Javier Enrique
Robles Bocanegra
Universidad
Nacional Mayor de San Marcos
Luego de la
noche de verano del 31 de enero del 2015, donde ofrecimos una conferencia
magistral en el salón principal del Instituto Riva-Agüero sobre la naturaleza
política de una efigie del Rey y estando a pocos meses de sustentar nuestra
Tesis de Licenciatura La efigie del Rey
en el corregidor de indios: Cultura política y poder real de un magistrado en
el proceso de consolidación del Estado virreinal durante el régimen del
gobernador Lope García de Castro, Perú 1564-1569, hemos creído conveniente
presentar esta breve manuscrito a fin de proponer el término “efigie del Rey”
como un concepto paradigma para en el estudio de la cultura política que las
autoridades reales ejercieron en América hispánica con la intención de recaer
en su persona la Real Majestad del monarca.
El Diccionario
de la Real Academia de la Lengua Española conceptualiza el término “efigie” como
una imagen y representación de una persona. En una segunda acepción se refiere
a la personificación o representación viva de algo ideal. En síntesis, podemos
definirla como la personificación de una imagen representada en forma viva
¿Tuvieron estas acepciones alguna similitud con el concepto de “efigie” durante
el siglo XVI? La fuente más cercana para precisar el significado de efigie en
la época de los Austrias es el Tesoro de la Lengua Castellana de
Sebastían de Covarrubias, no obstante, dicho término no aparece en el listado
de palabras. Sin embargo uno de los más importantes tratadistas del pensamiento
político castellano, Jerónimo Castillo de Bobadilla, utiliza el significante en
su Política para corregidores a fin de señalar la naturaleza política del
corregidor con relación a la Real Persona del monarca.
Según Castillo,
el corregidor es Príncipe de su provincia en la cual gobierna y su persona es
la efigie del Rey[1]
¿Qué nos quiere decir Castillo con tal afirmación? ¿Tal afirmación guarda
similitud con el significado actual de efigie? El hecho de que Covarrubias no
haya considerado la palabra en su diccionario y que Castillo lo haya señalado
nos arroja una hipótesis que el término “efigie” funcionaba como un sinónimo de
otras palabras que guardan relación con su campo semántico y que el uso por
parte de Castillo en su tratado se refería a una sinonimia de mayor grado. Nos
apoyamos en esta premisa puesto que otro tratadista como Pedro Portocarrero y
Guzmán constata que la naturaleza política de un magistrado real – como lo era
el corregidor – residía en que tiene el elevado grado de estimación ya que en
ellos se presentaba el poder del monarca[2].
Por lo tanto, efigie exponía una superior connotación política del poder real
aplicable a autoridades especiales que merecían ser tratadas con las mismas
preeminencias que tenía el Rey.
Para profundizar
este análisis es necesario recurrir a los significados que ofrece Covarrubias
de las palabras que componen el campo semántico actual de efigie y son las
siguientes: “imagen, “representar”, “personificación” y “real”. Este último
concepto nos sirve como un adjetivo especificativo para indicar la clase de
efigie que queremos analizar, puesto que queremos expresar la representación
viva de la imagen del Rey en la América hispánica. Una imagen es similitud,
imitación, simulacro, representación de una figura o persona[3].
Así, podemos constatar que las acepciones actuales de efigie son muy similares
al concepto de imagen en el siglo XVI. Una efigie como imagen del Rey
consistía en la imitación y simulación de la majestad real por medio de su
representación. Su simulacro radicaba en adquirir sus preeminencias,
dignidades, veneraciones e insignias reales[4].
Aquella fijaba la realidad de acuerdo con los valores y condiciones que tenía
el monarca (Molina Martínez 2000: 75). Aquí es preciso revisar el concepto de representar
que consistía en encerrar en sí la persona del otro, como si fuera él mismo
para sucederle en todas sus acciones y derechos. La representación efectuaba
que la persona estuviese realmente presente en la imagen[5]
o como si estuviese presente en nuestra imaginación. Por tanto, también el
concepto de representar en la época que nos ocupa es similar a las primeras
acepciones actuales de efigie siendo una representación de una persona mediante
la personificación de su poder político.
