Por: Silvia Pablo Caqui
Este
trabajo es parte de una monografía que hice en conjunto con los alumnos de
historia 2010 Juan Carlos Ponce Lupu y Moshé Abensur Vargas para el curso de
Filosofía de la Historia I, aunque tiene algunas modificaciones la esencia es
la misma. Agustín de Hipona (354-430 d.C)
“Para la comprensión de una mente como la de San
Agustín, tenemos que olvidarnos de las normas de la Historia, en cuanto
ciencia, y de su suprema ambición de regir los acontecimientos futuros, y
tenemos que recordar la autoridad de la Biblia, en particular la de las
predicciones proféticas y la Providencia divina, que no admite direcciones”[1]
Esta cita,
es el punto de partida, es decir que lo
planteado por San Agustín, debe tomarse en primer lugar, no como una filosofía
de la historia sino como una “teología de la historia”, aunque el objetivo es
mostrar cómo se desenvuelve la historia en el proyecto de San Agustín, conviene
aclarar que para él la historia como tal no posee una importancia inmediata a
sus intenciones. Es necesario, además, dilucidar que esta teología de la
historia es una interpretación dogmático-histórico del cristianismo, como lo
señala Löwith, pues es esencialmente cristiana, es asimismo una teodicea, una
justicia de Dios y una justificación de esa justicia. Del mismo modo, no
olvidemos que, como lo dice Ferrater Mora, en su libro “Cuatro visiones de la
historia Universal”, hasta que San Agustín desarrolle su teoría, el
cristianismo marcaba a la población en la tendencia de que era más sentida, más
vivida, pero con la aparición de este personaje el cristianismo, además de ser
sentido, será sobre todo, pensado. Hablar de que sea pensado, nos hace retomar
la idea de que San Agustín si bien desarrolla varios puntos de divergencia con
la cultura grecorromana, pensaba el cristianismo precisamente con la tradición
griega, esta era una herramienta central en él, ya que hace uso del helenismo,
principalmente.
En San
Agustín, aunque lo central haya sido Dios y el alma, su programa también
incluía el tiempo y la historia, así estos sólo cumplan los mandatos de la
divina providencia, pues la teología de la Historia que él propone, es a la vez
una teología de la sociedad humana, que
está ligada a una misma naturaleza, que sería dado por Dios. Aquí
interviene un tema clave para entender su proyecto, el uso que hace del “creer para comprender”, pues en San
Agustín no hay una contradicción entre fe y razón, ya que se trata de pensar la
fe por la razón y justificar esta por aquella, pues la fe y Dios mismo,
requieren más de la fe que de la razón misma, o en todo caso que la fe dé una
razón a la creencia que se sostiene.
“De Civitate Dei contra paganos”, nos deja en claro que su objetivo es marcado por la
penetración de los pueblos bárbaros en el Imperio romano en el 413 d.C., su meta
era demostrar que el discurso de estos era equivocado, ya que los paganos
criticaban a los cristianos alegando que era por la culpa de estos que el
imperio estaba en crisis; sin embargo para San Agustín, hay un objetivo que trasciende, demostrar que todos los
acontecimientos, formaban parte del orden establecido por Dios y su
providencia, como lo señala Ferrater:
“Ante el gran teatro del mundo, en medio de las
ruinas del pasado y con la esperanza y el temor de ese juicio final, escribe
San Agustín su teología de la historia, y todo el contenido de esa visión de
nuestro “visionario” debe ser entendido partiendo de esa única situación”[2]
De esta
manera se cristaliza el concepto de “Providencialismo Histórico” dentro de la
obra de San Agustín, ya que toda la existencia del mundo depende en todas sus
dimensiones de Dios, e incluso el mismo significado que le ha otorgado al
hombre, que es su creación divina, el orden de todo es resultado del orden
providencial que Dios le concede, allí radica el sentido de la historia para
San Agustín.
