Luis Paliza Sanchez
Recordemos este diálogo:
–No, no, no se trata de eso –respondió Porfirio–. En el artículo en cuestión los hombres se dividen en «ordinarios» y «extraordinarios». Los primeros deben vivir en obediencia y no tienen derecho a violar la ley, teniendo en cuenta que son hombres ordinarios, los segundos tienen derecho a cometer todos los crímenes y a prescindir de todas las leyes, por aquello de que son hombres extraordinarios. Creo que es eso lo que usted dice, si no me engaño.
–No es precisamente eso –(respondió Raskolnikov) comenzó con sencillez y modestia–. Aunque he de confesar, por lo demás, que ha reproducido usted aproximadamente mi pensamiento, y si usted quiere diría que con bastante exactitud…–Pronunció estas palabras con cierto placer–. Pero no he dicho, como usted me atribuye, que las personas extraordinarias están autorizadas para cometer toda clase de actos criminales (…) el hombre extraordinario tiene todo el derecho, no oficialmente, sino por si mismo a autorizar a su conciencia a franquear ciertos obstáculos, en el caso de exigirlo así la realidad de su idea, que en ocasiones puede ser útil a todo el género humano. (…). A mi manera de ver, si los inventos de Kepler y de Newton, a consecuencia de determinadas circunstancias, no hubieran podido a llegar a conocer más que por el sacrificio de una, de diez, de cien o de un número mayor de vidas que hubiesen constituidos para esos descubrimientos, Newton habría tenido derecho, más aún, habría estado obligado a «suprimir» a esos diez o a esos cien hombres para que sus descubrimientos llegaran al conocimiento del mundo entero. (…). Por consiguiente, no sólo todos lo grandes hombres, sino todos aquellos que se elevan, aunque sea un poco, por encima del nivel ordinario, que son capaces de decir algo nuevo, saben ser en virtud de su propia naturaleza, unos criminales necesariamente, más o menos, se entiende. De otra manera, les sería difícil salir del montón, en cuanto a quedar confundidos en él, no pueden consentir en ello y a mi entender, su mismo deber se lo prohíbe. (…). A la primera (ordinarios) pertenecen en general los conservadores, los hombres de orden que viven en obediencia y la aman. En mi concepto, están incluso obligados a obedecer, porque ése es su destino y porque la obediencia no tiene nada de humillante para ello. El segundo grupo se compone exclusivamente de hombres que violan la ley o tienden, según sus medios, a violarla. Sus crímenes son, naturalmente, relativos y de una gravedad variable. La mayoría reclama reclaman la destrucción de lo que existe en nombre de lo que debe existir. Mas si, por su idea, tienen que derramar sangre y pasar por encima de los cadáveres, pueden en conciencia hacer lo uno y lo otro «en interés de su idea». (…). El primer grupo es siempre dueño del presente, el segundo del porvenir. El uno conserva el mundo y multiplica los habitantes de él, el segundo mueve el mundo y lo conduce al objeto. Éstos y aquéllos tienen absolutamente los mismos derechos a la existencia y... ¡viva la guerra eterna! Hasta la nueva Jerusalén, se entiende.
Es por demás mencionar que este diálogo pertenece a la obra Crimen y castigo, de Fiodor Dostoyevski, novela trascendental, que apertura una imaginación extensa, que nos impone una atención completa y que nos seducen a escribir o emular esa prosa: obra magistral, de uno de los más grandes y universales literatos, incluso que marcó un etapa en la historia de la Literatura universal. Pero adentrémonos a analizar este diálogo y preguntémonos ¿Existen actualmente este tipo de hombres extraordinarios?, ¿quizá el otro grupo, el de ordinarios, acabó con ellos?, ¿a través de la historia cuántos de estos hombres hemos conocido?, ¿quiénes son actualmente este tipo de hombres ordinarios?, ¿hay alguna esperanza de conocer o ser parte de los extraordinarios? Raskolnikov menciona algunos como Licurgo, Solón, Mahoma, Napoleón, etcétera. Por supuesto, que nosotros también conocemos alguno, algún personaje trascedente y que, por alguna razón, admiramos; aunque deben ser los más importantes aquellos que trascendieron durante los últimos dos siglos.
Podemos hacer una analogía actual: Partamos de estos hombres ordinarios, que según el texto son aquellos conservadores y que están de acuerdo con el orden, las leyes y que incluso la aman; estos hombres son, pues, la gran mayoría de quienes ordenan este sistema y que nos sujetan a su antojo, que nos adormecen con mecanismos de diversos tipos para dominar nuestra conciencia y mantenernos sujetos a este sistema neoliberal, pero ellos, no son lo únicos, sino también los que aportan a mantener este tipo de desarrollo, aquellos que caminan y ayudan a caminar a otras personas por ese rumbo y que se sientan contentos, pues, creen encontrar el destino ideal, el cual prometen y que, realmente, sólo trae el mayor consumismo. Por otro lado están estos hombres extraordinarios, que se rehúsan a seguir al montón, Raskulnikov los llama motores del mundo porvenir, no son soñadores, sino hombres que surgen para acabar con toda esta caricatura económica y política; podemos llamarlos de diversas maneras; de este grupo debemos excluir a quienes se dedican a pensar y dar clases, estos no pertenecen a los extraordinarios, pero su pasividad alimenta a los ordinarios. Los actos de estos hombres extraordinarios son el medio para alcanzar nuestro desarrollo consciente y progresivo, no dependiendo de algunos, ni de muchos, ni de nadie, sino de nosotros mismos.
Estamos dentro de un dilema, el de mantenernos siendo dependientes de todo aquello que nos quita la razón y nos sumerge a depender de lo que vemos o nos dicen; o el de romper aquello que nos oprime, de salir de este sistema sin apartarnos de nuestros ideales, pues estos hombres extraordinarios tienen la justificación de hacer lo que está en relación a su pensamiento y de creación.
Creo pertenecer a este segundo grupo de los extraordinarios, ¿y tú a cuál perteneces?
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