Lourdes M. Wasinger
Rebeca N. Iorio
Universidad Nacional del Centro
de la Provincia
de Buenos Aires
En el presente trabajo monográfico se analizará la influencia que
tuvo el Cristianismo, religión monoteísta proveniente de Oriente, en el arte de
la ciudad de Roma, desde su aparición hasta el S. VI d. C. aproximadamente
cuando se produjo la instalación de los pueblos bárbaros en el Imperio Romano
de Occidente. Cabe destacar que el arte cristiano de los primeros tiempos se
denomina arte Paleocristiano, dado que, como su prefijo “paleo” lo indica, hace
referencia al arte de los antiguos cristianos.
La elección del tema de debe a que resulta interesante poder
estudiar y vincular cómo se desarrolló y se manifestó la religión cristiana en
el arte, ya que todo movimiento artístico nos deja su huella del pasado y nos
transmite continuamente ideas, sentimientos, creencias, formas de expresión,
costumbres, entre otros. Además, es importante remarcar que el arte resulta
atractivo para los docentes en el desarrollo de la tarea áulica. Al mismo
tiempo que se inculca a los alumnos la comprensión y el amor hacia él, toda
expresión artística es también una fuente para el historiador y un recurso
pedagógico en el cual los alumnos pueden obtener información sobre una época.
La intención del mismo es obtener conocimientos de los legados que
nos dejó el Cristianismo en el arte y, luego de su respectivo análisis, poder
relacionar las fuentes artísticas con los conocimientos históricos comprendidos
y estudiados.
Para comenzar con el análisis debemos indicar que en la
realización del mismo se utilizó bibliografía específica en relación a la Historia del Arte e
imágenes sobre el tema.
Así, la monografía constará de las siguientes partes:
I.
Contexto histórico en el que
surgió el cristianismo en el Imperio Romano
II.
El Arte Paleocristiano y sus
características
III.
Conclusión
IV.
Bibliografía
I.
Contexto histórico en el que surgió el Cristianismo en el Imperio
Romano
Desde tiempos remotos, la religión que se profesaba en el Imperio
Romano era la politeísta. Cada familia tenía sus propios dioses y sus rituales
particulares, como también lo tenían, luego, las ciudades cuando se
conformaron. Así lo expresó Fustel De Coulanges: “La tribu, como la familia y la fratría, estaba constituida para ser
cuerpo independiente, puesto que tenía un culto especial, del que estaba
excluido el extraño. (…) Dos tribus no podían fundirse en una; su religión se
oponía. Pero, así como varias fratrías se habían unido en una tribu, varias
tribus pudieron asociarse, a condición de que se respetase el culto de cada
cual. El día en que se celebró esta alianza, la ciudad nació. […] Lo cierto es
que el lazo de la nueva asociación siguió siendo el culto. […] En religión
siguió subsistiendo una muchedumbre de pequeños cultos, sobre los cuales se estableció
un culto común…”[1].
Sin embargo, en el corredor sirio-palestino, en la región de Judea
se profesaba el judaísmo, una religión monoteísta que basa sus enseñanzas en la Torá. Durante el S.
I d.C. la región fue convertida en provincia romana y, a raíz de esto, la
población judía se dividió de acuerdo a sus intereses. Por un lado, la
aristocracia y los sacerdotes aliados a los gobernantes romanos porque les
mantenían sus privilegios. Por el otro, el resto de los judíos que se
empobrecían cada vez más debido a los altos impuestos que debían pagar al
Imperio Romano y acentuaba el descontento de la población. Otro de los motivos,
por los que muchos judíos rechazaban el predominio romano en la región, se
debía al culto pagano que no correspondía con sus tradiciones religiosas.