3.1. El sentido de la Historia
El hombre
tendría sentido en la medida que ese sentido le es establecido por Dios y su
divina providencia, en primera instancia ello demuestra la diferencia, del
cristiano con el griego, ya que este último no le estipula ningún rumbo a la
historia, ya que para él sólo existen realidades como la naturaleza, la razón,
el cambio, etc. es decir, estas realidades no muestran un cambio con grandes
consecuencias, de allí que se derive la crítica al sustancialismo del griego,
mientras que para San Agustín la historia sí posee un objetivo, como por
ejemplo el de alcanzar el reino de los cielos o la llegada del juicio final; por
ejemplo en cuanto a la concepción del tiempo, para los griegos hay tiempos
locales, en donde no suceden hechos importantes sino triviales, mientras que
para los cristianos si se dan incidentes de gran alcance, como la llegada del
mesías, es decir hay grandes acontecimientos que dividen el tiempo, como el
nacimiento de Cristo, etc. Todo esto refleja que en la teología de San Agustín
hay una preocupación por el acontecer humano, y por su historia profana en sí
misma, en vista que evidencia la justicia y la misericordia de Dios, que se
manifiesta principalmente en el momento del pecado cometido, de donde se
origina propiamente la historia humana, aquí se llega al punto esencial de la historia
ya que “La historia es, para San Agustín, historia del gran drama de la
salvación”[3]
Así este
drama, tiene un guión escrito por Dios, todo lo conduce y orienta la divina
providencia, la que pre ordena todos los sucesos, de allí que el
providencialismo es una de las características más resaltantes de la teología
de la historia de San Agustín. Es importante notar que por el hecho de que es
un drama la historia, se halla ya prevista en la mente del autor, más que
guionista se puede hablar del director, ante esto San Agustín saca a la luz el
papel del libre albedrío, que será tratado en un siguiente punto, sin embargo
así sea cualquier actuación Dios es conocedor de cualquier acto de antemano,
aunque afirma que el desarrollo de este drama, comedia o incluso tragedia
humana, no sería posible sin la actuación del hombre, ya que se trata de la
historia de este personaje, esta historia que se inicia en el pecado, por el
accionar libre del humano para luego conseguir la misericordia y la salvación.
Este drama ocurre una sola vez, ya que la meta de este drama escrito se halla
en conseguir la salvación, o en todo caso significa la victoria de la ciudad
celestial (donde se hallan los hombres de Dios y Dios mismo) sobre la cuidad
terrenal (donde habitan los hombres de la tierra, los pecadores). Se trataría
también de un providencialismo universal, como lo señala Collingwood[4],
ya que al tratarse de un drama escrito por Dios, implica que este drama abarca
a toda la humanidad de tal modo que no excluye a nadie, ni posee un pueblo
elegido, de manera particular.
