Entre pensamientos y otras (muchas) cosas...
RESEÑA: LA GENTE DECENTE DE LIMA Y SU RESISTENCIA AL ORDEN REPUBLICANO, de Pablo Whipple[1]
Por Gonzalo Paroy Villafuerte
La base del libro: Decencia y sociedad decimonónica
limeña.
El problema de
la diferenciación subjetiva (basada en un acerbo cultural producto de las
relaciones sociales históricas) que uno
hace del otro es un problema tan
antiguo como la existencia del homo
sapiens. Por supuesto, el limeño de las élites letradas del siglo XIX no
fue la excepción. Las fuentes nos muestran constantemente sus intentos de
diferenciar a los otros (la
"plebe" compuesta por indígenas, afro-descendientes, asiáticos y sus
múltiples mestizajes) de ellos, basado en un discurso donde ellos, los
portadores del discurso, del poder para manifestar sus ideas y que además
detentan el control del gobierno, la economía y la política, se asocian con lo
civilizado, lo culto, lo moral, lo bueno, lo bonito, asociando a quienes no
están en su grupo social (y "racial", factor importante del siglo
XIX) con lo antagónico a ellos: lo salvaje, lo ignorante, lo inmoral, lo malo, lo
feo, con muchos más epítetos como sucio, vicioso, antihigiénico. La división
entre "aristocracia" y "plebe" era además de una diferenciación económica y
social como lo abordó Alberto Flores
Galindo[2],
una diferenciación discursiva, que mantenía y justificaba la anterior.
Múltiples aspectos nos ayudan a ver tal cuestión: términos como
"raza", "civilización", "moral", "cultura",
son constantes en las fuentes y nos ayuda a abordar las formas de percepción de
las élites.[3]
El trabajo del
historiador chileno Pablo Whipple[4]
apunta a este tipo de estudio, abordando como variable tanto social, como
discursiva, a la decencia. Su
propuesta es simple: la élite letrada es "la gente decente" en
oposición al resto de la población que al no detentar un cago público, ser
analfabetas o no tener riqueza material, no era igual que ellos. En la
mentalidad de la aristocracia limeña del siglo XVIII, los títulos, cargos y
riqueza hablaban por las personas mismas, y se podía diferenciar a las personas
en base a ello. Esta mentalidad es heredada por la naciente República. El
problema es el siguiente: En el nuevo sistema de gobierno, la república y la
democracia, la ley debía estar por encima de los cargos, nivel cultural, clase
social, fenotipo o riqueza material, esto es, debía estar por encima de todo lo
que regía a la sociedad colonial, debía estar por encima de lo que ·"la
gente decente" daba por incuestionable, inamovible, normal. Y es que su
"decencia conocida" debía, creían ellos, los seguiría colocando por
encima de la ley, que pertenecía a la ·"modernidad" que defendían,
pero que cuando les afectaba a ellos mismos, oponían una férrea resistencia
apelando a los argumentos propios del sistema colonial, cuestión que atrasó la
modernización del sistema judicial y político. En palabras del autor, se generó
una ·«doble moralidad que causó la disociación
de sus discursos y prácticas, generándose una resistencia sociocultural
a la instauración de la nueva institucionalidad republicana»[5].
Si la ley sobrepasaba las diferencias sociales, se apelaba a la decencia o
superioridad moral para obviar la ley.
La decencia: historia y realidad.
«La decencia
es una categoría de diferenciación racial y sociocultural de amplio uso en Perú
hasta el día de hoy» escribe el autor. Se basó en un ejemplo muy contemporáneo:
la decencia en la política como oposición a la corrupción (que bien podría ser
aplicada a los siglos XVIII o XIX). En la coyuntura electoral del 2011 se leía
en panfletos y en la web «Si Lima fuese decente, tu voto sería
valiente», en clara alusión a la corruptela de la época de Alberto
Fujimori, padre de la entonces candidata presidencial, Keiko. Implícitamente
parte de la campaña fue que la decencia radica en ir en contra de lo que la
victoria de Keiko Fujimori significaba: la indecencia... y se tenga el coraje y
la decencia para votar por Ollanta Humala[6]. Al margen de las suspicacias políticas, la
dicotomía es clara: uno se presenta como el decente, en contra de la
corrupción. La decencia es no solo una variable a tomar en cuenta, no es solo
parte del argumento central del discurso, sino que es el eje por el cual la
sociedad debe dividirse. De igual manera, la prensa decimonónica, partidista y
efímera como la conocemos hoy, atacaba a los opositores utilizando esta
dicotomía. No es historia pasada, es realidad presente.
