos, ella se puso encima de mí, se acercó a mi oído, «tranquilo, amor, relájate». Se desvistió lentamente, me quitó el pijama, me besaba el cuerpo, el cuello, mordía mi oreja, se apegaba más.

–¿No tienes miedo de lo que vas hacer?– preguntó

–Un poco– respondí

–Sabes, no te estas cuidando– y se juntaba más –es peligroso…, pero que nos importa, ¿verdad?

Tenía razón, inclinó su cabeza, y llegó a tocarme mi sexo que estaba flácido, luego me lamía como una gata. Fue ahí que empecé a excitarme, mi cuerpo se calentó, la apegue contra mí, me calentaba, mi corazón empezó a latir más rápido, me emocioné y la penetré; ella dio un pequeño grito y empezó a moverse suavemente. Fue mi primera vez. Nuestros cuerpos se unían, empezamos a sudar, nos besábamos, tocaba sus senos, sus nalgas; ella gemía, se movía despacio, rápido, despacio, rápido, y ese volvió como el juego de niños, entre risas. Mis ojos miraban los suyos y el silencio explicaba todo ese sentimiento pasional, me gustaba ese movimiento de su cuello y de su cabello cuando se levantaba, el juego de sus caderas, las manos sobre mi pecho, la humedad de nuestros sexos, la tosquedad, la delicadeza, los suspiros, sus ojos decididos y los gemidos. En esa noche tuve mi primera eyaculación, creí que me había orinado, sentí por unos segundos un placer indescriptible, sentí vergüenza y solté un suspiro. Ella se apresuró a separarse, me miró, sus ojos estaban fijos en mi sexo.

–Mira como se ha puesto– me dijo, sonriendo–, parece que ya te has venido. Pero, muy bien por ser tu primera vez, has durado, Luis.

Me sentí avergonzado frente a ella, que también que estaba desnuda, me dijo que me limpiara y que me vistiera. Ella también hizo lo mismo.

–Ahora, vete a dormir– me dijo

–Sí, creo que sí­– me despedí de ella –. Es mi primera vez, y me dio gusto que sea contigo… te quiero, Techy.

Después de esa experiencia, tuvimos otras más, recuerdo que en una ocasión me hizo entrar a la oficina de matemática y cerró la puerta con llave por dentro; se echó sobre la carpeta, nos desnudamos, yo estuve encima de ella todo ese momento, aplastaba sus labios y cerraba los ojos para no gemir, cuando acabamos, limpiamos la carpeta con la cortina, salimos de la oficina de los mas tranquilo y nos separamos mientras caminábamos. Mis amigos empezaron a fastidiarme con ella, por ser considerado por Teresa en las intervenciones de clase y porque en ocasiones me veían conversar con ella en el recreo.

El siguiente mes, habíamos perdido el respeto hacia la “moral”, como decía mi mamá, hacíamos el amor en la sala, en su cuarto, en ocasiones, ambos regresábamos a la casa juntos y llevábamos el almuerzo a su habitación y allí estábamos encerrados hasta que llegara mi mamá. Nos habíamos acostumbrado a tener relaciones muy seguidas, que incluso perdíamos el apetito y no almorzábamos, sino hasta una hora antes que llegara mi mamá.

–¿Luis, estas comiendo?– preguntaba mi mamá preocupada –Te veo muy delgado; come, hijito.

–Sí, mamá– trataba de calmarla, aunque tenía razón, estaba adelgazando.

Vivía con Teresa una relación prohibida, mi mamá ni mi hermana lo debían saber, por ella, los profesores no tenían que saber esto, pero hacer lo prohibido lo hacía más emocionante, y fortalecía lo que sentía por ella. Cuando estuvimos cerda de cumplir cuatro mese, en una mañana, Teresa se había ido al colegio sin haberme pasado la voz, «¿Qué habrá pasado?», pensé. Creí que tenía alguna reunión de profesores, pero no era eso, porque no estaba igual, me eludía las veces que yo la buscaba, me daba excusas tontas que me molestaban. Después de clase del viernes la encontré a dos cuadras del colegio, cerca de un parque, le pedí conversar; ella se resistía. Le dije que quería saber por qué me ignoraba durante esa semana, necesitaba saberlo, no la deje avanzar, yo era más fuerte y más alto que ella, así que no podía zafarse de mí. Le rogué que dijera la verdad, pues yo la amaba, yo sabía que ella se sentía mal, y empezó a llorar, la abracé, le dije que no tuviera miedo, que yo siempre le iba a apoyar, que iba a estar con ella siempre.