La efigie real en una autoridad, representaba al monarca como su agente
propio con el objetivo de ejecutar todas las ordenanzas, cédulas y provisiones
reales a fin de obrar y ejecutar la potestad de la majestad regia en su lugar.
Funcionaba como el reemplazante del monarca para tareas que no podía cumplir
personalmente (Mariluz Urquijo 1998: 65)[6].
Pero, nos preguntamos ¿cómo se logra la materialización de esa imagen representada?
En esta interrogante hacen su aparición los conceptos de personificación
y real. El primero se entiende como encarnar la persona de alguien[7]
con la finalidad de fabricar su presencia física ante la ausencia de la persona
a representar (Cañeque 2004: 632). De esta manera la imagen representada
adquiría el rango de cuerpos, imágenes o representaciones vivas ya no sólo de
manera figurativa, sino como imágenes de carne y hueso que se hallaban
encarnadas en todos aquellos individuos que los monarcas enviaban a gobernar
los dominios americanos (Cañeque 2013: 2; Freedberg 2010: 31). Por ello, la
efigie en su acepción actual de personificación o representación viva se
entendió de la misma manera en el siglo XVI. Una efigie real tenía que encarnar
la misma Real Persona convirtiéndose en un cuerpo vivo del monarca en el
territorio que administraba.
Este análisis se
apoya en el concepto de real porque dicho término señalaba el lugar
donde está el Rey[8]. Por tanto, se reconocía a una autoridad real
como la representación viva del soberano porque el funcionario que lo
personificaba tenía el poder que el monarca le otorgó. Siendo una autoridad
real, ya manifestaba que el Rey estaba presente por lo que la autoridad era su
imagen, representación y personificación en un cuerpo vivo.
En consecuencia,
nos parece adecuado utilizar este concepto de efigie del Rey para aquellas
autoridades reales que tuvieron la misión de personificar el cuerpo vivo del
monarca. No sólo eran imágenes, meros representantes de la majestad real o
simples funcionarios como lo entendió la historia tradicional. Estas
autoridades reales fueron efigies del Rey que tuvo similar campo semántico con
su definición actual. En conclusión, recalcamos nuevamente que una efigie real
es la personificación de la imagen del monarca que se representa en un cuerpo
vivo. Aquella permite que los súbditos conciban que su soberano esté realmente
presente. Se obtenía así la transfiguración de la autoridad real en su
caracterización como imagen viva del Rey (Cañeque 2013: 2)[9].
[1] Véase Castillo de Bobadilla (1759 [1597]: II:
Lib. III Cap. II :15 )
[2] Véase Portocarrero y Guzmán
(1998 [1700]: 223).
[3] Covarrubias (1611: 500). Se
relaciona con las imágenes religiosas que los católicos llaman a las figuras
que representan a Cristo a fin de que siempre pueda permanecer en la memoria de
los feligreses.
[4] Castillo de Bobadilla (1759 [1597]: II: Lib.
III Cap. VII: 149). Para el autor uno de los máximos atributos e insignias
reales es el cetro real y el corregidor lo imitaba ya que su vara de justicia
era simulacro del cetro real del Rey.
[5] Covarrubias (1611: 9); Freedberg
(2010: 48)
[6]
Según Mariluz Urquijo este agente como reemplazante del Rey tiene la
potestad de nombrar, remover, fijar la competencia de cada oficial.
[7] Covarrubias (1611: 347).
[8] Covarrubias (1611: 3).
[9] Agradezco infinitamente a
Alejandro Cañeque, docente de la Maryland of University, por compartir conmigo
esta investigación inédita y por sus comentarios y sugerencias para el
enriquecimiento del marco teórico de la tesis en torno a la cultura política de
las imágenes vivas del Rey en la América hispánica.
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