Bach. Luis Rodríguez
UNMSM/ AH
El año pasado, casi al mismo tiempo, se publicaron dos geniales obras
que tocaban temas similares y cuyos periodos de tiempo eran parecidos, por un
lado apareció el libro de Pedro Guibovich Lecturas
prohibidas. La censura inquisitorial en el Perú tardío colonial, y también
se reimprimió el libro de José Abel Ramos Soriano Los delincuentes de papel. Inquisición y libros en la Nueva España
(1571 -1820). Ambos excelentes
textos son aportes consistentes y valiosos para conocer el aparentemente “sobre
estudiado” último cuarto del siglo XVIII, aún así la presente reseña no incide
sobre los aportes, supongo que el lector interesado los encontrará cuando esté
frente a las obras mencionadas, el objetivo no es comparar ambos libros en
función de lo que los une (si bien haremos algunas menciones importantes), sino
más bien de lo que los separa; y es que ambas publicaciones se complementan, es
cierto, pero también se contradicen esencialmente en un punto: La Inquisición
en el siglo XVIII ¿está en decadencia o en evolución?.
Los estudios sobre la Inquisición han sido varios y ha atraído a una
gran cantidad de autores, originalmente las fuentes primordiales recaían en
Palma y Toribio Medina, pero las investigaciones de Bartolome Benassar y René Millar
Carvacho complejizaron el asunto. Pedro Guibovich sigue esta línea de estudios,
pero los contradice, para él la Inquisición en sus últimas etapas no ha sido
bien interpretada por una historiografía muy tradicional y simple. El autor
señala que la Inquisición en el siglo XVIII distaba de ser una institución en
decadencia, ya que las fuentes demuestran a un organismo muy activo que está
sancionando y procesando a un conjunto de infractores determinados: lectores,
es más los autores del siglo XVIII ven
al Santo Oficio como una institución respetada e influyente.
Los motivos que llevan a pensar a la Inquisición como una institución
decadente son, por lo general, el cambio de poder en la administración
monárquica, ineludiblemente los borbones mucho antes de Carlos III ya pensaban
en un proyecto centralizador. Melchor de Macanaz proponía una reforma
inquisitorial (1714) debido a su desmedida autonomía, trataba de convertirla en
un organismo supeditado a la autoridad temporal. El Santo Oficio en el siglo
XVIII se vio afectado continuamente por la Corona que le quitaba algunas prerrogativas.
También los autos de fe disminuyeron (el último en Lima se fechó en 1736) y las
causas de fe seguidas contra herejes y malsonantes dejaron de aparecer. Sin
embargo para Guibovich esto no significa una decadencia en la institución, más
bien un cambio de intereses. El siglo XVIII trajo nuevos infractores, en el
“Siglo de las Luces” ya no se perseguía al brujo, hechicera, judío o
mahometano, sino a un nuevo tipo de individuo más peligroso que cuestionaba no
con la fe, sino con la palabra escrita. Los lectores de libros prohibidos (aquellos mal sonantes, equivocados, herejes o
proclives a Voltaire) fueron el nuevo
centro de prohibición y censura de la Inquisición y ahí radicó prácticamente
toda su actividad en el setecientos.
Un factor de brío en la actividad de la Inquisición fue la Revolución
Francesa, el contrabando promovió el ingreso de obras revolucionarias al territorio español. Ante ello la Corona decidió
aumentar el poder del Santo Oficio con el fin de controlar los libros que
ingresaban a la península. Esto era importante ya que los textos franceses por
lo general atacaban la autoridad del soberano, la Iglesia y el Estado, la
contraofensiva de España buscaba reafirmar los valores cristianos hispanos.
Esta época es el súmmum del tribunal
que para fines del siglo XVIII afirma Guibovich y comparte Ramos Soriano era un
organismo evolucionado. Como bien se
sabe toda institución cambia con el tiempo y la Inquisición no fue la
excepción, cambió de perspectiva, de contexto y de intereses[1].