En este contexto, Jesús de
Nazareth apareció como un revolucionario que se opuso al gran imperio gracias a
los postulados que predicaba entre sus seguidores. Estaba en desacuerdo con la opresión de los
romanos y con aquella aristocracia que se beneficiaba de los flagelos
tributarios impuestos al pueblo judío. Su prédica se basaba en la continuación
del monoteísmo, ya que el Cristianismo deriva de la religión Judía, en la justicia y en la equidad. Además, el
amor al prójimo y el arrepentimiento era fundamental para poder construir una
sociedad más justa y, luego, pertenecer al Reino de los Cielos. Así lo afirma
Harry Boer: “El
mensaje de Jesús era sencillo. Él predicaba que el reino de Dios estaba cerca y
que los hombres podían entrar en él por medio del arrepentimiento y la fe en el
evangelio (Mr 1:14-15). El arrepentimiento que Jesús requería era por la
desobediencia a la ley de Dios. Esta ley estipulaba que los hombres debían amar
a Dios por sobre todo y a su prójimo como a sí mismos (Mt 22:34-40). El amor es
el cumplimiento de la ley”.[2]
Estos preceptos iluminaron y
atrajeron a gran cantidad de personas que no tenían una vida digna a causa de
la explotación que vivían día a día en manos de los romanos. Jesús comenzó a ser llamado ‘Mesías’, ‘el
Hijo de Dios’ o ‘Cristo’ y se ganó la
enemistad de los romanos y la aristocracia judía. Fue acusado de traidor porque
no respetaba el culto del Imperio y fue crucificado en tiempos del gobernador
romano Poncio Pilatos hacia el año 33 d. C. aproximadamente. Luego de su
muerte, el Cristianismo se extendió a diversos lugares a través de sus
seguidores que comunicaban las enseñanzas del ‘Mesías’. Jouco Bleeker y
Widengren afirman al respecto: “Poco
después de la muerte de Jesús—cuya fecha exacta no es posible dar—el
cristianismo empezó a difundirse más allá de los límites de Palestina”[3].
Sin embargo, la expansión
de la nueva religión monoteísta no fue sin sobresaltos. Su expansión planteó
problemas con el Estado romano. Los profesores Marcel Simon y André Benoit
comentan: “El desarrollo y la expansión
del Cristianismo plantearon en seguida el problema de las relaciones entre la Iglesia y el Imperio.
¿Cómo reaccionaría el poder ante esta nueva sociedad religiosa? […] Por lo que
al Imperio se refiere, hubo una progresiva toma de conciencia del peligro que
para él representaba la existencia y el rápido desarrollo del cristianismo, al
que veía como un cuerpo extraño y capaz, a la larga, de poner en peligro su
cohesión interna”[4].
El peligro que representaban los cristianos se debía a que se negaban a
participar de los rituales paganos y esta decisión era tomada como un grave
delito por las autoridades romanas, ya que la negativa a participar podía
provocar graves infortunios al Imperio. Por este motivo, comenzaron las
persecuciones a los cristianos en todo el vasto imperio. Hubo dos etapas de
persecución: entre los S.I y II d.C eran de carácter local impuestas por el
gobernador para mantener el orden y entre los S. III y IV d.C de carácter
general, ya que eran impuestas por el emperador. A partir de ese momento, las
persecuciones se transformaron en política del estado imperial porque los
cristianos no se alistaban en el servicio militar para no matar, no participaban
del juramento al Emperador y trastocaban el orden social con la predicación de
la igualdad entre todos los seres humanos. Por lo tanto, las persecuciones no
se realizaban por cuestiones de fe, si no por poner en peligro el orden
impuesto desde el imperio. Al respecto, el historiador argentino José Luis
Romero explica: “En el siglo III el
número de creyentes era ya tan crecido que el estado podía considerar al
cristianismo como un peligro público. No podía temerse, naturalmente, una
conjuración para apoderarse del poder; pero una imprecisa sospecha advertía de
la existencia de otros peligros reales…”[5].
Durante el S. III, se
promulgaron decretos imperiales para debilitar y desorganizar al Cristianismo.