–Tu mamá sospecha algo– dijo llorando –. El viernes pasado subió a mi cuarto a preguntarme y me amenazó con echarme si era cierto.

–¿Qué?, no es posible– trate de calmarla –¿Y, por qué no me dijiste eso?

–Tenía miedo que no me creyeras– empezó a calmarse –.Tengo miedo de no volver a verte. Tú también eres muy importante para mí, a pesar de nuestra edad, eres el primero que me ha hecho sentir una mujer, me gusta que me beses, tus caricias, que me hagas el amor, ¿entiendes?

–Yo también deseo estar contigo– le dije –. Por supuesto, que también te amo, y me gusta tenerte a mi lado, pero no debiste ignorarme.

Estuvimos conversando cerca de una hora sentados, compramos unas galletas, le dije que fuera a la casa y que saliera, yo la iba a esperar en ese mismo parque. Luego de una hora regresó, trajo comida; subimos a un carro hasta Lince, caminamos unas cuadras y entramos a un hotel. Nos acostamos, mientras hacíamos el amor, le decía que nunca la iba a dejar, que la amaba; ella sonreía y lloraba, decía que era emoción; almorzamos, estuvimos abrazados por varias horas, no nos separábamos, juramos estar juntos para siempre y que nos íbamos a casar. Salimos del hotel cerca de las ocho de la noche.

–Vete a tu casa– me dijo y me dio un beso –. Si tú mamá nos ve juntos se va a ofender. Yo voy a dormir a casa de una amiga, dile que has estado con tus amigos. Ya vete, te amo.

Cuando regrese a mi casa, mi mamá estaba mirando televisión, sentada en el sofá, cenando, me dijo que me acercara con mi cena que quería hablar conmigo algo importante.

–¿Qué pasa?– le pregunté

–¿Oye, Luís, tú estas saliendo con Teresa?– cuestionó

–¿Por qué dices eso?– trate de mostrarme ofendido por su pregunta –. Estas loca, ella es mi profesora, ¿cómo vas a creer eso? Jamás. En el colegio todos la fastidian, y a mi me joden con ella porque vive acá, nada más. No debes creer lo que dicen, mamá. Y, si quieres vamos a subir a preguntarle…

–Ella aún no llega– dijo calmada –. La semana pasada le pregunté y me dijo lo mismo. Ay, Luis, espero que sea cierto; ahora dime ¿Por qué llegas a esta hora?

–Estaba en casa de mis amigos– le respondí –. Una reunión por el cumpleaños de Carlos.

–Tú debes estar con jóvenes de tu edad– terminó.

A partir de esa fecha, tuvimos que tomar precauciones: por las madrugadas, subía al cuarto de Teresa y dejaba debajo de su puerta las cartitas y notas para encontrarnos fuera de la casa. Ella nunca rechazó esos pedidos, siempre nos encontrábamos en el mismo parque, subíamos al mismo carro, Lince, hotel, comida, casa. Los sábados y domingos aprovechábamos que no había nadie en casa para estar casi todo el día juntos, desayunábamos, hacíamos limpieza, luego nos bañábamos y almorzábamos. Mi mamá llegaba a las 7 de la noche; mi hermana regresó de su viaje a Huamachuco, así que paraba en casa más seguido, de vez en cuando, las dos iban de compras y volvían tarde: yo les decía que también iba a salir con mis amigos, cuando preguntaban por Teresa, les decía que había salido temprano.

En una de sus regresos­ –un mes después de ese incidente–, mi mamá y mi hermana trajeron una cena, llamamos a Teresa para que cene con nosotros; mi mamá se disculpó ante ella, diciéndole que había escuchado rumores, pero que ya estaba todo claro, mi hermana se mostraba indiferente, y que sabía que era una buena muchacha y que no se preocupará por nada. Teresa también le pidió disculpa por permitir esos cometarios y explicó que nunca hubo nada entre yo y ella.