Fuentes y Bibliografía.
El historiador
Pablo Whipple se basa primordialmente en la prensa periódica de la época, en
especial, de los diarios El Comercio
y El Mercurio Peruano, especialmente
en la sección "remitidos" donde se ventilaban los escándalos y
rumores de los litigios y problemas judiciales que tenían los limeños,
confrontándola con textos que permiten observar las concepciones diferentes de
la época como las novelas de Fernando Casós. En cuanto a la historiografía que
guía al autor, principalmente encontramos a dos historiadores peruanos: Alberto
Flores en su texto Aristocracia y plebe...,
de donde da cuenta que la sociedad limeña vivía en una "cultura del
pleito", extremadamente "judicializada" pues diferentes actores
sociales de todo estrato social (y "racial") se encontraba en algún
pleito, pese a que en esta sociedad «coexisten varios sistemas culturales y se
enfrentan diversas reglas de comportamiento»[7].
Podríamos sumar a esta reflexión, de que diferentes actores tenían diferentes
concepciones de justicia y pleito, pero que debían adecuarse a la dominante de
la cultura letrada. Y por otro lado, sigue las ideas de Jorge Basadre, quien
apunta que la prensa peruana era de las más efímera en toda América, solo
proyectada para intereses partidistas[8].
Fueron, en palabras del maestro «desde las más abstrusas divagaciones de
aislados ideólogos hasta la más desenfrenada, mendaz y popular procacidad»,
«escribían para ellos desde altos personajes de la política [...] hasta
grafómanos, demagogos y aprovechadores de todo jaez»[9].
Amplía la información sobre El Comercio
y de los remitidos. Era para Basadre un diario que dio acogida a todos los
bandos de lucha en su sección comunicados, donde, pagando, cualquiera podría
publicar su opinión, tratando asuntos personales, o doctrinarios. Los chismes y
las habladurías abundaron en las "páginas amarillentas" de El Comercio.[10] Cabe resaltar además que el autor recoge los
estudios de categorías utilizadas para los temas de género y etnicidad, para
los casos de América Latina, tales como honor, raza, moral, etc.
Contenido[11]
En los
primeros capítulos explica tanto el marco teórico como los antecedentes del
término "decencia" y "honor" en la investigación histórica
para casos peruanos y americanos. Trata el término decencia en perspectiva
histórica, diferenciando los usos del término desde el ingreso de los españoles
a América hasta nuestros días. La dicotomía gente decente /plebe fue creada en
el Antiguo Régimen y transportada por los españoles, ligando así el origen
social (nobleza-comunidad) con la decencia. En América, la sociedad de castas y
la movilidad social hizo impracticable la dicotomía basada únicamente al origen
social, por lo que se complementó con el nivel cultural, situación económica,
posición laboral, origen racial y fenotipo, y, desde la época borbónica, con la
higiene, la educación, la obediencia. Cuestiones que proponían que la decencia
podría ser alcanzada por la plebe, por lo que el factor racial permitió aun
mantener una división.
Aun así, la
"decencia" variaba según la persona que la invocaba y es un concepto
comparativo. Un español pobre podía invocar su decencia en un conflicto con un
esclavo o mestizo. Es decir, depende la comparación subjetiva con otro. La
República intentaba proponer el ideal ilustrado en contra de la moral medieval
que definía la élite. La decencia permaneció con su potencial de definir un
conflicto, aun cuando se proponía una moral republicana basada en el mérito,
que devino en un enfrentamiento en el sistema judicial, periodístico y
policial.
Característica
de la élite fue difundir su ideal de decencia, de moral, de ejemplo. Se intentó
una lucha frontal contra todo lo que se asociaba a la corrupción colonial. El
caso más notorio fue la intentona de erradicar los juegos y apuestas, señalado
como el principal mal endémico. En la prensa se denunciaba este
"vicio". El orden urbano tampoco fue ajeno a las nuevas políticas.
