Ángela Quispe Huertas
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Durante el
Antiguo Régimen, la configuración de la familia fue muy distinta de la que
conocemos actualmente. Estas estaban ligadas o configuradas según el linaje, el
cual es la solidaridad
que se extiende a todos los descendientes de un mismo antepasado (ARIÈS
1987:494). En la familia de Antiguo Régimen, no existe una sensibilidad entorno
a la familia propiamente. Esto se puede
observar a través de la relación de los padres con los hijos.
Por otro lado, los hijos se quedaban en la casa hasta cierta edad, siete o
nueve años como máximo, luego eran entregados como sirvientes o aprendices a
familias ajenas, por un periodo de siete o nueve años más, empleándose en el
trabajo doméstico (ARIÈS 1987:482). Para el caso de Inglaterra, no se podía
generar un sentimiento profundo entre padres e hijos por este alejamiento
durante la infancia, a pesar de que el hijo pudiera volver a la casa de sus
padres; a palabras de Ariès la familia
era una realidad moral y social, más que sentimental (ARIÈS 1987:488).
Otra cuestión
importante dentro de la relación que hubo entre padres e hijos, fue con
respecto a la primogenitura. La preferencia que se le dio a este fue sobre todo
por factores económicos, de patrimonio y sobre todo de honor. La razón por la
cual se le otorgaban todos los bienes al hijo mayor para su matrimonio, fue
para no dividir el poder económico familiar que se había conseguido (ARIÈS
1987:492).
Con respecto a
la casa o al hogar durante al Antiguo Régimen, podemos decir que tampoco fue
similar a las casas que concebimos actualmente. En Europa, ya para finales del
siglo XVI se empieza a dar una diferenciación entre los espacios públicos y los
privados, pudiéndose evidenciar estos en las casas, cuando estas dejaron de ser
talleres o los espacios de trabajo; es decir, pasó de ser una unidad
productora, a ser una unidad consumidora (ELIAS 1994:162). Con la familia
pasará lo mismo. Esta pasará de constituirse extensa, con muchos parientes y
sirvientes, a convertirse poco en la familia nuclear que conocemos actualmente
(ZEGARRA 170, 171). De igual modo, los espacios dentro del hogar durante el
Antiguo Régimen fueron espacios comunes, en los cuales no se tenía en claro la
idea de los privado, o los sentimientos
que en la transición a la Edad Moderna se van moldeando, como el pudor o la
vergüenza, lo íntimo, lo familiar (ELIAS 1994: 170, 201, 203).
Con respecto a
la mujer bajo una sociedad de Antiguo Régimen, esta fue entendida corporalmente
según la medida masculina. Los cuerpos –femeninos y masculinos– solo se
diferenciaban entre sí porque unos tenían los órganos reproductivos maduros y
calientes, los cuales estaban dentro de su cuerpo –los hombres–, mientras que
el otro grupo tenía los órganos dentro de su cuerpo, ya que no habían madurado
lo suficiente, y tenían que estar dentro del cuerpo para mantener la
temperatura adecuada –las mujeres. En pocas palabras, la medida de los cuerpos
era el hombre, por lo que imaginaban el cuerpo femenino en la medida de la
perfección del cuerpo masculino. Cabe
recalcar que no se diferenciaban en sí por el aparato reproductor, ya que ambos
compartían el mismo órgano (LACQUEUR 1994:56), sino que se diferenciaban por la
madurez de este. La madurez de los órganos significaba que estos debían salir
del cuerpo, porque habían alcanzado el desarrollo pleno, mientras que los que
no terminaron de desarrollarse, quedaban dentro del cuerpo. Esta concepción del
cuerpo femenino, entendemos que estas fueron consideradas como inmaduras
corporalmente, las cuales no terminaron de llegar a la madurez necesaria; por
lo tanto, eran seres imperfectos, que debían estar “naturalmente” sometidas al
dominio del ser más perfecto que era el hombre; es decir, el padre, el hermano
o el marido. Más tarde, las mujeres fueron asociadas al pecado, a la sexualidad, a lo sensual, a la lujuria;
por lo cual, se consideraba también que debían seguir siendo vigiladas, debían
regularlas a las mujeres, en este caso no solamente la autoridad, sino también
la Iglesia, a través del derecho canónico (BRUNDAGE 2000:23). En conclusión, la
mujer siempre fue considerada por debajo de la valoración que se tenía al
hombre, de modo que siempre fue considerada un ser inferior.