Después de la cena, salí de mi casa a caminar, me sentía extraño de pensar que estaba engañando a mi mamá, y que Teresa también lo estaba haciendo, tarde o temprano se iba a dar cuento de ello. Recibí un mensaje de Teresa: «Tú mamá y tu hermana están durmiendo, ven, te espero en mi cuarto… ¿Te gustan los riesgos, verdad?». Me senté en una banca del parque, sabía que las cosas estaban mal, pero quería seguir con Teresa. Volví a mi casa, entré a mi cuarto, recibí otro mensaje de Teresa, pero no lo leí, no sabía que estaba pasando conmigo, traté de dormir, apagué el celular, sentí angustia de este momento; los ojos estaban fijos en el techo, quería hablar con alguien. No podía dormir, miraba las paredes, los cuadernos, me daba vueltas sobre la cama. De pronto escuche que tocaban la puerta de mi cuarto, me levante apresurado, «¿Será ella?», abrí la puerta, Teresa estaba parada allí afuera, mirándome.

–¿Puedo pasar?– preguntó

–Entra– le dije, cerré la puerta y le puse seguro

–¿Por qué no subiste?– volvió a preguntar –Te estaba esperando

–No me siento bien– le respondí

–¿Estás enfermo?, pobrecito, yo te voy a sanar– se puso acariciarme y besarme.

Se recostó sobre mí, echados en la cama, empezó a desnudarse, me desnudo, nos tapamos.

–Yo tengo el mejor remedio para ti –sonreía –, deja que sea tu doctora esta noche.

–Sí, creo que lo necesito– le dije.

Nos envolvimos en el placer del amor, tratamos de no movernos mucho, pues sonaba la madera de la cama, en ocasiones, nos echábamos en el piso, para estar más cómodos, cuando acabamos, volvimos a la cama y le dije que estaba un poco mal por engañar a mi mamá, ella sólo escuchaba, me dijo que esto iba a cambiar con el tiempo. No recuerdo cuantas horas pasaron, pero sonó el despertador, las 9 de la mañana, Teresa a mi costado, desnuda, al igual que yo. La desperté, ella se apresuró a levantarse, maldecía el momento, empezó a vestirse apresurada, le dije que se calmara, iba a salir a ver si había alguien en la sala. Teresa no podía salir hasta que la sala este vacía, le dije que me esperará, que cuando no hubiera nadie afuera, la iba a sacar. Con mi mamá desayunamos, me dijo que le acompañe al mercado, porque mi hermana estaba durmiendo, estaba muy cansada de caminar tanto ayer. Acepté, entre a mi cuarto y Teresa estaba aun echada leyendo los libros, le dije que iba a salir con mi mamá al mercado y que mi hermana estaba durmiendo, que aprovechara cuando no haya nadie en la sala.

Ese domingo, no volví a ver a Teresa, estaba en su cuarto; mi hermana estuvo muy atenta conmigo, estaba en mi cuarto y me contaba de sus viajes, de las fiestas, de la presentación de su investigación en un congreso de antropólogos; no nos habíamos visto hace varios meses, y debí darle importancia, creí que era normal su atención hacia mí; aunque sea conversar con ella me quitaba de la mente a Teresa, que no contestaba los mensajes, ni salía de su cuarto para ir a la calle, «debe estar preparando sus clases», pensé, «estas últimas clases ha estado improvisando, voy a dejarle que acabe, más tarde la voy a buscar».

Cuando estuvimos cenando, Teresa bajó, se sentó con nosotros, la noté distinta, no conversaba con nosotros. Trate de animarla, preguntándole que le pasaba, «nada, todo bien», respondía.

–Te sientes un poco mal, Teresa– preguntó mi mamá –, te ves pálida.

–No, señora, no pasa nada, todo esta bien– trató de calmarse y forzaba una sonrisa.

Algo sucedía, ¿pero qué?, de pronto un escalofríos me cogió, «está embarazada», pensé, «mierda, no nos estuvimos cuidando», trate de acabar la cena, el apetito se me había ido. Teresa acabó antes y se fue, se despidió de nosotros. Mañana iba a tener un día muy complicado, se fue diciendo.

–Algo debe tener, Teresa– dijo mi hermana y se dirigió a mí –Tú la conoces mejor, ¿sabes algo?

–No– respondí. Pero su pregunta tuvo un tono de ironía.