Por ejemplo,
repasa la oposición de los intentos de renovar el sistema policial por parte de
los intendentes de policía como el caso de Joaquín Torrico. Los remitidos en
torno a la nueva autoridad no esperaron y se creía que no podría contra un
vicio tan antiguo. Cuando se inició las multas y cierres, iniciaron las
críticas: reclamaban supuestos favoritismos, las altas multas, la autoridad del
intendente: «arbitrario Torrico, que como tan ignorante que es, creyó que el
reglamento de policía y su autoridad se entendían sobre la gente decente»[12].
Su remoción fue inminente cuando la autoridad del reglamento sobrepasó a la
"decencia" de la "gente decente". Casos similares se
dieron, en donde se muestra claramente momentos donde no se podría ir contra la
mentalidad colonial de estratificación por nivel socio-cultural. Los policías
que debían ingresar a casas de "gente decente", sufrieron los
estragos de tal situación. Eran castigados, removidos de su cargo, se ganaban
un largo juicio o aun, terminaban presos.
La "orgía
periodística" llegó a su cenit con los "remitidos". Quienes
entendían la prensa como medio de difundir ilustración, fueron erradicados del
campo de batalla. El periodismo como lo entendemos hoy era inexistente, la
mayor cantidad de páginas eran estos comentarios pagados para su publicación,
que tenían la finalidad de defender las jerarquías socio-culturales propias del
orden colonial. Se dio uso y abuso de la libertad de prensa, que traspasaba
constantemente la línea que dividía lo público de lo privado. La argumentación
racional fue inexistente y se preferían insultos y calumnias en esta lucha en
la prensa. El Comercio fue hijo de
este sistema, incapaz de mantener una política de periodismo informativo, se
transformó en el principal medio de publicación de remitidos.
Fueron estos
espacios en la prensa lo que lleva a tratar a la sociedad limeña como una
"cultura del pleito". Fue parte de la vida cotidiana y configuraba no
solo los litigios públicos ya que buscaban argumentar a su favor o
desprestigiar al contrario, así como alabar a los jueces, sino, que abordaban
gran parte del pasatiempo de limeño. Los remitidos eran esperados, el chisme y
el rumor fueron actores de esta sociedad. Aun los que no sabían leer escuchaban
las noticias en espacios donde se daban lectura. No había conflicto o pleito
judicial que enfrentara la gente decente, que no figure en la prensa y por
tanto, que no sea conocida por la plebe. Este enmarañado social dio como
resultado un singular personaje: el pleitero. Abogados o personas con habilidad
para tramitar y relacionarse con todo tipo de personas. Se presentaban en la
corte, conversaba con editores de diarios, tramitaban apelaciones, realizaban
trabajos oscuros para asegurar su sentencia favorable. Merodeaban a jueces y
abogados para evaluar posibles juicios de los cuales sacar ventajas. Por
supuesto, en este sistema, los favores y reventas propios del sistemas
colonial, permanecían. La habilidad de generar una red de contactos con
personas influyentes o con empleados del Poder Judicial.
Un pleito
típico, por ejemplo, era aquel donde se un terreno/hacienda está en litigio, pues
esta se entregaba a un tercero mientras duraba el juicio. ¿Si la hacienda era
el sustento de vida de una de las dos partes?. Un pleito era caro: abogados,
trámites y remitidos. Un retraso o una apelación podía llevar a la ruina a
individuos que podían ser herederos legítimos, pero que un mal redactado
testamento llevó a una situación conflictiva.
La reflexión
final del autor gira en torno al sistema judicial y a las personas que lo conformaban.
Dentro de la anarquía política, el Poder Judicial fue el más estable y permitió
una carrera pública. Era un grupo cerrado y conocido que generó suspicacia
entre la gente. Se tenía temor de entrar en conflicto con alguno de ellos,
fueron criticados y denunciados, pero nunca fueron acusados formalmente. Era un
sistema que coqueteaba con la corrupción, que impedía una movilidad social. Por
ello, se les insultaba con seudónimos y cuando se era posible, se resolvía una
problema sin ir a instancias judiciales. Para muchos, los abogados y los jueces
aun representaban la corrupción de la época colonial y su labor podía llevar a
la ruina a muchas familias pese a que ganen un pleito.
Comentario y reflexión final.
El libro es la
reflexión e investigación que refuerza la idea de que en la sociedad limeña de
los siglo XVIII y XIX era dividida por categorías socioculturales, creadas y
abanderadas por las élites letradas donde ellos se asociaban a la decencia que
ellos mismos moldeaban. Así, el término decencia, se une a la de honor, raza,
casta u origen social en la justificación de una dicotomía social.