Luego de hacer
una suerte de revisión de la familia y la mujer durante el Antiguo Régimen
–para entender mejor las diferencias y cambios en el proceso civilizatorio de los papeles sociales y de los
sentimientos–, pasaremos a observar la relación que se empezará a dar entre
Estado, familia y la mujer a finales del siglo XVIII y durante el siglo XIX,
que es el objetivo central de este ensayo.
A diferencia del
Antiguo Régimen, el Estado no se apropia, acapara ni acumula todos los poderes
en una sola persona, sino que este es asumido a través de distintas
instituciones. Poco a poco el Estado se irá secularizando, asumiendo lo que
antes era dirigido por la Iglesia, como la educación, la fiscalidad, la policía
y la salud (MANNARELLI 2014: s/p). Es justamente este último aspecto –la salud
y todo lo que esta implica– del cual se apropiará el Estado para generar un
discurso que moldeará, según las propuestas de la ilustración, una nueva forma
de comportamiento familiar y sentimental (BOLUFER 1998:212) junto con nuevos
roles sociales –propio del cuestionamiento de la Ilustración a los valores y
comportamientos anteriores–; vinculando al Estado, a la familia y a las mujeres
(ZEGARRA 2001: 167). La modelación de
los papeles sociales no solo generó nuevos sentimientos, sino también nuevos
códigos sociales y una nueva forma de comportarse y relacionarse con el otro
–madre/hijos, médico/paciente, Estado/ciudadanos. Este comportamiento
ilustrado, pese a que estaba orientado hacia todos, siempre se convirtió en una
pauta para diferenciar a unos de otros (ZEGARRA 2001: 165), pautas de exclusión
o inclusión social (BOLUFER 1998:215)
El desarrollo de
la medicina científica empezó a desmitificar ciertos aspectos del cuidado de
las enfermedades y el cuerpo, desterrando aspectos basados en la fe católica o
relativo al chamanismo y a la astrología. De este modo, se empezó a generar un
nuevo discurso sobre la salud y la medicina de los individuos y del cuerpo
social. Pero, ¿por qué el discurso médico fue tan importante durante este
contexto y no otro? Según los distintos autores consultados –Mónica Bolufer,
Claudia Rosas, Margarita Zegarra, Lissel Quiroz, María Emma Mannarelli–,
podemos llegar a la conclusión que un Estado sin ciudadanos no podía
fortalecerse, y menos un Estado en construcción –como el caso de los países de América
del Sur, a inicios del siglo XIX, luego de las guerra por la independencia.
Esto se podía constatar con el alto grado de mortalidad infantil de la época,
debido a que aún no existían políticas de salud eficientes con respecto al
cuidado de la mujer durante la maternidad y luego del proceso del parto (QUIROZ
2012: 434). Además de controlar la mortalidad infantil, el Estado necesita no
solo que la cantidad de ciudadanos aumente considerablemente, sino que también
los ciudadanos no sean enfermizos ni débiles, sino que sean fuertes y
saludables (BOLUFER 1998:230) (ZEGARRA 2001:179), y que además sean educados
con las virtudes cívicas necesarias para que se conviertan en ciudadanos
ejemplares. Según esto, podemos entender que para la época se consideraba que
el bienestar de los ciudadanos significaba el bienestar de la nación.
Es por este
motivo, que el discurso médico tuvo un gran impacto e importancia durante la
formación de la nación. Pero esto no queda solamente con generar un discurso
para el cuidado de la salud del cuerpo y la moral social, sino que se centrará
en un personaje el cual será quién lleve a cabo, con la supervisión del médico,
esta tarea: la mujer, y más precisamente, la madre. De esta forma, la Ilustración
también generó un discurso en torno a la mujer, pero un discurso aparentemente
inclusivo, que rompe con el paradigma de la condición de la mujer durante el
Antiguo Régimen, ya que empieza a modelar el papel que esta cumplirá para la
construcción del Estado.
Para continuar,
es necesario aclarar que el discurso de la medicina científica se asentará en
la propuesta que plantea que ciertos aspectos humanos se justifican por
“naturaleza”. Por ejemplo, el cuerpo biológico. Los masculino y lo femenino
estará profundamente marcado y diferenciado por el sexo, es decir: identidades
masculinas definidas, e identidades femeninas definidas por este determinismo
biológico. Esto generará la supremacía del hombre sobre la mujer de forma
legítima, por la naturaleza (BOLUFER
1998: 212). Así, el discurso se irá construyendo de a pocos. La mujer tiene un
útero, dador de vida; la mujer será definida y entendida a través de su útero,
como madre, quién dará hijos no solo al marido, sino principalmente al Estado
(ROSAS 2004: 113); de esta forma, la mujer será
según la función de su cuerpo, la mujer será
su cuerpo (ZEGARRA 2011: 169).