Ya no protagonizaban autos de fe, sino componían índices y catálogos de libros
prohibidos, no restringía la fe, sino lo que las personas pudieran consumir
intelectualmente ya que se veía que los libros eran un peligro. Es un consenso
como dice Roger Chartier que los libros realmente podían transformar a un persona con la fuerza del impreso, podían configurar a los individuos tal y como se leía en la palabra escrita.[2]
La Inquisición, señala Guibovich, renuncia a la parafernalia de los
autos públicos, se convierte en el siglo XVIII en una policía ideológica. Los libros al igual que las personas son
acusadas e inclusive sucumben en la hoguera, pero los libros son quemados en
secreto. Así, asistimos a un proceso en el cual no se busca la pureza de la fe
sino la represión de libertad de pensamiento. Esta es la hipótesis principal
que el autor trata de demostrar a lo largo de su disertación con un contundente
corpus documental. En cambio la propuesta de José Abel Ramos Soriano, si bien
no se aleja de lo mencionado por Guibovich y ambos autores concuerdan en gran
parte de sus obras [aunque no se citan mutuamente], es un tanto diferente.
Ciertamente para el autor mexicano el Santo Oficio dejó de ser la
institución represora del siglo XVII, las grandes causas de fe dieron paso a
los simples arrepentimientos, y por supuesto, la actividad primordial del siglo
XVIII de la Inquisición como la censura de libros fue superada por las
licencias que se otorgaban. La censura de libros prohibidos no es una actividad
atemporal o que simplemente se dio con un cambio de siglo o perspectiva. Ramos
Soriano hace bien al mencionar que la producción libresca, la actividad de las
imprentas y por supuesto la circulación de los libros fue asunto de interés
inclusive desde los reyes católicos que lo promovieron. La inquisición siempre
se ocupo de tales temas durante el siglo XVI, y no recién en el siglo XVIII, lo
que se da es un cambio de intensidad. En Nueva España el Santo Oficio se dedicó
tempranamente al control de libros, sin embargo desde el siglo XVI solo
fiscalizaba que las obras cumplieran con las estrictas normas relativas a la
circulación y no prestaba atención al contenido de las mismas, sin embargo en
el siglo XVIII inició un recelo mayor por aquellas lecturas que acataban la
buena moral. Durante el reinado de Felipe V aparecen las reglas sobre los
impresos, una de ellas (la 15) mencionaba que se podría dar licencias a
personas pías y doctas para la lectura de obras prohibidas, estos permisos los
daba la Inquisición, pero no había licencias para obras heréticas como las de
Rousseau, Voltaire, Montesquieu, D´Alembert; sin embargo Ramos Soriano afirma
que esta aparente restricción no impidió que un gran conjunto de laicos
accedieran a estas obras, sin contar que colegios mayores (como en el caso de
Lima) o las órdenes religiosas tenían siempre estas obras como parte de sus
colecciones. A pesar de ello este periodo se caracteriza porque la población
verdaderamente está denunciando la existencia de las obras prohibidas, sobre todo cuando están en manos de particulares
(como el caso de Baquíjano que señala Guibovich, donde muchos de sus amigos al
que prestó obras posteriormente lo denunciarían). En Nueva España solo entre
1740 y 1820 hubo una actividad permanente de la Inquisición, en ese lapso de
tiempo se encontró 117 infracciones, dando pie a la permanente vigilancia de
las fronteras de la península con Francia[3].
Como vemos, los casos de Lima y Nueva España son parecidos, los
mecanismos institucionales, los aparatos de restricción (los agentes de
censura), los procedimientos y las herramientas (índices y catálogos) son temas
cubiertos por ambos autores, también inciden en el grado poco relativo de las
censuras que solo afectaban a un pequeño grupo de personas que tenían
condiciones económicas y culturales proclives al acceso de libros (la
inexistencia de biblioteca públicas mermaba la lectura como una cultura de
masas), donde los préstamos eran entre privados generando espacio para ser
denunciado. Claramente estamos ante procesos similares en los dos centros
virreinales en América, la Inquisición en Lima como en Nueva España pasaron por
coyunturas similares (la administración borbónica y las cortes de Cádiz), a su
vez la disminución de su accionar se da en el siglo XVIII, siglo en el que cambia
institucionalmente para perfilarse como un centro que restringe la libertad de
información, aún así ambas interpretaciones aparecen diferentes al final.