Este
drama, una vez iniciada, queda dividida, como Ferrater lo menciona, por las
“eternas disposiciones del cielo”, reflejada en las divisiones o grandes
periodos que acepta San Agustín, que son los principales acontecimientos de
este gran drama de la Salvación, antes de mencionar las seis etapas, señalar
que el progreso en la historia aquí mostrada, no se da con un mayor dominio o
alcance de poder, sino que es posible en relación a las “revelaciones del Dios
desconocido”, es decir cuando estas se dan en mayor cantidad se está más cerca
del mundo celestial, ya que la meta es llegar a ella, ese es el sentido del
progreso para San Agustín. Continuando con las etapas de este gran drama, es de
notar que toma esta división de la misma Sagrada Escritura, así la primera
corresponde desde Adán hasta el Diluvio universal, la segunda desde el diluvio
hasta Abrahán, la tercera desde Abrahán hasta David, la cuarta desde David
hasta el cautiverio de Babilonia, la quinta desde el cautiverio hasta el
nacimiento de Cristo y la sexta es el presente de ese momento, al que San
Agustín no le da una fecha determinada, que concierne a la segunda venida de
Cristo y con ello el fin del mundo, cabe resaltar la fe y esperanza que el hombre tiene en cuanto a la
providencia de dios, como lo señala Ferrater:
“Esa justicia de condenar a todos y esta misericordia
de salvar a algunos es lo que da su angustioso sentido a la vida agustiniana de
la historia y lo que de ella, al tiempo que el reino de la desesperación, el
fundamento de la esperanza”[5]
Esta
esperanza, que está detrás del sentido providencial de la historia se refleja
con la victoria final de la ciudad celestial, ya que si bien la historia es un
drama de la salvación, esta se expresa en la constante lucha de las dos
ciudades; en el mundo terrenal, es principalmente la disputa entre los hombres
de ambas ciudades, que son de alguna forma los descendientes de dos personajes
antagónicos de la biblia, aludo en este caso a Caín y Abel, el primero fundador
de la ciudad terrenal, mientras que el segundo perteneciente a la ciudad de
Dios, es esta lucha la que va desarrollarse para la concretización del drama de
salvación, donde se terminaría la historia del hombre cuando venza el hombre de
fe.
3.2.
Dios y la creación
Iniciaré
con una cita del propio San Agustín que define a Dios de la siguiente manera,
de acuerdo a su actuación con su divina providencia:
“[…] un solo Dios todo poderoso, criador y hacedor de
todas las almas y de todos los cuerpos, por cuya participación son felices
todos los que son verdadera y no vanamente dichosos, […] y el que así mismo
concedió al alma irracional memoria, sentido y apetito, y a la racional, además
de estas cualidades, espíritu, inteligencia y voluntad; […]”[6]
Dios, es
el principal orientador de la historia, es este en primera instancia quien le
da un sentido a la historia, en la medida que el dios cristiano es un
arquitecto, no un “trabajador obrero” como lo era el dios griego, ya que la
misión de este residía en que sólo debía dar forma, no crear, sino darle
contextura, el Dios de San Agustín no solo es el arquitecto en el sentido de
que es el creador de todo en cuanto existencia posea, como lo expresa la cita
anterior, sino que es también en vista de ser el iniciador, de hacer de la
“nada” un ser, es a la vez el que ha construido el destino del hombre, en vista
de que es Dios quien hace sentir su mandato imperioso, rigiendo la vida a
través de la divina providencia, este Dios cumple un rol activo, más no pasivo
como los dioses principales que caracterizaban a la cultura griega. Por otro lado,
el universo creado por este ser supremo es menos que su creador, así como nada
se puede equiparar a su constructor, además que el universo está dentro de un
tiempo determinado, ya que es producto de la misma creación, esta creación que
posteriormente da origen a la historia humana, como tal, cuando se da el
“pecado”, aquí entra el otro rol que cumple Dios, en cuanto a la acción de
justicia y misericordia que impera en Dios, esa disposición que muestra al
momento de salvar e incluso condenar al hombre.
Otra
característica esencial es que este Dios, es invisible, como ya se dijo
anteriormente, este se muestra a través de revelaciones, de allí que sea
inaccesible al hombre, así sea el sujeto
su creación, el acceso a Dios es restringido, este ser supremo es también
inmutable e intemporal, en el sentido de que es omnipresente, así como es él
quien ha hecho posible el tiempo, de la misma forma que ha creado a la
naturaleza, al universo, y todo cuanto existe en general.
Es Dios
quien mueve todos los ámbitos de la vida en la Teología de la historia de San
Agustín, pues es el motor principal, este punto es primordial porque, nos
muestra que ante los problemas suscitados en su contexto él opta por una
solución con paliativos generados por un discurso menos agresivo, más alentador,
y hasta más integrador que aquellos exhibidos por los paganos.