Se les prohibió que practicaran públicamente su culto y las reuniones en los
cementerios. Los desobedientes eran condenados a muerte, se atacaba a la
jerarquía de la Iglesia
para que no haya líderes y se confiscaban los bienes de la Iglesia como de sus
fieles. Hubo persecuciones muy sangrientas y la última se realizó bajo el
reinado del emperador Dioclesiano entre los años 303 a 305 d.C. El objetivo
central era eliminar a esta religión del mundo romano. Es importante aclarar
que para el historiador Peter Brown, los cristianos no fueron perseguidos en
todo momento y, para él, este pensamiento se asocia a un mito: “Lo cierto es que no tiene sentido el mito
romántico, surgido en una época muy posterior, que hace de los cristianos una
minoría acosada en todo momento, literalmente obligada a refugiarse en las
catacumbas de una persecución incansable”[6].
Sin embargo, las decisiones
de los emperadores anticristianos no tuvieron el éxito que se esperaba. Los
cristianos no rehuían de su fe en el Dios único y los mártires (cristianos que
murieron en la defensa de sus creencias) eran el ejemplo a seguir por el resto de
la comunidad. A raíz de esto, el emperador Constantino reconoció a la Iglesia cristiana para
encontrar en ella una aliada que no trastoque la base de su poder: “…es cierto que esta ‘conversión’ no
perjudicó, sino todo lo contrario, a los objetivos políticos de Constantino:
éste comprendió la importancia que el Cristianismo iba a tener para su futuro
político, y jugó la carta del Imperio cristiano tanto en el plano político como
en el personal”[7].
De esta manera, en el año
313 d.C. se promulgó el “Edicto de Milán” en el cual se declaró la tolerancia
para los seguidores de la religión Cristiana y comenzar una nueva etapa de
relaciones con la
Iglesia. Hacia el año 325 d.C. se convocó el “Primer Concilio
de Nicea” para establecer definitivamente la doctrina cristiana contra las
herejías* que estaban circulando dentro del Imperio. Finalmente, el emperador
Teodosio I en el año 380 d.C. declaró al Cristianismo religión oficial del
Imperio Romano mediante el “Edicto de Tesalónica”. A pesar de este vuelco
religioso y del triunfo del Cristianismo, el paganismo se mantuvo un tiempo
prolongado en la vida de los romanos, incluso en la cotidianeidad de algunos
conversos: “…el paganismo estaba
demasiado enraizado en el corazón de todos los cristianos bautizados, siempre
dispuesto a reaparecer en forma de ‘reminiscencias paganas’. El mensaje
fundamental de la cristianización…no hablaba de triunfo absoluto. Hablaba antes
bien de un pasado aún no superado que ensombrecía perennemente el avance del
presente cristiano”[8]
Es en este contexto
histórico de persecuciones, muertes y, luego, tolerancia hasta proclamar al
Cristianismo como religión oficial en el que se desarrolló un arte cargado de
simbolismo denominado “Arte Paleocristiano”.
II.
El Arte Paleocristiano y sus características
Una de las características
predominantes del Arte Paleocristiano fue su influencia religiosa y, sobre
todo, simbólica en los primeros tiempos del surgimiento del Cristianismo en
todo el Imperio Romano. Juan Plazaola Artola**, en la introducción de su libro
titulado “Historia del Arte Cristiano”, aclara
que la utilización de las dos palabras “arte cristiano” nos introduce en un
problema, ya que Jesús de Nazareth no ha dejado ningún testimonio sobre la
creación artística y su anuncio de la Buena Nueva no inducía a sus seguidores a un
culto que contribuya a las “artes plásticas”. El mismo autor realiza una
división en su libro en torno al Arte Paleocristiano que abarca dos capítulos:
una parte inicial denominada “El primer
arte cristiano (hasta el 313)” y el segundo capítulo “Dos siglos de Crecimiento (313-526)”[9].
Juan Plazaola Artola
explica que las primeras comunidades cristianas heredaron de los judíos la
prevención de un arte representativo para evitar caer en la idolatría y
adoptaron un lenguaje simbólico. Asimismo, la religión cristiana, a medida que
se expandía por la zona mediterránea, era influenciada por la cultura
helenística que se caracterizaba por su decoración, su arte ornamental y el retrato de sus
dioses.