Ramos Soriano discute el poder de la Inquisición en el siglo XVIII (algo
que Guibovich no duda) conociendo que este organismo siempre estuvo
predispuesto a la autoridad de la corona producto del Patronato Real, tal tesis
la comparte Irene Silverblatt en Modern
Inquisitions: Peru and the Colonial Origins of the Civilized World quien
perfila a la Inquisición como una institución estatal que cumple un objetivo
civilizador, sin embargo Nils Jacobsen replica este enunciado formal que no se
comparte con la realidad cuando en el innumerable corpus documental de la
Inquisición vemos como los fiscales no reconocen mayor autoridad que el Papa.
Aún así Ramos Soriano nota algo efectivo, y es que las relaciones entre la
corona y el Santo Oficio cambian de acuerdo a la personalidad del monarca. Una
versión tradicional ven al reinado de Carlos III y las Reformas Borbónicas como un proceso que buscaba mellar la autoridad
religiosa del tribunal y ejercer un control más estricto, como muestra de esta
actitud en 1762 se pretendió que las bulas papales y los índices antes de ser publicados debían estar debidamente autorizadas
por el rey, y en 1773 Carlos III dio un
ataque sin precedente cuando quito una prerrogativa exclusiva del Santo Oficio
al decretar que cualquiera persona podía realizar la expurgación, es decir tachar partes consideradas condenables, ahora
solamente se confiaría en la buena fe del lector. Efectivamente la Inquisición
no tuvo el poder coercitivo de siglos anteriores, pero eso no le quitó su
actividad prolífica, como señala Guibovich el inmenso material encontrado en
1813 por Abascal en las oficinas del Tribunal en Lima nos hablan de su
sustantiva gravitación en las esferas políticas y sociales, además ¿por qué una
institución en decadencia fue parte de las preocupaciones políticas del
momento?, de los liberales en Cádiz, del virrey Abascal al tratar de suprimirla,
de Fernando VII al tratar de activarla, y así. Esta preocupación solo puede
esconder la importancia que realmente tenía en la escena coyuntural.
La hipótesis de Guibovich tiene serios opositores, por ejemplo Stephen
Haliczer (1984) señalaba que si bien la Inquisición cambio de intereses, su
decadencia se dio por no saber sobrellevar sus nuevas víctimas. Sus medidas de
censura fueron ineficaces ya que el comercio de libros y las lecturas
prohibidas se siguieron dando[4].
El siglo XVIII vio un gran mercado de consumo y por ello el comercio de libros
se intensificó. El tribunal por su propia dinámica interna no pudo controlar
ello, sino ¿cómo se explica que en 1780 Baquíjano y Carrillo sea acusado por la
lectura (y préstamo) de obras prohibidas?,
textos que se identificaron en su célebre Elogio a Jáuregui. Corrupción de funcionarios, ataques de la corona
y propia incapacidad llevan a Haliczer a juzgar
a la inquisición como una institución decadente. Es decir se analiza al
tribunal no desde su esencia o actividades, sino a partir de sus resultados;
tal opinión parece ser compartida por Ramos Soriano que también concluye que
los resultados del Santo Oficio también fueron superados por una realidad con
la que no supieron convivir.
A ello sumamos que la censura de libros no fue una actividad exclusiva
de la Inquisición, sino también del gobierno civil, durante todo el
colonialismo se dictaron varias normas que reglamentaban todo el ciclo del
libro, desde su impresión, difusión, circulación y lectura. La monarquía se
guardaba los derechos de revisión de un manuscrito (primer filtro), mientras la
Iglesia (a través de la Inquisición) vigilaba los libros ya en circulación. Los
reyes constantemente daban edictos que favorecían o restringían la libre
difusión de la lectura, y en épocas de los borbones el comercio de libros como
industria fue un sector favorecido. ¿Cómo una actividad que no solo interesaba
a la Iglesia puede ser la única señal de su poder en el siglo XVIII?.