3.3. El papel del Hombre
La
historia humana comienza por la
actuación de Dios y su divina providencia,
sin embargo, la actuación del hombre es esencial, porque al cometer el
“pecado original” da inicio a la historia del hombre regido por los mandatos de
Dios, es decir, no podría haber una historia donde el hombre sea insustancial,
porque es este el protagonista del drama, tal vez no sea quien lo determine,
pero es, para que el individuo se salve, como lo señala Löwith, el hombre es “una
creación única y absoluta”; allí radica la esencia de la historia, donde guiada
por la divina providencia el hombre de fe se salva con la victoria de la cuidad
celestial. En cuanto al papel del hombre en el gran drama de la salvación,
Ferrater nos dice lo siguiente:
“Más un drama que, no tiene espectadores, sino
únicamente actores. Estos actores son los hombres, “todos” los hombres. Por eso
el hombre es, en el fondo, únicamente un actor, un ser que lleva la máscara y
que por llevarla es llamado precisamente lo que, al parecer, significa
“máscara”: una persona”[7]
Es,
entonces, para San Agustín muy importante el hombre dentro del desarrollo del drama,
el hombre es un actor no un simple espectador, así el “libre albedrío” puede
ser interpretado como la facultad que Dios le ha dado únicamente al hombre; en
suma, este es de alguna forma privilegiado frente al resto de los seres creados
por Dios, ya que con esta aptitud el hombre mismo decide que rumbo seguir, o
bien puede elegir la alternativa de seguir su rumbo a Dios o sino dirigirse
hacia las vanidades del mundo terrenal, o decide irse a la luz o a la oscuridad
de las tinieblas, como muchos lo señalan, el hombre además de ser una pieza
clave, es ante todo “dueño de sí mismo”; sin embargo conviene aclarar que a
pesar que San Agustín hable del libre albedrío, hay en realidad un dependencia,
porque este no es libre del todo, pues actúe para bien o para mal, esa decisión
ya la sabe Dios, y es justamente por ello que es posible la historia. Sin
embargo, recordemos, que para san Agustín Libertad es actuar de acuerdo a los
mandatos de Dios, o en todo caso, libertad es hacer libremente lo que Dios sabe
que ha de hacer libremente, por lo tanto, con esa acepción de libertad, él
puede hacer uso del libre albedrío del hombre. Así como el hombre le da sentido
a la historia, del mismo modo le da sentido al tiempo, en la medida en que este
se desenvuelve en él y su dramática historia, o “tragedia humana”, pues al
final, sólo el hombre de fe o el escogido se salvará de tal manera que el ocaso
es trágico, de allí que una de las características de la teología de la
historia es el ser “escatológica”, porque la historia tiene un fin ya
predeterminado por Dios, y el fin no sólo de la historia sino también del
hombre pecador, con la victoria de la Ciudad de Dios; porque al final de
cuentas al hombre sólo le preocupa la constante incertidumbre de ser salvado o
condenado. Se concluye que en el pensamiento de san Agustín a pesar de que todo
lo rija la divina providencia, el hombre también posee una cierta “autonomía”[8]
dentro del orden que establece Dios; él nos dice en cuanto a los roles “[…] Por eso decimos que la causa que hace y
no es hecha, o más claro, es activa y no pasiva, es Dios; pero las otras causas
hacen y son hechas, como son espíritus creados, y especialmente los
racionales”.[9] Es Dios quien tiene la
última palabra, no el hombre sino Dios.
4.- La Victoria de la ciudad de Dios
Este
último punto revela la mirada escatológica no sólo de la Teología de la
historia de San Agustín, sino también de la historiografía cristiana en
general. Como Ferrater Mora lo plantea, para el pensamiento de San Agustín y
para toda la comunidad cristiana, la felicidad, en primera y última instancia
se encuentra únicamente en aquella ciudad celestial, en la ciudad de los
hombres de fe, que aquí en la tierra está representada por la iglesia. Como se
dijo al inicio, la historia es el gran drama de la salvación, que está expresada
en la lucha de las dos ciudades, para el cristiano la finalidad es salvarse y
pertenecer a la patria de la Ciudad de Dios, hay en realidad una sola patria o
nación verdadera y legítima en la que debe concluir su vida, a diferencia de
los griegos y los romanos, pues en los primeros existía varias ciudades y una
sola patria, mientras que en los segundos una sola ciudad y múltiples patrias.