Los primeros cristianos se
reunían en casas particulares para celebrar sus prácticas religiosas y, sólo
más tarde, se utilizaron las basílicas para la realización de los mismos. Según
Juan Plazaola Artola hay que desprenderse de la idea de “templo” para celebrar
la liturgia religiosa, ya que cualquier lugar era útil para hacerlo. Al
respecto, Peter Brown dice: “Las iglesias
cristianas del siglo III probablemente fueran algo bastante más humildes que
todo eso, simples salas de reunión dispuestas en la estructura ya existente de
las casas”.[10]
Además, los especialistas en arqueología afirman que las iglesias
primitivas fueron reacias a las imágenes. Por lo tanto, las figuras que
comenzaron a adornar las paredes de las catacumbas y en los relieves de los
sarcófagos fueron símbolos y alegorías que no son anteriores al S. III d.C. El
sacerdote jesuita explica que son figuras rudimentarias, algunas eluden a la
salvación como el Buen Pastor, a Adán y Eva en el paraíso, la curación del
paralítico, la resucitación de Lázaro, entre otras.
Como Roma es la ciudad
símbolo de la cristiandad en Occidente se encontraron en ella antiguas
catacumbas, es decir, antiguos cementerios romanos excavados en la casa
patricia de algún romano cristiano en el que se enterraban a los mártires y
servían de escondite a los cristianos durante las persecuciones. Así lo expresa
Diego Angulo Iñiguez: “Las únicas
manifestaciones arquitectónicas de las primeras agrupaciones de cristianos son
de carácter subterráneo y, artísticamente consideradas, muy pobres. Se reducen
a los cementerios o catacumbas que,
valiéndose del derecho de labrar enterramientos corporativos concedidos por las
leyes romanas, excavan los cristianos, aprovechando en parte las galerías de
las canteras abiertas en las afueras de la ciudad para obtener materiales de construcción”[11].
Sobre el tema, Arnold Hauser agrega lo siguiente: “Encontramos aquí un arte simple y popular, al menos en sus comienzos…”[12]
Una de las más antiguas
catacumbas de Roma es la llamada de “San Calixto” (figura 1) y también la cripta
de Ampliato de la catacumba de Domitila y la Capella Graeca de
la de Priscila. En palabras de Juan Plazaola Artola se explica lo siguiente: “Puede decirse que es en las paredes de esas
altas y estrechas galerías, junto a una infinidad de inscripciones, donde nació
el primer arte cristiano, un arte sencillo, ingenuo y casi doméstico. Las
imágenes que empezaron a esbozar aquellos artistas parecen una ‘plegaria
figurada’ más que catequesis o exposición doctrinal”[13].
Se utilizaron símbolos naturales como el pez (figura 2) o delfín, ya que esté
gozaba de reputación entre los hombres y de ayudar a los náufragos; las
palomas, que aluden a la eucaristía y la bienaventuranza; el fénix y el pavo
real símbolos de la resurrección; los orantes (figura 3); el pastor con las
ovejas simbolizando a Cristo (figura 4); el paraíso se representaba a través de
un jardín idílico. Algunas de estas representaciones ya se utilizaban en el
paganismo, pero ahora tienen una significación cristiana. También se buscó el
simbolismo en ciertos pasajes de la Biblia. Por ejemplo: Noé salvando a su familia en
el arca era sinónimo de un Cristo victorioso ante la muerte y salvando a su
iglesia. Hacia principios del S. IV d.C. se advierten retratos más
personalizados de los difuntos.
Es importante remarcar que la
escultura era rechazada debido a la cercanía con los cultos paganos. Por lo
tanto, lo que sí se encuentran en estos primeros siglos son los relieves de los
sarcófagos en los que se hallan habitualmente las imágenes del pastor, temas
bíblicos y la imagen del Filósofo que hacía referencia a que Cristo era el
verdadero Maestro que poseía la verdadera sabiduría.