Pero la mujer
será importante no solo porque puede generar hijos, sino por todo el proceso
que implica procrear. Primero, el discurso sobre la salud y la higiene. Tiene
que asimilar e interiorizar los cuidados necesario que necesita para tener un
cuerpo sano –de esta forma, la regla y el discurso se concretiza a través del
control corporal. Nuevamente, la Ilustración
y su proyecto modernizador, plantea la educación como una vía fundamental para
la domesticación de las pasiones y los instintos, para que estas se transformen
en virtudes sociales, con un fin personal y público (ROSAS 2004:114) (ZEGARRA
2001:174). De esta forma, la educación
para las niñas se orientó hacia este aspecto, formarlas para la maternidad, los
cuidados que debía tener para ser madre, qué debía hacer, qué no debía hacer;
además de esto, sobre el parto, cómo debía cuidar al bebé, al niño, sobre la
lactancia, etc. (BOLUFER 1998:236). De esta manera, el Estado a través de la
educación regulaba y apoyaba al discurso médico a través de políticas
educativas.
Así, se va
configurando el nuevo paradigma de la mujer como madre. Pero eso no acaba ahí.
A través de los manuales, tanto médicos como de urbanidad, a la vez que los
periódicos, se fueron discutiendo el papel de la mujer como madre y todos los
aspectos ligados a esta. Una de los aspectos qué más debate generó fue sobre
las amas de leche o nodrizas. Se plantearon muchas razones del por qué se debía
erradicar la institución de las amas de leche. Si antes la sangre era esencial
para la cuestión del linaje (ROSAS 2004: 135), la nueva sangre del discurso fue la leche materna, como un líquido
importante para el desarrollo de los niños y niñas. Incluso las enfermedades,
la debilidad, y la poca inteligencia y la vejez prematura fueron consideradas
como el efecto de que las madres no amamantaron a sus hijos. De forma que la
maternidad en sí se generaba luego del parto, con la lactancia (ROSAS
2004:131). Otro motivo importante a considerar, dentro de una nueva formación
de la familia sentimental y nuclear, que con la estrecha cercanía de la nodriza
con los niños, estos últimos sentían mayor afecto por la nodriza y por los
hijos de esta que por su familia en sí, por el tiempo que compartían al momento
del amamantamiento; lo que generó un motivo más para terminar con el papel de
las nodrizas (ARIES 1987:497). Además, la mejor manera de expresar el amor
maternal se dio a través de la lactancia, considerándose una cosa natural para
la madre (ROSAS 2004: 134). Sin embargo, no es hasta el siglo XX que se termina
con el papel de las nodrizas en sí, con la aparición de la leche en fórmula
para bebés o también llamada fórmula artificial (BOLUFER 1998: 246). Una vez
que pasaba la etapa de la lactancia, venía la etapa de formación de los niños y
niñas. En esta etapa de crianza y formación de los futuros ciudadanos, el
médico también estuvo presente (ROSAS 2004: 130).
El discurso
ilustrado no solo se encargó de generar una literatura que formara a la nueva
mujer-madre, sino que criticó como esta se podía degenerar o adquirir malos hábitos si no seguía el paso trazado de
la maternidad. Ellas no solo tenían que cuidar la salud de sus hijos, sino
también la propia. De este modo se criticó el uso de cosméticos y el de
vestimenta muy ceñida al cuerpo. Fue un discurso en contra de la apariencia
física sofistica, sino que más bien se apostaba por una más sencilla y menos
llamativa (ZEGARRA 2001: 186). Por este motivo, se propuso más bien una belleza
que reflejara la buena salud y la moral, ya que un cuerpo sano era sinónimo de
un cuerpo bello (BOLUFER 1998:221).