Para San
Agustín, aclarando, no hay una clara separación de estas dos ciudades en la
tierra, porque si bien se conoce por medio de la revelación, el hombre sabe que
hay un final, más no los detalles precisos, de allí que se ignora quienes son
parte de la ciudad terrenal y quienes de la ciudad celestial, también nos
muestra que en la ciudad celestial están los ángeles además de Dios, y se
integrarán a ellos los hombres destinados a la salvación, es decir, los hombres
de fe, mientras que en la ciudad terrenal yacen los ángeles caídos, y aquellos
hombres que no fueron alcanzados por la gracia de Dios
Agustín
persiste bastante en mostrarnos al final de su obra la Ciudad de Dios, la
importancia de la resurrección, aludiendo que este final significa el descanso
eterno, es decir una vez cumplido el rol de guiar el drama de la salvación,
prescribiendo la victoria sobre la ciudad terrenal, se puede entonces hablar
sobre un descanso que coincide con el “octavo día”. Pues el drama termina con
la victoria de la Ciudad de Dios, y con ello concluye la historia de la
humanidad porque ya la providencia ha hecho su parte, es decir, ya completó el
destino que tenía asegurado para la humanidad.
Todo este
discurso elaborado por Agustín de Hipona responde a su objetivo primordial, el
responder la crítica de los paganos con el papel que Dios y su divina
providencia asumen, pero más para hacer público de que todo lo que sucede, al
menos en la vida del hombre, está ya marcado por su impronta, y a pesar de la
libertad ya se posee un rumbo, ello en parte fue utilizado para exponer su
posición en relación a la política que respaldaba, que no es tratado aquí. En
tal sentido se ha tratado de mostrar el sentido de la historia para san Agustín
de Hipona.
BIBLIOGRAFÍA:
COLLINGWOOD, R.G (2004) Idea de la historia. 3ra edición. México. Fondo de cultura económica (FCE)
FERRATER M., José (1982) Cuatro visiones de la historia Universal.
San Agustín, Vico, Voltaire, Hegel. España. Alianza Editorial.
LÖWITH, Karl (1973) El Sentido de la Historia;
implicaciones teológicas de la filosofía de la Historia. 4ta edición.
España. Aguilar.
BIBLIOTECA CATÓLICA
QUMRAN (2010) La Ciudad de Dios. San Agustín.
Consulta: 26 de julio 2012.
[1] LÖWITH, Karl. (1973) El Sentido de la Historia; implicaciones teológicas de la filosofía de
la Historia. España. Aguilar. p.195
[2] FERRATER M. (1982) Cuatro
visiones de la historia universal. San Agustín, Vico, Voltaire, Hegel. España. Alianza. p. 43
[3] Ibíd. p. 42. Ver también: COLLINGWOOD R.G. (2004). Idea de la historia. México. Fondo de Cultura Económica.
p. 113
[4] COLLINGWOOD. Op.
cit. p. 113
[5] FERRATER MORA,
Op.cit., p. 59
[6] BIBLIOTECA CATÓLICA QUMRAN (2010) La Ciudad de Dios. San Agustín.
Consulta: 26 de julio 2012.
[7] FERRATER MORA, Op.cit., p. 45
[8] El término es moderno, porque en la época de San
Agustín no existía tal denominación, es utilizado aquí, sin embargo, por
efectos prácticos.
[9] BIBLIOTECA CATÓLICA QUMRAN. Op. Cit.
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