Los primeros cristianos
quisieron hacer hincapié en el sentido que le dieron a aquellas manifestaciones
artísticas. Ese sentido era la afirmación de que tenían un salvador: “’Tenemos un Salvador’, parece decirnos este
primer arte cristiano, con una emotiva elocuencia”[14].
Figura
1: Catacumba de San Calixto
Figura 2. Pez y pan eucarísticos, pintura sobre la pared de la
cripta de Lucina, en la catacumba de San Calixto.
Figura 3. Orante en la
Catacumba de Priscila.
Figura 4. Fresco del Buen Pastor en la catacumba de Priscila.
Con el “Edicto de Milán”
proclamado por Constantino comenzó una nueva etapa para el arte cristiano, ya
que puso su autoridad a disposición del culto cristiano. Los emperadores que le
sucedieron siguieron su ejemplo, sobre todo, Teodosio cuando proclamó al
Cristianismo religión oficial del Imperio.
Los cristianos ya no debían
ocultarse y necesitaban lugares amplios para la reunión de los fieles. Por lo
tanto, el modelo de los templos paganos no les era útil, ya que eran pequeños
para albergar a la cantidad de cristianos en el S. IV d.C. y en el interior
sólo había un pequeño altar para colocar la estatua del dios. La solución fue
tomar como modelo “…las grandes salas de
reunión que en la época clásica habían sido conocidas con el nombre de
basílicas, que aproximadamente quiere decir salas reales. Estas construcciones
eran empleadas como mercados cubiertos y tribunales públicos de justicia…”[15].
La forma de la basílica era rectangular, el ábside semicircular fue empleado
para el altar donde el sacerdote diría su homilía, la sala central en la que se
congregaban los fieles fue llamada nave mientras que las salas laterales se las
denominó alas (figura 5).
Más allá de la salida de la
clandestinidad del arte cristiano, se seguía planteando el problema con
respecto a la utilización de las imágenes sagradas. Sin embargo, en la segunda
mitad del S. IV d.C., la Iglesia
siguió pregonando las figuras simbólicas y hubo un acuerdo en que no debía
haber estatuas en la casa de Dios, ya que se consideraba una herencia del
paganismo. De lo contrario, en la pintura hubo otra visión sobre le tema. Las
pinturas eran consideradas útiles porque tenían un tinte pedagógico al enseñar
a través de ellas ciertos acontecimientos sagrados. Así, el papa Gregorio el
Grande recordaba que las imágenes enseñaban a quienes no sabían leer ni
escribir. El arte debía ser claro y sencillo para el entendimiento de los
fieles. Además, surgieron nuevos temas
iconográficos como la representación del cordero, los apóstoles y una nueva
figura de Cristo. Este ya no aparece solamente como un joven imberbe, si no que
posee rasgos de señor, anunciando de alguna manera el triunfo de la Iglesia. En esta época
de libertad religiosa hay un desarrollo de las pinturas en las catacumbas y,
también, un auge por la devoción de las reliquias de los mártires. Con respecto
a los sarcófagos, Juan Plazaola Artola manifiesta que son numerosos los
relieves funerarios de los S. IV y V (figura 6). Cristo aparece en un lugar
central y como un maestro entronizado.
La tranquilidad y el poder
del Imperio Romano no iban a durar muchos siglos. La constante llegada de los
bárbaros al Imperio Romano de Occidente provocaron la declinación del arte
occidental perjudicando la empresa edilicia del tiempo anterior. A pesar de
estos acontecimientos históricos, el sacerdote jesuita recalca que en Italia
hubo dos excepciones que vale nombrarlas: la Basílica de Santa Sabina
y la de Santa María la Mayor ,
ambas ubicadas en Roma.