No solo se va a
redefinir el papel de la mujer en la sociedad, sino se van a redefinir los
espacios también. Lo público y lo privado empieza a emerger en el espacio
social. Si bien antes no hubo mucha delimitación entre ambos, se empieza a dar
una clara diferencia entre los espacios públicos y privados (ELIAS 1994). La
mayoría de espacios fueron espacios públicos, los cuales empiezan a cerrarse
poco a poco, delimitando la intimidad, lo familiar, lo doméstico, lo privado
(ARIES 1987:497). Lo masculino será relacionado con el espacio público;
mientras que lo privado será asociado a lo femenino (ROSAS 2004:105, 108). Y es
que en este tiempo en el cual junto con el espacio privado, se va generando una
nueva configuración social: la familia. A la vez que los espacios de la casa se
van dividiendo y cerrando para una mayor privacidad entre los miembros de la
familia, se redefinen los lugares como sala, comedor o cocina (ARIES 1987:528);
así también se va delimitando la familia, la cual se hace cada vez más nuclear,
no más familiares cercanos, no más sirviendo o algún otro individuo cercano.
También se deja de considerar al hogar como un espacio en el cual se pueda
combinar la vida familiar y el ambiente de trabajo (ELIAS 1994:162). Lo
familiar se privatiza y domestica a través de la actriz del nuevo orden social
del Estado: la madre. Es la mujer a través de su papel como madre quien estará
encargada de velar por el bienestar de la familia, sin que esta caiga en los
vicios que la vida mundana y fácil proponer; es más, su sacrificio y entereza
por cuidar a los hijos, sacrificando su propia libertad, será finalmente
recompensado con el amor de sus marido y sus hijos, la tan dichosa familia
sentimental (ZEGARRA 2001: 166).
Consideramos que
ya no será el cura quién guie y oriente la vida de las mujeres –y no solamente
en el ámbito físico, sino también sobre aspectos morales–, y en general de las
personas, sino ahora el médico es quien cumple y llena su lugar (ROSAS
2004:120). De modo que el médico se convierte en un profesional muy valorado
durante la época, al igual que el discurso que estos manejan. Sin embargo, pese
a que esos guiarán el largo proceso de crianza de los hijos, no lograrán
penetrar en la confianza femenina (QUIROZ 2012:528). Con esto me refiero a que
los sentimientos de pudor aún serán impedimentos para que las mujeres puedan
dejar su intimidad en manos de un médico. Es por este motivo que las matronas
cumplieron un papel muy importante durante el siglo XIX (QUIROZ 2012: 416-417).
Para el caso peruano, el papel de las matronas fue sumamente importante, hasta
la llegada de Benita Paulina Cardeau, más conocida como Madame Fessel –su
apellido de casada–, obstetra francesa venida al Perú en busca de un lugar
dónde poder dejar su experiencia, a la vez que fundar una Maternidad similar a
la de Paris. De este modo, el discurso ilustrado y el discurso médico permitieron
que los proyectos de Madame Fessel se concretaran. Sin embargo, esto también
generó que el oficio de las matronas se viera desprestigiado, debido a que su
conocimiento no se basaba en una educación académica, sino más que nada a
través de la experiencia; a diferencia del médico, profesional formado en una
universidad, avalado por la educación que propiciaba la ilustración (QUIROZ
2012: 419). Es así como desde el Estado se manejado un discurso entorno a la
salud. Primero, controlando a las matronas a través del Protomedicato (QUIROZ
2012:421), y luego generando políticas en favor de la creación de la primera
maternidad de Latinoamérica en 1826 junto con una escuela de partos, que formaría
a las futuras obstetras. Las egresadas de esta escuela, reemplazaron poco a
poco a las matronas, trabajando no solo en Lima, sino también en provincia e
incluso en el extranjero.
De esta forma
concluimos, diciendo que el Estado se relacionará con la familia y la mujer a
través de políticas de salud y educación –promovidas por el discurso
ilustrado–, el cual convertirá en el sujeto principal a la mujer, como encargada
del fortalecimiento de la Nación a través de la procreación y el cuidado de los
futuros ciudadanos, educándolos también en cuestiones de higiene y moral
cívica. La nueva definición de los roles sociales, en este caso el de la mujer
–mujer/madre, mujer/doméstica, mujer/esposa–, generó un nuevo sentimiento: el
amor maternal o también llamada ternura ilustrada como sentimiento per sé., natural de la mujer. Esta será
quién, a través de su amor maternal reconfigure a la familia, como una
institución más centrada en los padres e hijos –familia nuclear– sustentada en
vínculos afectivos muy fuertes, en nuevos espacios físicos más íntimos,
privados y domésticos. La lactancia, como factor fundamental para convertir en
esta mujer en un ser afectivo y entregado a la formación de ciudadanos
fortalecimos, no solo físicamente sino moralmente. De esta forma, la mujer
formará no solo hijos obedientes hacia los padres, sino también ciudadanos
fieles a la patria.
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