El proceso evolutivo por el que atravesó el Santo Oficio no está en
discusión en ambos textos, Guibovich es claro al afirmarlo, Ramos Soriano
comparte la idea y la menciona para Nueva España, sin embargo para este último
autor, justamente este proceso fue la causa de la decadencia de la Inquisición,
ya que al modernizarse de acuerdo a
la coyuntura, sus acciones fueron cada vez más puntuales, para un grupo más
objetivo, pero justamente eso causó que fueran menos efectiva, en una situación
donde su relación con la corona era bastante endeble. Entonces ¿Cuál es la
conclusión?.
Inconfundiblemente estamos en dos escenarios parecidos y diferentes,
Nueva España y Lima; ambos tribunales y virreinatos si bien comparten procesos
parecidos (como la censura de libros), los resultados más bien pueden ser
distintos. Y en este caso no apelamos al relativismo, más bien incidimos en
ideas deslizadas por ambos autores, pero no desarrolladas. Debemos considerar
antes que la Inquisición es una institución del Antiguo Régimen, es decir no es
un organismo impersonal, más bien sus intereses, preocupaciones y actividades
son personalizadas de acuerdo a las autoridades que las dirigen. Hacen bien los autores al afirmar el cambio de perspectiva que sufre la Inquisición cuando
los jesuitas ocupan los mayores cargos, y como estos inciden en la censura de
libros, principalmente aquellos que atacaban sus doctrinas. Guibovich conoce y
nos dice claramente que la situación del tribunal en relación a las otras
instituciones de poder es de una latente lucha por la jurisdicción, así pues no
hubo tribunal que no se confrontará al virrey o el mismo arzobispo (por ejemplo
el enfrentamiento entre el arzobispo Barroeta y el inquisidor Amúsquibar, un
hecho tratado por Víctor Peralta, y recientemente por Charles Walker).
Así, podemos mencionar que una Inquisición fortalecida o decadente no
depende de su esencia como organismo per
se, sino de su relación cambiante con las otras autoridades, cambiante equilibrio de poder señalaba
Norbert Elías al proceso en el cual dos esferas de poder [él aplicaba a las
relaciones entre sexos] están en una mutua relación conflictiva[5],
donde el sobre poder de uno significa el desequilibrio del otro.
Ineludiblemente vemos como Carlos III ataca a la Inquisición con políticas y
restricciones agresivas, esto producto de un marcado contexto ilustrado, y por
otro lado vemos como su sucesor Carlos IV por contrarío fortalece al tribunal
sustituyéndole los derechos
perdidos, esto por el miedo a
la Revolución Francesa. Carlos IV asume una posición agresiva con Francia a la
muerte de Luis XVI, le declara la guerra (un hecho saludado por el Mercurio Peruano). En esta época se
controla con mayor eficacia la circulación de libros, en Lima el virrey Teodoro
de Croix tiene una relación muy cordial con el inquisidor Gaspar de Orúe, es
decir hay un equilibrio de poder producto de la voluntad de ambas partes, esto
nos obliga a recordar una célebre carta que envío el inquisidor Francisco
Varela (y citada por Toribio Medina) cuando mencionaba que las acciones de
tribunal dependen de la protección y de la buena fe de los virreyes (en
relación al conde de Monclova). Esta aparente dependencia implica algo más que
la efectividad del Real Patronato, significa las relaciones colaboradoras entre
instituciones de poder. Sin embargo como este equilibrio es cambiante, esto no dura. Cuando España
vuelve a mantener relaciones de amistad con Francia, la Inquisición vuelve a
ser abandonada.
El cambiante equilibrio de poder entre
la corona y la inquisición no es producto de finales siglo XVIII, es un
enfrentamiento constante que se daba desde el siglo XVII, aún con los virreyes
austrias. Víctor Peralta menciona que en Lima los virreyes Villagarcia y
Superunda dieron el apoyo total a los visitadores para resolver las
irregularidades de la administración del Santo Oficio[6].
En esta misma época los jesuitas ingresarían al tribunal con fuerza. Este es
otro punto crucial, ¿cuál fue el equilibrio de poder dentro de la Inquisición?,
es el mismo tribunal con los dominicos que con los jesuitas o los franciscanos.
Vemos como cada corporación religiosa cambió los intereses dentro del tribunal,
mientras los dominicos perseguían a las hechiceras, santas postizas, los
jesuitas le dedicaron mayor atención a la palabra escrita, a los libros.