No debemos olvidar que
durante la época de Constantino se erigieron mausoleos o construcciones de
planta circular como el que se encuentra en Roma referido a Santa Elena (figura
9). También a este tipo de templos de proporciones cuadradas pertenecen las
capillas bautismales. Estas son de origen pagano, pero se las utilizaba en el
cristianismo para la inmersión en el bautismo.
Para finalizar, es
necesario remarcar lo que afirma el historiador del arte José Pijoán en relación
al arte cristiano en la ciudad de Roma: “…la vida de la Iglesia
primitiva en ningún lado puede verse plásticamente como en Roma; así como las catacumbas
producirán al estudioso alguna desilusión, porque la mayor parte de sus frescos
han desaparecido, las basílicas romanas de los dos primeros siglos después
de la Paz de la Iglesia son tan
abundantes, que causan singular sorpresa. Aunque el arte cristiano en Roma
no hubiera hecho más que repetir lo que ya existía en las iglesias de Siria,
siempre en Roma encontraríamos esos innumerables y grandiosos monumentos que la
han consagrado como capital artística del cristianismo y el lugar más á
propósito para aprender á conocer las creaciones estéticas de la nueva religión”[16]
Figura 5. Planta
Basilical Figura 6. Sarcófago de Giunio Basso
Figura 7. Basílica de Santa Sabina en Roma.
Figura 8. Basílica de Santa María la Mayor en Roma.
Figura 9. Mausoleo
de Santa Elena en Roma.
III.
Conclusión
Es importante hacer hincapié en las distintas etapas por las que
transcurrió el Cristianismo desde su surgimiento en el corredor
sirio-palestino, específicamente en la región de Judea donde la religión que se
profesaba era la judía, y su expansión hacia otras zonas del Imperio Romano
hasta la proclamación del “Edicto de Milán” por Constantino en el 313 d,C. En
esas distintas etapas de la nueva religión monoteísta se observan diferencias
importantes en la producción artística de los primeros cristianos. La ciudad de
Roma es la elegida para observar estos cambios por ser la ciudad capital
artística del Cristianismo en el Imperio Romano.
En los inicios, los primeros cristianos sufrieron fuertes
persecuciones por tener marcadas diferencias con la religión del Imperio que
era de carácter politeísta. Los cristianos no adoraban, ni realizaban
sacrificios, ni participaban del culto a la cantidad de dioses que veneraban
los romanos. Pero las persecuciones ordenadas por los emperadores comenzaron en
los S. III y S. IV d.C., ya que consideraban que los cristianos ponían en
peligro las bases del Imperio con la proclamación de la igualdad y amor al
prójimo. En esta etapa, muchos cristianos debieron esconderse en las catacumbas
y realizar allí sus rituales al Dios Único. Por consiguiente, la característica
artística principal era la simpleza, lo tosco y, sobre todo, lo simbólico. En
ocasiones se tomaron ciertas figuras con un pasado pagano, pero ahora tenían
una nueva significación para el cristianismo. Además, trataron de evitar las
representaciones de personas para evitar caer en una idolatría y, por tal
motivo, las esculturas no son desarrolladas en esta etapa. Sólo se encuentran
algunos sarcófagos con relieves que muestran pasajes bíblicos. A raíz de lo ya
mencionado, el arte de los primeros cristianos era un arte clandestino.
Pero esa clandestinidad llegó a su fin en el s. IV con Constantino
primero y luego con Teodosio I cuando decide proclamar al Cristianismo religión
oficial del Imperio Romano. Así, el arte cristiano se retiró de las sombras
para llenarse de luz y esplendor hasta la llegada de los bárbaros. Comenzó a
florecer la arquitectura. Se tomó como base de las grandes iglesias la planta
basilical para albergar a la cantidad de fieles que se reunían para escuchar la
palabra de Dios a través de un sacerdote. Además, la cantidad de relieves en
los sarcófagos aumentó y surgieron nuevos temas iconográficos. Con respecto a
las imágenes, seguía habiendo una controversia importante, pero se resaltó la
importancia de su finalidad pedagógica para los analfabetos.