Cuando me fui a dormir, le mande otro mensaje, esta vez si me respondió: «Yo también te amo, no te preocupes, estoy bien, sé que nunca me vas a dejar y que vas a estar conmigo siempre». Pasaba algo, nunca había terminado un mensaje así.

Estábamos en las últimas semanas de clases, e iban a empezar los finales; tenia seguridad de acabar bien se año: Teresa me ayudaba en mis cursos, me pasaba las preguntas de las practicas de geometría y me enseñaba a resolverlas, empecé a comprender los temas de geometría, aprendí los teoremas y resolvía los problemas con facilidad. Ese lunes no llegó Teresa, mis compañeros me preguntaban por su ausencia y no sabía que responderles, «no sé», les decía, yo también estaba preocupado por esa ausencia, ella era puntual y nunca había faltado a su clase: de regreso a mi casa, subí a su habitación a buscarla y estaba allí echada sobre su cama mirando televisión, me vio y no se sorprendió, me saludo sin interés.

–¿Por qué no has ido al colegio?– pregunté

–Porque ya no enseño– respondió con un tono de indiferencia –Mi contrato acabó, solo fui profesora de práctica, nada más.

–¿Qué pasa?, ¿por qué me hablas así?

–Siempre te he hablado así– no dejaba de mirar el televisor –. Tú eres el que está extraño.

No le dije nada, salí de su habitación, me fui a bañar, almorcé, descansé hasta que mi hermana con mi mamá llegaron, cenamos, nos fuimos a dormir; en la madrugada, pensaba en ella, «dejó de amarme», pensé, lloré, me sentí rechazado, dolido, no entendía por qué estaba así, me levante, salí y corrí a su habitación, iba a tocar la puerta, pero se abrió antes: Teresa estaba allí, había llorado, estuvimos mirándonos sin decirnos nada, ambos sufríamos por dentro, me abrazó y empezó a llorar apretando sus labios, entramos a su habitación, me explicó que se iba a viajar, su contrato acabó y debía volver con su familia, y que le dolía esto, dejarme, dejar lo nuestro, pero me sorprendió más lo que dijo después.

–Quiero irme contigo– sollozaba –. Dime que nos vamos a ir juntos

–Quédate– le dije –, no es necesario que te vayas

–Tengo que irme, Luis– empezó a rogarme –. Pero quiero irme contigo. Te amo, nunca amé antes así, te amo, Luis.

–¿Por qué no puedes quedarte?– pregunté –¿Ha pasado algo para que te quieras ir?

Me miró, sus lágrimas caían lentamente, trató de sonreír, mordió una parte de su labio, suspiró y bajó la mirada. Escuchaba los segundos que transcurrían y que se hacían inacabables; después de un rato, se calmó, dejó de llorar.

–Te entiendo, Luis– estaba más calmada –. No quieres irte conmigo, ¿Tienes miedo, verdad?

–No, no es eso– respondí –Pero… no entiendo porque debas irte; acá podemos estar mejor, ¿no?

–Creo que no entenderías, si te lo explicara.

–Yo creo que sí– respondí

Me abrazó, nos besamos, nos acostamos, hicimos el amor, pero no con la misma emoción como las anteriores; por momentos ni nos mirábamos, ambos rompimos en llanto, lamía sus lágrimas y ellas las mías, no dormimos esa noche, le cante una balada y le declamé una poesía, ella sonreía, pero por dentro sufría, al igual que yo, nos susurrábamos muchos te amo; despertamos abrazados. La deje durmiendo, me bañe y me fui al colegio, estaba con sueño, bostezaba a cada momento; en el recreo cuando me dirigía al baño me encontré con el profesor de geometría.

–Me despides de Teresa– me dijo –¿A qué hora va a viajar?

–¿Qué?– sorprendido –Ella no va a viajar…

–¿Qué extraño?, en su informe mencionó que iba a viajar hoy– respondió

Me apresuré al aula, saqué mi mochila, le dije al portero que mi mamá tuvo un accidente y necesitaba salir; él se apresuró a abrir el portón, corrí con todas mis fuerzas hasta mi casa, entré a su habitación y no había nada, nada; la llamé por celular y estaba apagado, me arrodille a llorar, pronunciaba su nombre, me desesperé, un dolor en el corazón, angustia; golpeé las paredes, maldije al mundo, la extrañaba, seguía llorando, las lágrimas me hundían en el dolor, por momentos sentía que no deseaba vivir. Bajé a la sala, entré a mi habitación, sobre la cama un papel: “Es mejor que te quedes con tu familia; yo no te iba a dar ningún futuro. Te amo, Luis, nunca te olvides de mí, porque yo jamás lo hare. Cuídate”