Un aspecto más es la literatura que realmente se censuró. A simple vista
los libros de Guibovich y Ramos mencionan que lo que se persiguió eran obras
importadas del Siglo de las Luces, una lectura más atenta de sus obras nos
demuestra otro tipo de lecturas que se encontraron en Nueva España como Les Amour´s d´Henri IV, Les Actes de
Apotres, Histoire impartiale des jésuites, Histoire philosophique, obras
que no son los gigantescos clásicos de Racine, Voltaire o Montesquieu, pero
esta realidad es más compleja. Robert Darnton señalaba que durante su
investigación en Francia encontró una cifra reveladora, de 20.000 libros
exhumados solo encontró 1 ejemplar de Du
Contrat Social de Rousseau, obra cumple del siglo[7].
En realidad, en esta época, Francia (principal centro de tráfico ilegal de libros
a España) y sus pobladores leían otras cosas, obras más obscenas, pornográficas
y cuyo sentido estaba dedicado a entretener, (como lo demandaba el mercado
interno) con novelas románticas y de aventuras, a la población. Este es el punto
de la literatura ilegal, la pirata, aquella que no están incluidas en los
catálogos (porque son extranjeras, desde Italia, Holanda), aquellas que no
sufren un proceso de revisión de texto, que no se encuentran en la aduana (porque
la Inquisición ya no hacía ello) y cuyas actividades no están reglamentadas por
el proceso del libro, tampoco se encuentran oficialmente en las librerías ni en
bibliotecas públicas, su uso y pedido es secreto, obras como Histoire de dom B… portier des Charteux o
los libros del marqués de Sade son las más consumidas y peligrosas; no dudamos
como afirma el mismo autor que estos impresos contenían un marcado sentimiento
anticlerical y atacaban las buenas costumbres pero no son los grandes clásicos
producto del siglo XVIII. Entonces los libros filosóficos, aquellos que hablan
de soberanía popular no fueron los más leídos, de esta forma lo que en Lima y
Nueva España se conoce (producto de las listas oficiales, de las fuentes de la
represión como señalaba Michel Vovelle) no es la realidad en sí, los limeños
leían muchas más cosas producto de un tráfico ilegal efectivo (la ilegalidad de
la ilegalidad), algo que el tribunal tampoco
pudo atacar, si contamos que el Santo Oficio solo iniciaba un proceso cuando se
daba una denuncia. ¿Que obras producto de la ilegalidad, de las malas ediciones
(algunas artesanales) ingresaron a Lima?, y ¿cómo esto configuró un nuevo tipo
de lector?. Es otra pregunta pendiente.
Por último, algo que nos parece fundamental entender es la consideración
del auto de fe suprimido. En las sociedades del Antiguo Régimen el poder del
rey se manifiesta en el ritual, la presentación y teatralidad de la soberanía y
jerarquía reproducía la vida social. En el siglo XVIII la parafernalia del
monarca, la del virrey no ha desaparecido (más solo moderado producto del
sentido de racionalidad de los borbones). En cambio ¿cómo la Inquisición muestra su poder?, tomar la existencia
de un gran corpus documental no puede ser la única explicación de su poder, el
producto de actividades administrativas y burocráticas en sociedades donde las
instituciones son encarnadas no es suficiente. ¿Cómo el tribunal respondió
frente al poder más agresivo de los monarcas borbones?, en que exposiciones públicas o ceremonias representaba su estatus (fuera de las tradicionales
fiestas que incluían a todo el cuerpo social).
La inquisición con la inexistencia de autos de fe pierde mucho, como
diría Michel Foucault la ritualización y exposición pública de la muerte se
debía a que era la manifestación de un pasaje del poder, (el poder del monarca
sobre la vida y la muerte, hacer morir y permitir vivir)[8] de
la soberanía del rey. Un poder que es
permitido realizar por la Inquisición debido a que se considera una institución
subordinada al cuerpo temporal gracias al Patronato (el rey nombra
inquisidores, muchos de estos son sirvientes del virrey, por ejemplo Álvaro de
Ibarra criado el Conde de Lemos), el mismo virrey asiste a la exposición de los
autos de fe. Esta ceremonia reafirma el poder de la corona, y de la
Inquisición, la posibilidad de hacer morir al acusado (en las hogueras, los que
adjuran levi), la misma posibilidad
de permitir vivir (a los que han sido personados los que adjuran vehementí) reafirma el estatus del tribunal. Pero en un siglo
donde ha perdido tal exposición pública pierde a su vez su jerarquía, su
sentido de peligro.