Pero, esta
categoría permite al autor reflexionar sobre una característica de Lima que ha
sido olvidada: Lima y sus habitantes estaban inmersos en una cultura pleitista,
donde los diarios, el sistema judicial y los personajes son resultado de esta y
a su vez la complementan y la explican. La investigación desenmascara el papel
del periodismo de la época. No fue vehículo de cultura ilustrada, sino, de chismes
y escándalos. Y ellos configuraban las pláticas cotidianas y las reuniones.
Si no hubiera
existido la categoría de "decencia" en esta sociedad, seguramente
otra similar hubiera sido utilizada de la misma forma para mantener el status quo de cada persona. La
modernidad del problema sorprende, en tanto que la reflexión vertida puede
aplicarse a la sociedad contemporánea. Los chismes son parte de la prensa
diaria y la televisión nacional, reemplazo de la "gente decente" por
la ""gente de la farándula". Los periodistas ventilan la vida
privada y buscan hacerla pública, amén de mayor venta/sintonía, esto es, en
busca de beneficio individual, una sociedad que se alimenta de los que Marco
Aurelio Denegri denominó "La cacosmia televisiva". La sociedad del siglo
XIX necesitaba del chisme y la prensa "del asco" para sobrellevar su
vida cotidiana.
Finalmente,
explica Whipple, cada personaje tenía un papel, que finalmente era difícil de
cambiar. La élite mediante discursos justificaba el stableshiment, y cada personaje estaba imbricado en esta sociedad
pleitista: abogados pleiteros, jueces corruptos, gente decente, herederos
forzosos, la plebe, la aristocracia, todos imbricados en interminables
litigios. Si el sistema judicial, con toda su corrupción, innecesaria
burocracia, críticas constantes era el Poder estatal con mayor estabilidad,
podemos imaginar la caótica gobernabilidad y la incertidumbre que vivían los
limeños. Entendemos ahora que debemos sumar a las sangrías por las guerra
civiles, el caudillismo y la total ignorancia del territorios peruano, la
imposibilidad de renovar el sistema judicial y la oposición de la "gente
decente" de acercar al Perú hacia un nivel socio-cultural que permita
adoptar lo que hace al sistema republicano, justamente una República, basado en
la igualdad, oportunidad y democracia.
Bibliografía
BASADRE,
Jorge, Historia de la República del Perú.
1822-1933 (Vol. II). Lima, 1983, Editorial Universitaria.
FLORES
GALINDO, Alberto. La ciudad sumergida.
Aristocracia y plebe en Lima, 1760-1830.
Lima, 1991, Editorial Horizonte.
[1] Lima, 2013, IEP / Centro de Investigaciones Diego Barros Arana.
[2] Alberto Flores Galindo, La ciudad sumergida.
[3] Este punto de vista lo
hemos abordado en un trabajo titulado "Los
otros en discusión. Alteridades y discursos de las élites letradas limeñas del
Perú decimonónico", por lo que la lectura de la investigación de Pablo
Whipple resulta relevante para nuestras futuras investigaciones, ya que da un
punto de vista diferente en la construcción de discursos de la élite.
[4] Doctor en Historia por la Universidad de California, Davis (EE. UU.).
El texto fue producto de la tesis doctoral presentada en el 2007.
[5] Pablo Whipple, La gente decente de Lima, p. 21
[6] Ibidem,
p. 31
[7] Alberto
Flores Galindo, Op. Cit., p. 21
[8] Pablo Whipple menciona que Basadre lo denominó la "literatura del
asco" o al proceso al rededor de la actividad partidista de la prensa como
"orgía periodística"; pero en nuestro ejemplar de la edición citada,
no hallamos tales denominaciones.
[9] Jorge Basadre, Historia de la República del Perú 1822-1933,
Vol. II, p. 410
[10] Ibídem, p. 420.
[11] Cap. I: "De la decencia colonial a la republicana", Cap. II:
"Vicios coloniales, virtudes republicanas", Cap. III: "La gente
decente y la prensa ilustrada", Cap. IV: "La supremacía de los
remitidos", Cap. V "Los remitidos y la cultura del pleito", Cap.
VI "Los pleiteros" y Cap. VII "Un sistema judicial
ambivalente".
[12] El Comercio,
15/06/1840, en Whipple, Op. cit., p. 72
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