Dicen que llorar es la mejor manera para desahogarse, pues yo me ahogaba más entre las lágrimas, me dormí, me olvidé de almorzar, mi mamá me despertó para cenar, rechacé la cena, le dije que no me sentía bien; traté de dormir, pero no podía, evocaba su rostro, la imaginaba, pensaba qué hubiera pasado si me hubiese ido con ella, ya no podía llorar, me dio sed, estaba deshidratado, releía la carta, «ella no esta, Luis», cálmate, «sólo no la olvides».

Tres años después, casi todo había cambiado para mi familia y para mí: Mi papá llegó del extranjero y formó una empresa textil, mi mamá se dedicó ayudar a mi papá en el trabajo, tuvieron muy buenos resultados; mi hermana se casó con su compañero de carrera, y esperaba un hijo; yo empecé estudiar en la universidad, ya estaba en mi segundo año del ciclo básico. En abril, nació mi sobrina y le pusieron el nombre de mi mamá, dos meses después mi hermana viajo con su esposo a La Libertad para hacer un estudio sobre un pueblo, volvieron a las dos semanas llenos de regalos y de noticias. Pero la más impresionante fue lo que dijo al último.

–¿No saben a quién vi en Trujillo?– preguntó mi hermana

–¿A quién, hijita?– preguntó mi mamá

–A Teresa, la inquilina que vivió aquí hace años– respondió mi hermana

–¿Quién Teresa?– preguntó mi papá

–La profesora que te conté pues, la que vivió en el segundo piso…–empezó explicarle mi mamá

–Ya está casada, estaba con su marido paseándose por la Plaza de Armas de allá– comentó mi hermana –Mando saludos para todos, y para ti también, Luis. Le conté que estabas estudiando y que ya eras todo un joven…

Empecé a recordar, Techy, mi profesora, no, ahora es una mujer casada, nunca te olvidé, sabía que estabas en alguna parte, estoy feliz que estés casada, haz conseguido a alguien que te pueda amar, que te puede dar lo que desees, que no te iba a traer problemas infantiles, a alguien que se iría contigo al fin del mundo y sin dudarlo. Y, sé que no me has olvidado, sé que aún te acuerdas nuestras aventuras…

–Luis, oye… te estoy preguntando– mi hermana empezó mover su mano –¿Estas en la Luna?

–Me voy a estudiar, tengo práctica– agradecí, me levanté y caminé a mi habitación

Entré, estuve de pies por unos minutos, «cálmate, no llores», me dije, pero mis emociones me vencieron y dejé caer las lágrimas que no cayeron hace tres años, abrí mi ropero, saqué mis pantalones y allí estaba su carta, la releí, la extrañaba: el solo pensar que estas con otro me mataba, la angustia, la desesperación, «dijiste que no me ibas a olvidar, que me amabas que te ibas a casar conmigo, ¿por qué?, cálmate, Luis, fue lo mejor…»

–¿Creí que ya no llorabas?– mi hermana estaba detrás de mi, me había observado

–¿Qué haces acá?– le grité –No puedes entrar, tú tienes tu habitación, ¡vete!

–Ay, hermanito, ¿acaso crees que no lo sabía?– la misma ironía –Yo la vi salir de tu habitación, esa mañana, ¿cuántos años ya han pasado? Ni me acuerdo, cuando te fuiste con mamá al mercado. Le pedí que se fuera, porque sino ella iba a salir perdiendo; pero ella decía que tú la amabas y que te ibas a ir con ella, incluso me amenazó. Parece que no te conoció, porque aún tú estas acá; no te preocupes parece que ella está mejor allá. Supongo que ya la olvidaste, ¿no? Buenas noches y límpiate los ojos.

Esa fue la razón, ahora todo tomó forma, por varios meses pensaba por qué se había ido sin despedirse, por qué no llamaba; pero tarde o temprano la iba a ver o saber algo de ella; caí sobre la cama, aún la amaba, debí irme con ella, fui un egoísta y la extrañaba ahora más.

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