La inquisición es sin lugar a dudas centro de controversia, aquí mismo
hemos afirmado que es una institución regida por la corona, algo que Nils
Jacobsen replica como falsa premisa. La Inquisición es una moderna
institucional en el siglo XVIII, un organismo evolucionado, pero Irene
Silverblatt en Modern Inquisitions… ya
afirmaba que este tribunal contribuye a la producción de la civilización
europea. Es decir, los autos de fe, la eliminación de las mala sangres no son acciones de un anticuado organismo, sino (y
tomando (y ¿superando? a Hannah Arendt) son la esencia de lo que se conoce como
Estado moderno (el pensamiento racial de un grupo superior). La Inquisición
como producto de una administración burocrática representa a un adelantado
tribunal y no como suponemos a una institución barroca. Una tesis muy
discutible y que tiene entre sus más acertados críticos a Alejandro Cañeque. En
cualquiera forma ese reciente libro nos sirve para afrontarnos a una idea, la
Inquisición es una institución en constante cambio, que no se modernizará
recién en el siglo XVIII, en tanto que sus acciones del siglo XVII no eran anticuadas, barrocas y de antiguo régimen,
más bien pertenecían a un proyecto colonial más amplio, eso compartiríamos con
Silverblatt; sin embargo mi conclusión final es que se debe entender al Santo
Oficio no como un organismo esencialista, sino como corporación que se
encontraba en un cambiante equilibrio de poder en un contexto donde perdía
mucho, pero a su vez podía recobrarlo todo (la época borbónica). No es la misma
Inquisición del siglo XVII, definitivamente ha evolucionado y cambiado de
perspectiva, pero no tanto por el reconocimiento de un denominado Siglo de las
Luces (una invención de la revolución diría Chartier) sino por un cambio de
intereses dentro de la misma Inquisición. Al fin y al cabo, el hecho de que el
Santo Oficio haya evolucionado en el
siglo XVIII no quita la idea de que justamente ese proceso lo haya llevado a su
decadencia como sentencia Ramos
Soriano. Podemos decir acaso que el poder que la Inquisición demostró en
algunos momentos del siglo XVIII no se debe a un fortalecimiento institucional
sino a un cambio en los intereses de poder, podemos suponer que sí.
[1] Pedro
Guibovich, Lecturas prohibidas. La
censura inquisitorial en el Perú tardío colonial. Lima: Pontificia
Universidad Católica del Perú, 2013.
[2] Roger
Chartier, “Los libros ¿hacen revoluciones?”, Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los
orígenes culturales de la Revolución francesa. Barcelona: Gedisa, 199, p.
82.
[3] José
Abel Ramos Soriano, Los delincuentes de
papel. Inquisición y libros en la Nueva España (1571-1820). México: Fondo
de Cultura Económica, 2013.
[4] Stepehen Haliczer, “La inquisición como mito y como historia: su
abolición y el desarrollo de la ideología política española” en Inquisición española y mentalidad inquisitorial.
Barcelona: Ariel, 1984.
[5] Norbert Elías, “El cambiante equilibrio de poder entre los sexos. Un
estudio sociológico procesual: el ejemplo del antiguo Estado romano” en La civilización de los padres y otros
ensayos. Norma: Bogotá, 1998, p. 201.
[6] Víctor Peralta, “Las razones de la fe, la Iglesia y la Ilustración en el
Perú, 1750-1800” en Scarlett O Phelan (comp). El Perú en el siglo XVIII. La era borbónica. Lima: IRA, 1999, p.
197.
[7] Robert Darnton, Los best sellers
prohibidos en Francia antes de la revolución. México: Fondo de Cultura
Económica, 2008, p. 12.
[8] Michel Foucault, La genealogía del
racismo, Buenos Aires: Altamira/Ensayos Caronte, [s.f], p. 200.
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