De esta manera, conociendo la influencia y
las huellas que dejó el Cristianismo en el arte, no sólo para los que se
dedican a estudiar Historia sino también para cualquier sujeto histórico, es
fundamental pensar que desde el arte también se puede interpretar y pensar la Historia como proceso. El
arte debe ser una herramienta que nos acerque a vivir el pasado. Los docentes
debemos tener en claro que las únicas fuentes que tenemos no son sólo los
textos escritos. En el transcurso del S. XX
se accedió a una amplitud de las fuentes a las que debemos conocer y
manejar. Así lo expresa Lucien Febvre: “Hay que utilizar los textos, sin duda. Pero todos los
textos. Y no solamente los documentos de archivo en favor de los cuales se ha
creado un privilegio (...). También un poema, un cuadro, un drama son para
nosotros documentos, testimonios de una historia viva y humana, saturados de
pensamiento y de acción en potencia...”[17].
IV.
Bibliografía
ANGULO IÑIGUEZ, D. Historia del Arte. Distribuidor
E.I.S.A., Madrid, 1962.
BOER,
H. Historia de la Iglesia Primitiva.
Editorial UNILIT, Cap. 2. (faltan datos).
Brown, P El primer milenio
de la cristiandad occidental. Crítica, Barcelona, 1997.
DE COULANGES, F. La ciudad antigua. EMECE, Buenos Aires, 1ra ed. en español 1945.
FEBVRE, Lucien. Combates por la
Historia. Ariel , Barcelona, 1992.
GOMBRICH,
E. La Historia
del Arte. Editorial Diana, México, 1998.
HAUSER,
A. Historia social de la Literatura y el Arte.
Guadarrama, Madrid, 1963.
JOUCO BLEEKER, C. y
WIDENGREN, G. Manual de Historia de las religiones.
Ediciones Cristiandad, Madrid, 1973.
PIJOÁN, J. Historia del Arte. El Arte a través de la Historia. Salvat ,
Barcelona, 1915, Tomo II.
PLAZAOLA ARTOLA, J. Historia del Arte Cristiano. Biblioteca
de Autores Cristianos, Madrid, 1999.
ROMERO, J. L. La cultura occidental. Siglo XXI Editores,
Argentina, 2004.
SIMON, M y BENOIT, A. El judaísmo y el cristianismo antiguo. Colección Nueva Clío, Editorial Labor,
Barcelona, 1972.
ZEVI, B.
Saber ver la arquitectura. Editorial
Poseidón, Barcelona, 1981.
[3] JOUCO BLEEKER, C. y WIDENGREN, G. Manual de Historia de las religiones. Ediciones
Cristiandad, Madrid, Tomo 2, p. 67.
[4] SIMON, M y BENOIT, A. El judaísmo y el cristianismo antiguo. Colección Nueva Clío, Editorial Labor,
Barcelona, 1972, p. 70.
*El término proviene del
griego ‘heresis’ que significa ‘elección’. Por lo tanto, es una
doctrina contraria a los dogmas de fe establecidos por una religión. Es la
oposición voluntaria a la autoridad de Dios depositada en Pedro, los Apóstoles
y sus sucesores y lleva a la excomunión inmediata, es decir, a la separación de
los sacramentos de la
Iglesia.
** Fue un sacerdote
jesuita nacido en la provincia española de Gipuzcoa en 1919. Fue licenciado en
Filosofía y Teología, Doctor en Letras y en Filosofía. Se destacó como profesor
e investigador y autor de varios libros relacionados con el arte y la religión
cristiana. Falleció en el año 2005.
[9] PLAZAOLA
ARTOLA, J. Historia del Arte Cristiano. Biblioteca
de Autores Cristianos, Madrid, 1999.
[16]PIJOÁN, J. Historia del Arte. El Arte a través de la Historia. Salvat ,
Barcelona, 1915, Tomo II, P. 46.
[17] FEBVRE, Lucien. Combates por la Historia. Ariel.
Barcelona 1992. pp. 29-30.
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